El poder es parte de la realidad humana. Sin el ansia de poseerlo no se entiende, por ejemplo, al presidente Donald Trump o a muchos de los líderes políticos y económicos de Centroamérica. Los apasionados por el poder sueñan con él. En El Salvador, el afán de asegurarlo o acrecentarlo, o el miedo a perderlo, está presente en cálculos, frases y anuncios publicitarios. Cuando se acercan las elecciones, esa dinámica se agudiza, echándose de menos propuestas que enfoquen la problemática nacional y que estén acuerpadas por un amplio colectivo ciudadano o político. Ante ese vacío, algunos analistas incluso se contentarían con que los candidatos a diputados se comprometieran a lo mínimo: respetar el Estado de derecho y aceptar alguna forma de auditoría civil. Pero los partidos deberían ir más allá de eso para la gobernanza del país.
El Salvador está en un proceso de envejecimiento poblacional. Según cálculos internacionales, a finales de este siglo el país tendrá menos de cinco millones de habitantes. Y los mayores de 60 años, que ahora son menos del 15% de la población, serán cerca del 30%. Lo lógico sería prepararse para esa situación en todos los aspectos, pero a los partidos no parece interesarles pensar en el largo plazo. Les importa más gozar de un trozo, aunque sea pequeño, del pastel del poder que tener una posición seria sobre el desarrollo del país a futuro. Si la tuvieran, propondrían un sistema de pensiones universal que enfrentara el problema del envejecimiento poblacional. El actual sistema, bueno solamente para los accionistas de las administradoras de pensiones, tiene que ser reformado, y probablemente nacionalizado, para subsanar sus graves deficiencias.
Aristóteles decía que las revoluciones y la violencia nacen con frecuencia de la desigualdad. Lo mismo dice la gran mayoría de investigadores y cientistas sociales hoy en día. ¿Algún partido ha pensado seriamente en cómo reducir la desigualdad de un modo eficiente y urgente en El Salvador? Hablan del tema, sí, pero solo haciendo referencias esperanzadas al mercado. Por este profundo empobrecimiento de la política no es extraño que Nayib Bukele haya llegado al poder. Quienes ahora lo censuran desde la política son la causa de que él presida el Ejecutivo. Su crítica constante a los políticos tradicionales, su estilo desenfadado y juvenil, su autoritarismo, su propaganda omnipresente y sus promesas de un futuro mejor, aunque no tengan base, resultan para mucha gente mucho más atractivas que la vaciedad sosa y repetitiva de los partidos tradicionales. Si se quiere frenar un populismo autoritario que nos hunda en mayores tensiones, deben formularse planteamientos políticos serios y bien estructurados de reforma económica y social.