Por: Francisco Parada Walsh*
“Lo llaman el Benjamin Button de la vida real. Es que Sam Berns, un joven que residía en Foxbrough, Massachusetts, fue diagnosticado con progeria a los 22 meses de vida y tras una larga batalla con la enfermedad, fallecio a los 17 años”. Algunos que me conocen saben que siempre he dicho que nací sabio y en la medida que envejezco me vuelvo torpe, lento y olvidadizo. Personalmente tener mi segundo apellido con algún origen extranjero solo dice que dos personas se amaron, uno era un extranjero y la otra mi bisabuela o abuela; que disfrutaron de la pasión humana a medio o a todo esplendor no me queda duda.
Como decía el cura de mí, de su y de la otra parroquia: “Averigüen el origen de sus apellidos, sobre todo de aquellas personas que se ponen hasta tres apellidos”. ¡Qué alegría para ellos haber tenido dos tatas! Sin embargo en la medida que envejezco puedo ver a mis contemporáneos que viajan en una regresión a más no poder. Con la actual tecnología y el uso del whatsapp cada amigo me envía diferentes presentes virtuales, nadie quiere hablar, todo se reduce a un audio o a leer un decálogo de la vida sin sentido. Personas que sobrepasan la séptima década de la vida enviándome flores, pajaritos y más solo dice lo perdido que estamos.
Aquel gozo de escuchar la voz del interlocutor, platicar tranquilos cual se toma un café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza y se fuma un cigarrillo, esperar el “ring” del teléfono y empezar a soñar. Cada día veo la decadencia y la nula decencia de una generación o de muchas que se han vuelto locos, locos por enviar una rosa virtual, pacientes cuaternarios como el amonio enviándome audios y videos de situaciones muy particulares; se vive en una regresión donde el mayor quiere ser menor y el menor quiere que se detenga el tiempo, nadie quiere la vejez.
Sesentonas y sesentones, setentones y setentonas donde la mente solo reproduce el video que circula en redes sociales; aun en el área rural en la que medio vivo y medio muero todas las personas mayores disponen de un táctil donde todo es “estar en la onda, todos quieren ser “cool”; creo que nadie lee mis artículos pero envían las gracias escritas y habladas adornadas con animalitos, flores y un mundo de señales. Poco a poco me doy cuenta que vivimos en una franca regresión donde el talento queda abolido, no es una independencia a la cultura sino una dependencia a la ignorancia.
Realmente disfruto esa regresión cual Benjamín Button, que nació viejo y poco a poco sufre ese viaje a la infancia, a sus meses de recién nacido, a estar in útero; ¿Cómo me puedo molestar porque una persona mayor quiera estar a la moda? No, no me molesta. Nadie quiere envejecer, eso sí me preocupa pues en mi caso la vejez la asumo como viene, de patada, sin avisar y debo recibirla de la mejor forma, poco puedo hacer, muy poco.
Mi fervoroso deseo es vivir una cantidad de años donde no sea carga para mis gatos amigos, mis amados perros ni para algunas personas cercanas que mantenemos una sincera amistad: Hasta ahí, no pido vivir cual el Matusalén salvadoreño, ni lo quiero, no lo merezco y no lo deseo pero ver a cuates cuaternarios queriendo ser bichos sí me preocupa y mucho pues en cuanto estiren las patas en vez de acta de defunción se le dará un acta de nacimiento ¡Qué mundo más loco! Me opongo rotundamente a que se me considere un viejo queriendo ser joven, ese viejo que tanto critiqué que mi tata tenía dentro, viejos rabos verdes detrás de una bella infanta, claro, a la bella damisela solo le preocupa el billete y las lágrimas de sufrimiento de un anciano artrítico y decrépito, poco le puede importar.
Seamos sinceros, no nos dejemos llevar por sabores, olores ni colores; aceptemos la vejez y no imitemos a Button, no, dejemos el táctil a un lado y vivamos nuestra vejez con alguna dignidad, alguna. La que un día fue la más bella ahora es una tierna abuelita, el hombre musculoso es apenas una sombra maltrecha. Tengo cincuenta y seis años, creo que a los sesenta soy un miembro de la tercera edad. No quiero ser Francisco Button sino el simple “El Pancho Parada”; una vez que se acabe la peseta, todo termina, todo y seré polvo en el viento, ese polvo que me hizo y al que he de volver.
*Médico salvadoreño