Por: Marcelo Valko*
I- Existe una instancia de dominación que al ser menos urgente y evidente que las masacres y violaciones concretas pareciera encontrarse en un segundo plano. Existe una dominación que ejerce el poder que va más allá de la muerte, la tortura, la violencia sexual, o la sustitución de identidades o una cosmovisión por otra y que podemos catalogar como terrorismo simbólico que incluye a las anteriores e implica un estadio superior de dominación. Ejemplifiquemos lo que acabo de decir con el accionar de las distintas Dictaduras Latinoamericanas que impuso el Departamento de Estado que perpetraron una limpieza ideológica promoviendo exterminios y exilios. Cuando el general Ibérico Saint-Jean dijo poco después del golpe de Estado de Videla & Cia. “primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y finalmente, mataremos a los tímidos” no se trató solo de una bravuconada arrogante o un exabrupto que verbalizó sin querer. La idea que subyace en su consigna a primera instancia absurda y hasta contraproducente implica terrorismo simbólico: nadie está a salvo y quien detenta el poder lo ejerce con impunidad. Al punto que el dictador Videla en aquella entrevista en la que vistiendo un traje civil que no lograba humanizarlo dijo “un desaparecido no tiene entidad no está ni muerto ni vivo está desaparecido”. La profanación de vidas prosigue evaporando historias personales y pone de relieve otro aspecto del terrorismo simbólico. Se trata de la más siniestra de las violencias, tan desgarradora como la física y seguramente más profunda y duradera ya que continúa atormentando después del dolor físico se apaga en la piel mediante pesadillas nocturnas y pavores diurnos.
II- Esa clase de terrorismo excede la generación presencial que lo padece en carne propia. El horror tarda en decantar, se hace carne en la carne de los deudos. Incluso el espanto demora más de una vida en corporizarse y emerger en palabras como se advierte en indígenas que sobrevivieron a genocidios como Napalpí o Rincón Bomba en Argentina, Putumayo en Colombia o Maya Quiche en Guatemala. En el círculo íntimo de la familia, unos trasmiten el espanto aun en silencio y otros heredan esas no palabras y se contagian y se atragantan de lo impronunciable de “esa no entidad” que mencione antes. Sus efectos se perpetúan en la memoria oral de las siguientes generaciones. El dolor supera a las victimas iniciales que padecieron la violencia en carne propia. Los efectos de aquel terrorismo simbólico continúan en la actualidad mediante la devaluación de la humanidad originaria como puede apreciarse en el escaso espacio que el periodismo le destina a los padeceres concretos de los pueblos indígenas.
III- Los testigos de eventos dolorosos necesitan tiempo, años para elaborar el espanto como lo indican los testimonios de las mujeres detenidas en centros clandestinos que padecieron violaciones sexuales que recién décadas después esos episodios logran irrumpir en su memoria. El recuerdo de sucesos hondamente traumáticos requiere un lapso considerable para transformarse y emerger como memoria colectiva o individual. Es un proceso largo. El tiempo no cura las heridas, apenas la aleja, parece esconderlas pero la cicatriz no las disuelve con la perspectiva temporal. Algunas comunidades especialmente vulneradas por el terrorismo simbólico, precisaron varias generaciones para permitirse visualizar sus recuerdos reprimidos. En la actualidad, más de un siglo después del horror emergen los relatos orales de sobrevivientes a través de sus familiares. Hablar o discutir sobre la situación represiva no es algo que viene dado, por el contrario se trata de un grave problema interior que requiere de una serie de variables que permiten decantar los hechos para que pueda emerger lo siniestro.
IV- Si reparamos en el holocausto judío de la II Guerra Mundial junto con la posterior persecución y juzgamiento de los criminales, sin duda ese accionar judicial contribuye desde la esfera de lo real para elaborar un imaginario de salud mental que le devolvió a las victimas su categoría de persona. Los criminales racistas que trataban al otro como inferior, como subhumano, cosificándolo fueron castigados y por sobre todo fueron severamente censurados por la comunidad internacional. Es el mismo tratamiento que hoy, un siglo después de iniciado el genocidio perpetrado por Turquía comienza a concretarse para los armenios. En cambio en el caso de las masacre indígenas mencionadas y tantas otras muertes por goteo no ocurre lo mismo. Los crímenes no existen, los muertos son invisibles, los culpables son inocentes y poseen sus nombres y memorias limpias y hasta tienen pedestales. Ese es el punto. Tal autoría que permanece impune, no hace otra cosa que acentuar los graves efectos psicosociales causados por la impunidad resultante de ambos hechos. Eso es terrorismo simbólico. Tengamos presente que la discursividad emergente de tales situaciones intolerantes tiene como ejes la negación, la distorsión, la sustitución de los hechos y el silencio cuyos efectos tienen profunda incidencia en la construcción de la autopercepción, del nosotros inclusivo y de la relación de asimetría que se establece con el otro impune como hoy en día se observa en El Salvador con la masacre de El Mozote ejecutada por el batallón contrainsurgente Atlacatl. La culpabilidad queda en el vacío, permanece suspendida retornando de alguna manera sobre las víctimas catalogadas como “subversivos, colaboradores, simpatizantes, indiferentes, tímidos o indígenas” quienes son depositarios naturales de la culpa de ser otro. El discurso de silencio sobre el terror genera terror y sometimiento, la negación del dolor genera dolor. Y ese terror sin anclaje concreto donde fijarse produce severos trastornos. Es imprescindible acceder a la palabra que contribuye a la reparación de lo traumático. La palabra acompañada de justicia. Nombrar es el comienzo de la elaboración no sólo de la perdida, sino también del posicionamiento como individuo dentro de una comunidad que fue golpeada con el asesinato que instauró en su relato de ser-en-el-mundo una herida profunda en su mismidad como seres humanos. Cabe preguntarse por último, que si bien toda pérdida siempre presenta un margen de inelaborabilidad: ¿hasta qué punto ese margen se extiende cuando además de la no justicia, se niega e invisibiliza la existencia del suceso? ¿Hasta dónde es posible elaborar la percepción de la constante impunidad de los victimarios y la permanente indefensión de las víctimas en tales circunstancias? Que la justicia no llegue y deje sin sanción crímenes evidentes deja latente la posibilidad de la repetición, que el crimen se reitere. Eso es terrorismo simbólico. La no justicia es la otra cara de tal inequidad que busca dominar.
V- Esta nota surgió pensando en Víctor Basterra sobreviviente del Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio de la ESMA2 fallecido recientemente. Tras resistir a dos paros cardiacos debido a la tortura y dado su oficio grafico fue utilizado por sus captores como trabajador esclavo y lo destinaron a fotografiar detenidos-desaparecidos para los archivos y también de los represores. Cuando le autorizaron breves salidas se las ingenió para sacar esos negativos que fueron pruebas fundamentales en los posteriores juicios de lesa humanidad. Esa lucha contra el terror lo mantuvo entero y de alguna manera se convirtió en la voz y la imagen de tantos que ya no están. Neruda escribió alguna vez “Yo vengo a hablar por vuestras bocas muertas”. Basterra tal vez no conoció aquel poema pero lo hizo. Habló a través de esas pruebas, rescato el silencio del silencio. La memoria en acto lo mantuvo entero y en pie y le permitió seguir. Es lento, pero viene…
*Autor de numerosos textos, psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena.
1- Ubicada en la ciudad de Buenos Aires fue el mayor campo de concentración durante 1976/1983 por donde pasaron más de cinco mil detenidos que fueron desaparecidos.