¿Nueva normalidad?
Plantear que la medicina es un gran negocio de miles de millones no es ninguna novedad, basta ver como hoy en día a las distintas corporaciones farmacéuticas de primer nivel están lanzadas en una frenética carrera para encontrar una vacuna efectiva contra el Covid-19 y no solo por el bien común. El primero que demuestre efectividad y logre patentarla se llenará de oro vendiendo millones de dosis. Parte del negocio sanitario se basa en esos oscuros funcionarios de nuestros países del área de salud que hacen lo imposible para que el sistema de salud pública funcione mal por encontrarse deteriorado, obsoleto o desbordado para que la gente que pueda pagarla se vuelque al ámbito privado (prepagas médicas) que generan increíbles ganancias.
Algunos ingenuamente creen que un sistema de salud deficiente es producto de la negligencia de estos burócratas cuando en realidad es un comportamiento deliberado que obedece a intereses por demás claros. La ley del mercado con su “mano invisible” solo apunta y favorece una única cuestión: el capital, el lucro. Por otra parte y cerrando la telaraña de la “salud pública” los médicos terminan siendo rehenes del sistema y acaban capturados por las marcas que los inducen a recetar sus “permanentes innovaciones” farmacológicas.
Materia prima
En ese mismo contexto es pertinente hablar de los insumos básicos de la farmacopea, la materia prima con la que se elaboran los remedios. El punto de partida es el descubrimiento de las virtudes terapéuticas de tal o cual organismo biológico, en general pertenecientes al mundo vegetal cuyas propiedades fueron descubiertas por distintas comunidades cuyo conocimiento y modo de utilización fue trasmitida de generación en generación. Existen datos que indican que el 74% de los conocimientos terapéuticos que hoy en día aplica la medicina son producto de la cultura tradicional de los pueblos. Es necesario proteger las áreas de mayor biodiversidad de nuestro continente que se encuentran en Chiapas, parte de Oaxaca, las yungas salteñas y las selvas del enclave amazónico que posee Ecuador, Colombia y por supuesto Brasil. Esos territorios estratégicos son objeto de una minuciosa bioprospección por parte de los grandes laboratorios previo paso por las comunidades para “descubrir” los distintos productos utilizados. Es decir las empresas farmacéuticas se dedican a “descubrir lo descubierto”.
“Plantas de hechicería”
Aunque hoy resulte inverosímil recién en el siglo XX el mercado advirtió lo rentable que resulta descubrir lo descubierto, patentarlo y comercializarlo. En los primeros siglos de la Conquista los prejuicios y el desprecio fueron más fuertes. Por ejemplo el sacro teólogo Joseph da Acosta tras recorrer dos virreinatos neurálgicos como México y Perú, escribe la Historia natural y moral de las Indias donde se explaya tanto sobre la conformación de la naturaleza como de la “moral” de sus gentes. Entre otras cosas, deja constancia sobre dos árboles de “no poca superstición” que fueron perseguidos y despreciados: la coca y el cacao.
Dada la brevedad de la nota me detengo en este último. Acosta señala: “Del cacao hacen un brebaje que llaman chocolate, que es cosa loca lo que les gusta. Los que no lo conocen les da asco porque tiene una espuma arriba y un borbollón como de heces. Hay que ser muy valiente para tragarlo”. Hasta el chocolate cayó en desgracia. Sin embargo en las primeras décadas del siglo XX el panorama cambió. Por ejemplo a mediados de los ´40 Nestlé la mayor productora de alimentos procesados descubrió la veta y lanzó su marca comercial Nesquik en base al cacao que había sido utilizado hace miles de años por los olmecas para hacer lo mismo.
Recuerdos del futuro
Lo que ocurre de un tiempo a esta parte es grave. Poderosos laboratorios farmacológicos de Europa y Estados Unidos aprovechando los conocimientos biológicos que los originarios heredaron de sus ancestros empaquetaron los descubrimientos que “no descubrieron” y los transformaron en “marcas” que venden recaudando mucho dinero gracias a una investigación que no realizaron. Eso se llama Biopiratería, es decir piratas que en lugar de andar con un parche en el ojo y pata de palo, van recorriendo las comunidades para espiar que recursos de la biodiversidad utilizan para llevarlos a su laboratorio sin dar nada a cambio a quienes experimentaron durante generaciones sobre el uso medicinal de una planta determinada. Los laboratorios patentan el remedio, lo registran como únicos propietarios. Esa explotación comercial sin la autorización de sus descubridores es absolutamente ilegal. De ese modo un bien colectivo compartido se privatiza y queda en muy pocas manos. En la actualidad tras identificar a los principios activos de los recursos biológicos son sintetizados artificialmente.
La biodiversidad (recursos biológicos) es un bien estratégico que se transfiere de regiones periféricas al primer mundo como sucede con el resto de nuestras materias primas a cambio de nada o de muy poco para su procesamiento regresando a nuestros pueblos de modo muy oneroso. La pandemia actual pone de manifiesto que la salud junto a la alimentación son temas prioritarios que no pueden quedar en manos de estos biopiratas. Es necesario que la región instrumente normativas legales para impedir un saqueo tan gratuito como injusto.
¿De quién es el horizonte?
¿Acaso la lluvia, el horizonte o las nubes tienen dueño? ¿Alguien puede clavar un cartel en el viento que diga “¡Esto es mío”! No son de nadie porque le incumben a todos. El horizonte le pertenece al viento y el viento a las nubes y las nubes a la lluvia y la lluvia a las plantas a los animales y a la gente. ¿Acaso un pájaro que anida en una rama se siente dueño del árbol? Simplemente lo habita y agradece el seguro sostén de la rama. Del mismo modo un pez no se cree amo del rio, lo ama, que es distinto. Las mariposas no se sienten propietarias de las flores.
Los pueblos originarios lo saben. Poseen esa sabiduría hace milenios. Nunca se sintieron dueños de la tierra sino parte de ella. Saben que la Tierra es lo permanente y nosotros y los que vendrán después, debemos cuidar lo que es de todos y como es de todos no le pertenece a ninguno. Los que estamos hoy aquí y los que vendrán mañana somos pasajeros. Todo lo que muere pasa a convertirse en otra cosa, la naturaleza equilibra sus elementos. Esa es la idea que debemos comprender. Me podrán acusar de utópico. Pero es necesario soñar, todos lo hacemos, unos solo sueñan dormidos y otros soñamos cuando estamos despiertos…
Por: Marcelo Valko, docente universitario argentino y autor de una docena de textos entre los que se destacan Pedestales y Prontuarios, El Malón que no fue, Cazadores de Poder, Pedagogía de la Desmemoria, Descubri-MIENTO; Ciudades Malditas Ciudades Perdidas y Los indios invisibles del Malón de la Paz.