Dado que sus coincidencias son tantas, es difícil evitar las comparaciones entre el presidente salvadoreño y Donald Trump. Ambos utilizan Twitter para gobernar, fomentan el discurso de odio y han convertido a la mentira en política pública. Ambos son expertos en la manipulación mediática y han desdeñado la Constitución y leyes de su país. Ambos creen que son los mejores mandatarios de la historia y se regodean en su megalomanía. A pesar de todo lo anterior, ambos gozan de popularidad y tienen miles de seguidores, muchos de ellos fanatizados en extremo.
Los sucesos del 6 de enero en Estados Unidos han hecho recordar lo que vivió El Salvador el 9 de febrero de 2020 en la Asamblea Legislativa. Hace casi un año, Bukele tuvo uno de los mayores exabruptos de su carrera, cometiendo uno de sus errores políticos más graves. El presidente amenazó con tomar el control de la Asamblea Legislativa en una especie de autogolpe. En el país del norte, los trágicos hechos en el Capitolio, que se han cobrado la vida de cinco personas, fueron producto de la instrumentalización de los fanáticos de Trump, quien hizo su apuesta más temeraria e irresponsable contra lo que él calificó, sin presentar pruebas, como una elección fraudulenta.
Algunos analistas califican la acción de Trump y sus seguidores como un intento de golpe de Estado, un tema en el que Estados Unidos tiene sobrada experiencia, pero lejos de su territorio. El presidente estadounidense, al igual que el salvadoreño en su momento, incitó a sus seguidores y después intentó retractarse. Trump animó a sus partidarios a que fueran al Congreso a “luchar”contra el resultado electoral. Ahora, ya derrotado y con una condena mundial sobre sus espaldas, llama a la reconciliación. Por su lado, Bukele acarreó a empleados públicos el 9 de febrero para protestar a las afueras de la Asamblea Legislativa y luego, rodeado de policías y militares, ocupó la silla del presidente de ese órgano de Estado. La versión que Bukele y los suyos manejaron después para intentar maquillar su afrenta a la democracia solo convenció a los que viven de espaldas a la realidad.
A pesar de las diferencias abismales entre El Salvador y Estados Unidos, el último asalto de Trump a la institucionalidad debería servir de espejo para lo que puede suceder acá. El magnate abandona la presidencia de su país por la puerta de atrás. Su era termina dándoles el poder a los demócratas, quienes han ganado la jefatura de Estado y tendrán mayoría en las dos cámaras del Congreso. La gesta de Trump enseña que el discurso de odio, el uso de fake news, la manipulación mediática, el racismo, el machismo, los insultos y el desprecio hacia los adversarios emponzoñan la convivencia social hasta llevar a la violencia y a la ruptura de la legalidad.
Editorial UCA