Por: Róger Hernán Gutiérrez*
Hoy a ocuparme de este tema, quizás con un pensamiento arcaico y hasta profano, pero como ciudadano de la polis tengo algunas apreciaciones al respecto, una persona común podría entender que la ley (dura lex, sed lex), que es un principio del derecho un tanto arcaico, por cuanto mucha gente, no entiende la ley, pues nunca se la explican, y se aprueban las legislaciones con el mínimo de consenso, la mayoría de aquéllas termina siendo impuesta, por ello no estaría de acuerdo, por cuanto siendo la ley, entonces es de acatamiento forzoso para todo ciudadano, y hay que aplicarla por dura que parezca a quien se le aplica, que bien sabemos que en muchos casos no es a quien las debe, sino a quien las pague.
Son buenas las leyes, pareciera que si, en tanto rigen la armonía de la sociedad, esto fuera cabal, si no existieran diferencias entre ciudadanos, aunque se explica que la ley es igual para todos, no se cumple con la premisa, y al “chucho más flaco, se le pegan las pulgas”. La legislación siempre ha estado para favorecer a los grupos de personas con más poder y que tienen mucho que perder cuando hablamos de equidad e igualdad para todos en una convivencia quizás muy ideal.
Es aquí donde se parte, en la materia de las relaciones sociales de producción, donde están quienes detentan los medios de producción y quienes venden su fuerza de trabajo, no podemos decir por más que se diga que la ley es buena que esa relación laboral es equitativa, y es igual el patrono que el trabajador(a), esa idea nos la impuso el neoliberalismo y el Ministerio de Trabajo, es experto en aplicarla en los distintos procesos de demanda administrativa.
También está lo de adecuada, para quién dirían algunos, es siempre para el que dispone a su arbitrio y conveniencia del poder, la legislación es adecuada en tanto no se me aplique y sólo sea para los demás que tratan de llevar una lucha por la equidad y la igualdad. Acá hay referencias que mucha de la ley nos atosiga, y para unos eso significa que está funcionando, sin embargo las cárceles están llenas de gente que cometió un error, y se le ha castigado de una fuerte manera, y otros que no cometen errores, sino que actúan dolosamente y con toda la intención de favorecerse de manera ilícita, y para ellos (as) la legislación no existe.
Bien hasta aquí, observamos que la ley es un tanto sui generis, sólo sirve para determinada situación, que casi nunca existe, y empieza a torcerse la ley, para adecuarla a lo que se pretende legislar, y favorecer al grupo de interés, en una cultura de intereses anti solidarios, muy egoístas, poco creíbles, en mucho obscuros y siniestros, la ley termina siendo algo de adorno, y si es buena, el aplicador se encargará de hacerla que no funcione, y darle largas a un asunto de justicia, que es el objetivo de toda legislación.
Para ir resumiendo, la legislación surge con el objeto de alcanzar la justicia, en una sociedad donde las diferencias y patrones culturales son tan distintos, el jaloneo será una cuestión casi natural, pues muchos somos criados para el abuso, la arbitrariedad, la imposición y otros para la nobleza, la ética, la solidaridad—como siempre no hay puros y unos podemos tener más de esto que de aquello otro. Hay matices, los famosos grises.
En fin ese alcanzar la justicia nos lleva al planteamiento de derechos, que son los que nos definen, en tanto algunos los gozan y otros ni siquiera saben que los tienen—es importante que la legislación entienda el conflicto social entre derechos humanos y otros aspectos como la ganancia, el bienestar, lo público sobre lo privado, la plusvalía, el hacer negocio en detrimento de aquéllos.
Queremos justicia, que nos lleve a alcanzar derechos, para que nadie abuse e imponga sus intereses, eso se plasma en una legislación, que pretende ser buena, adecuada, que sirva y funcione a cabalidad, aun cuando hecha por los hombres y mujeres, el último elemento es que necesitamos que la hagan bien, que el proceso de formación de ley, tenga el consenso más fortalecido, con mucha participación democrática, y se canalicen los intereses de una manera democrática y no dominante. Esas dispersiones en las legislaciones, que no juntan, sino que dividen deben ser abolidas y formar otras que lleven a la unidad común; a buenos legisladores e instituciones que no se rindan ante la adversidad que podrían enfrentar.
*Sindicalista salvadoreño