«Ahora no es Monseñor, hoy es el Santo Romero»

Juan Vicente Chopin


Introducción

No es fácil hacerse idea de qué cosa signifique la canonización de un salvadoreño, tratándose de la primera vez que algo así sucede en nuestro país. Ahora bien, es una realidad, Monseñor Romero pronto será canonizado. Sin embargo, su canonización no se puede separar de su martirio, y su martirio no se puede separar del modo cómo vivió los principios constitutivos del Evangelio.

En la praxis del Derecho Canónico de la Iglesia Católica, canonizar a alguien significa incorporarlo en un canon o lista de personas que son propuestas como modelos para toda la feligresía católica. De tal manera que la Iglesia con la canonización no hace santa a la persona, sino que con un acto público y después de un proceso de investigación, hace oficial el respeto y la devoción que muchas personas de la comunidad le tributan al que va a ser canonizado.

A nosotros corresponde interpretar, a la luz del Evangelio, el sentido teológico de este signo de los tiempos y dilucidar las implicaciones socio-eclesiales que de ello se desprenden. Para lo cual me detengo en tres puntos: 1. Sinfonía del martirio en El Salvador; 2. Actualización del «kerygma» apostólico en la realidad salvadoreña; 3. Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la consiguiente santidad de Monseñor Romero.

1. Sinfonía del martirio en El Salvador

Los mártires son, como dice el libro del Apocalipsis, «los que vienen de la gran tribulación; [los que] han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero» (Ap 7,14).

Pero un santo-mártir al estilo de Monseñor Romero no es un superhéroe como los que vemos en la televisión y el cine: solitario, con súper poderes e invencible. La santidad es la humanidad imbuida por la fuerza del Espíritu Santo. Es una sinfonía en la que confluyen distintas voces e instrumentos.

Por ello, en este 38 aniversario de su martirio y en el marco de su canonización, traemos a la memoria algunas de las personas que han participado para hacer posible que nosotros podamos acceder en nuestros días a la nota mayor de la Santidad de Monseñor Romero.

En primer lugar, entre los sacerdotes, recordamos a Mons. Luis Chávez y González (1901-1987), el arzobispo predecesor de Mons. Romero y que sin lugar a dudas es el que, de los arzobispos, mejor ha sistematizado y aplicado la Doctrina Social de la Iglesia en El Salvador. Sin el aporte pastoral y social de Mons. Luis Chávez y González, exceptuado el martirio, Mons. Romero no tendría el esplendor que ahora tiene. Mons. Luis Chávez y González no sólo fue miembro de la comisión preparatoria del Concilio, sino que introdujo a Mons. Romero en la recepción del mismo en la realidad salvadoreña.

Muy importante también ha sido el aporte de Mons. Rivera Damas, digno sucesor de Mons. Romero en la sede arzobispal, amigo incondicional y compañero de trabajo de San Romero.

Una mención especial merece Mons. Ricardo Urioste, que con su testimonio y la Fundación Romero, mantuvo viva la memoria del Santo, aun en tiempos en que era subversivo hablar de él. Mons. Urioste es una especie de Simón Cirineo, con la diferencia que el Cirineo de los Evangelios fue obligado a ayudar a Jesús, en cambio Urioste ayudó y promovió con plena libertad a Mons. Romero.

En esta hermosa sinfonía también encontramos al padre Pedro Declercq, a Miguel Cavada, a Ignacio Ellacuría y compañeros mártires de la UCA.

En segundo lugar, entre los laicos, traemos a la memoria a María Julio Hernández, mujer que, entre otros, tiene el mérito de haber transcrito las homilías de Mons. Romero y haber dirigido la Tutela Legal del Arzobispado.

Muy importante también el aporte de Edín Martínez al lado de Mons. Urioste al frente de la Fundación Mons. Romero.

A todos ellos nuestro sentido agradecimiento. No dudamos que están en cielo, sentados a la mesa del Cordero al lado de Mons. Romero.

Finalmente, en esta sinfonía siguen participando y manteniendo viva la memoria de los mártires otras personas, como las Hermanas Misioneras de Santa Teresa, que administran el hospital La Divina Providencia, donde fue martirizado Mons. Romero. Hago especial mención de la madre Luz Isabel Cueva, mejor conocida como madre “Lucita”.

También un sentido agradecimiento a las mujeres que conforman la Comunidad de la Cripta de Catedral, que como las mujeres que acompañaron a Jesús, de Galilea a Jerusalén, se mantiene incólumes en su custodia de la tumba que contiene el sagrado cuerpo del Santo.

Como católicos también reconocemos el apoyo al sostenimiento de la memoria de Monseñor Romero que hemos recibido de las iglesias evangélicas y que permanentemente están poniendo en alto el legado de nuestro mártir. Un auténtico signo de los tiempos.

2. Actualización del kerygma apostólico en la realidad salvadoreña

Los apóstoles de Jesús, a pocos días de su muerte, solían predicar a los judíos estructurando su discurso en tres partes:

A. Identificación de los asesinos de Jesús: Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un asesino (Hch 3,14). Cuando dice “ustedes”, en ese contexto se refiere a los jefes de los judíos y los jefes de la autoridad romana.

B. Reivindicación de la víctima: Pero Dios le resucitó de entre los muertos (Hch 3,15).

C. El asumirse históricamente como discípulos de Jesús y aceptar las consecuencias: …y nosotros somos testigos de ello (Hch 3,15).

