Ladrillo

Por: Francisco Parada Walsh*

Amo la música, particularmente el tango por el contenido vívido de sus letras, esas canciones que más parecen llantos donde el drama humano se canta, se sufre, se baila. Son canciones proféticas, hermosas donde con el correr del tiempo siguen vigentes, hombres como Gardel, Discépolo, Olimpo Cárdenas nos deleitan y nos revuelcan en ese merequetengue enseñándonos a abrir los ojos, a viajar en ese tiempo y ver que nada ha cambiado, que los ignorantes nos han igualao, que da lo mismo ser un burro que un gran profesor.

Ladrillo o ladrón seremos todos, con muy raras excepciones, rarísimas, aun creo que en este mundo nadie se escapa, nadie; consideramos al ladrón como aquel tipo que usa un antifaz y se esconde en un lugar apartado, oscuro esperando a su víctima acercarse, eso es lo surrealista de El Salvador de los Ladrones; el ladrón del siglo XXI no usa antifaz, luce finos trajes, inmaculadas gabachas blancas, trajes de plomero y tantas profesiones que se desvirtuaron para cometer ilícitos; no espera agazapado a su víctima, le roba en su cara y en su nombre; le roba sueños, verdades, futuros, anhelos y todo aquello que parece intangible, no sé en qué categoría entra mi persona pero no puedo decir que nunca he robado, en este momento estoy robando su tiempo mientras lee estas sencillas líneas.

Dejemos a Cárdenas que cual Dios del Olimpo nos lleve en un frenesí al mundo del Ladrillo, de ese tango hermoso, hermosísimo: “En la penitenciaria, Ladrillo llora sus penas cumpliendo  injusta condena aunque mató en buena ley”.

Cualquiera puede ser Ladrillo, El Salvador de Qué está construido de ladrillos y si fuéramos condenados no habría cárcel que dé cabida a tantos ladrones que hay; aquí no se mata en buena ley, se mata por matar ¡Qué duro! una frase conformista dice: “El rico no tiene necesidad de robar”: ¡Qué gran equivocación! En El Salvador de los Ladrones me ha asaltado el rico y no el pobre, desde que nací mi vida pertenece a un dios bipolar  con apellidos rimbombantes al que debo mi vida, in útero ya mi vida pertenece a un ladrillo a quien pago mis estudios, medicamentos, estudios superiores que más parecen inferiores, la hipoteca maldita, me roban centavos en una cuenta que se cerró por determinada situación, me acuchillan con los altos intereses de las tarjetas de crédito y aun, por estacionar mi carro en un centro comercial, ¿Quién es más ladrón?: ¿Ladrillo o el elegante ricachón?: No lo dudo, el rico de dinero y no se aburren de saquear a este sufrido país, los zaqueos nos saquean y callados nos quedamos.

“Los jueces lo condenaron sin comprender que ladrillo fue siempre bueno, sencillo, trabajador como un buey”. Gardel no nació en Francia, dejó su ombligo en la calle Celis; conocía al salvadoreño, lo describe tal cual somos, esos hombres siempre buenos, sencillos, trabajadores más que un buey; eso somos, la pobreza no es un estado de la suerte sino algo bien estructurado para que soñemos en algo, en que un día saldremos de ella, claro, saldremos de ella con las patas tiesas hacia adelante; quizá somos demasiado buenos, muy muy sencillos y no alcanza el día para cumplir la faena; el diario vivir del salvadoreño es duro, triste, donde apenas cierra los ojos y empieza a sentir la puya  que debe levantarse, a trabajar y muchos agradecen al patrón por permitirles hacerlo más rico, más poderoso, más ladrillo.

Ladrillo está en la cárcel, el barrio lo extraña, sus dulces seratas ya no se oyen más, los chicos ya no tienen a su amigo querido, que siempre moneditas les daba al pasar”. Ladrillo es ese pueblo salvadoreño generoso, que entre la caridad y la sumisión nos movemos. Nuestros ladrones gordos y mantecosos o flacos y amarillentos  enfermizos regresan de la cárcel  cual héroes de guerra pintándose la cara no con henna, no, la pintura que usan es roja, es nuestra sangre, nuestro futuro; una sociedad que ve a un ladrón como alguien que se le debe respetar tiene sus días contados. No extraño a ningún ladrón ni ellos extrañan a El Salvador de los Ladones que cada día está más anémico, más débil, más enfermo.

“Los jueves y domingo se ve una viejita llevar un paquetito al que preso está, de vuelta la viejita los niños preguntan Ladrillo cuándo sale, solo Dios sabrá”. Siempre la madre patria queriendo salvar a su torcido hijo, llevándole comidita, algunos pesitos con la esperanza que un día saldrá; debe el Salvador de los Ladrones gritarle y cantarle a la sorda ancianita: “Su hijo nunca saldrá, las guaras y gallinas por las que lo condenaron en una jaula lucen en una casa de cristal, en El Salvador de los Ladrones no se roban gallinas sino millones y nadie dice nada, todos callan y el vulgar Ladrillo se convierte en un gran señor.

 “El día que con un baile su compromiso cellaba, un compadrón molestaba a la que era su amor, jugando entonces su vida, en duelo criollo Ladrillo le sepultó su cuchillo, partiéndole el corazón”. Morir por la amada vale la pena, morir por un hombre tachonado de errores no se debe hacer, somos los títeres donde el titiritero nos mueve a su antojo cual simples marionetas, nos confronta, nos amenaza y creemos en él. Quizá Gardel debió haber agregado otra estrofa que diga algo así: “Todos los ladrones de El Salvador robaron conciencias, tiempos, futuros e inocencias y entierran lo robado, son varios cientos de millones, en meses salen libres a darle rienda suelta a su loca vida, otros huyen a vecinos países donde obtienen una nueva licencia…para matar, para robar…Es Jimmy Page quien toca el bandoneón y su estridente voz canta: ¡Ladrillos, malditos ladrillos, saquearon a un pobre pueblo quitando tierras de un plumazo, nada ha cambiado, siguen siendo ladrillos, ladrillos de verdad!

*Médico salvadoreño

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