Por haber procedido de este modo en su predicación, es decir, señalando a los responsables del asesinato de Jesús, diciendo que había resucitado y declarando públicamente que eran sus discípulos, fue que también la mayor parte de ellos fueron asesinados.

Ahora bien, si nosotros actualizamos ese núcleo originario de predicación y lo aplicamos a Mons. Romero también podemos decir:

A. Ustedes asesinaron al Justo. Es decir, a Monseñor Romero. La palabra “ustedes” se refiere, para nuestro caso y según el expediente vaticano de su beatificación, a los miembros más radicales y virulentos de la oligarquía salvadoreña que ingeniaron y financiaron su asesinato. Al escuadrón de la muerte, liderado por Roberto D’Aubuisson, que según la Comisión de la Verdad, tuvo a su cargo la logística y ejecución del asesinato de Mons. Romero, utilizando un franco tirador. Hasta la fecha, la dirigencia del partido ARENA nunca ha presentado disculpas públicas a la Iglesia Católica y a la sociedad salvadoreña por el asesinato de Mons. Romero.

B. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Ciertamente, ha resucitado primero en el pueblo, pero dentro de poco también la Iglesia lo reivindicará en modo oficial, según el

procedimiento canónico, por medio de la canonización. Está claro que la resurrección de Jesús es única e irrepetible. En el caso de Mons. Romero se trata de restituir dignidad a la víctima.

C. …y nosotros somos testigos de ello. Se trata de la parte más difícil, porque supone una identificación radical con el mártir. Algunos, políticos y eclesiásticos, han intentado presentarlo públicamente como modelo de sus vidas, pero han sido puestos en evidencia al no estar a la altura de las exigencias del modelo. No se trata de manipular el legado y la persona de Mons. Romero, sino de promoverlo honestamente.

3. Implicaciones socio-eclesiales del martirio y la santidad de Monseñor Romero

En la línea de declararnos admiradores y, en el caso más excelso, discípulos de Mons. Romero, estamos llamados a recoger las implicaciones de la santidad de Monseñor Romero.

Actualmente, Mons. Romero se constituye en un faro de luz para los salvadoreños. Su ejemplo puede iluminar la opacidad de las situaciones corruptas que esperan redención.

En el plano socio-político

Así, la santidad de Mons. Romero, fruto de su ética de la responsabilidad, contrasta con los intereses mezquinos de los grupos hegemónicos y con las cúpulas de los partidos políticos salvadoreños, dispuestos siempre a sacrificar las esperanzas y el futuro de todo un pueblo, con tal de mantener a salvo sus intereses. Cuando la población manifiesta un rechazo rotundo a la dirigencia de un partido político, bien harían sus miembros, por honestidad, en deponer sus cargos y ponerlos a la disposición de personas más capaces y mejor dispuestas al debate, al diálogo y a la crítica.

Jesús fue víctima de un proceso jurídico injusto. Por ello, sus santidad también contrasta con un sistema judicial, cuyos jueces, magistrados y fiscales, tienden a favoreces intereses económicos y políticos específicos, en detrimento del bien común. Prueba de ello son la celeridad de las sentencias cuando se trata de favoreces a intereses políticos y la parsimonia con que se actúa en otros casos cuando no conviene a los propios intereses. Un ejemplo de ello lo tenemos en la jueza suplente del Juzgado Tercero de Paz de San Salvador, quien rechazó resolver la petición de reabrir el caso contra del expresidente de la república Alfredo Cristiani por el asesinato de seis sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras, a manos del ejército en noviembre de 1989. O el caso de Mons. Romero, que no obstante, las denuncias, sigue engavetado.

Mons. Romero es considerado como “evangelizador y padre de los pobres”. En ese sentido, vemos con preocupación que la nueva correlación en la asamblea legislativa pueda poner en peligro el derecho humano al agua en nuestro país. Los grupos empresariales nunca han renunciado a comercializar el agua, pero como cristianos debemos anteponer el bien común a los intereses mercantilistas. El agua no debe ser reducida a mercancía.

En el plano eclesial

Mons. Romero es considerado también como “pastor según el corazón de Cristo”. De modo que para la Iglesia, y en concreto para los pastores, él se constituye en una interpelación constante al modo como vivimos nuestro ministerio sacerdotal. Para los sacerdotes, obispos y cardenales que un día se opusieron a su canonización, que lo llamaron “comunista”, “guerrillero”, “marxista”, etc., este es un buen momento para convertirse y pedirle perdón a Mons. Romero por tanta calumnia dicha en su contra.

La santidad de Mons. Romero es ecuménica, en cuanto es respetada también por hermanos de comunidades cristianas evangélicas. De modo que este es el momento para unirnos en un frente social amplio, donde los pobres se interesen por los pobres y unidos eviten el ser depredados, o como dice el Papa Francisco, fagocitados, por la lógica del mercado y el capitalismo salvaje.

Finalmente, cuanto nos gustaría y sería lo más correcto, que los que estén en primera fila el día de la canonización de Mons. Romero, no sean los corruptos de turno, sino los pobres, los marginados, los luchadores sociales, por quienes dio la vida San Romero.

Agradecemos a cada uno de ustedes por mantener viva, con su presencia, la memoria de los mártires, en concreto la de Mons. Romero. Al mismo tiempo les exhortamos a no permitir que se haga de Mons. Romero un santo de camarín, que no es molesto a nadie y que se domestica con velas y limosnas.

Ahora inicia una nueva etapa. La Iglesia de los mártires se abre paso.

! Viva Mons. Romero !

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