Por: Francisco Parada Walsh*
Pocas veces había reparado en las imperfecciones de mi rostro, de a poco me he alejado del espejo y ya no es algo que importa en mi vida pero esta semana vi a un francisco que no conocía, el paso del tiempo causa estragos morales y físicos y pude ver con detenimiento a ese hombre diferente. Entré al espejo por unos minutos, Salí escupido a mi realidad, quizá demasiada dura pues no imaginaba a quién vería.
Todo ha cambiado, los surcos de la vida se manifiestan en arrugas que no dicen las batallas luchadas sino simplemente reflejan la vejez; dudo mucho que sucumba a dejar de ser ese, prefiero ser ese desconocido que alguien falso, ficticio, mentiroso. Puedo mentir a otros aunque sea yo el engañado pero no puedo mentirme de esa forma, demasiado dura; debo aceptar los cambios que la vida trae, transformaciones obligadas que no puedo enfrentar y sí debo aceptar.
Poco a poco la despigmentación que causa el vitiligo avanza como una enfermedad incurable, algo que un día golpeó mi ego, ahora lo veo como cicatrices de la vida, no sé qué herida provocó en mi tal enfermedad pero me es irrelevante, todos somos iguales, todos. Nadie quiere adolecer de una u otra enfermedad, nadie; sencillamente una enfermedad llega, puede ser aguda o crónica pero nadie quiere estar enfermo, los estigmas solo existen en las mentes dislocadas.
Mis ojos perdieron el brillo, poco a poco llenan dos cuencas temporales a diferencia de la cuenca permanente que me abrazará y no me permitirá salir; no puedo imaginarme perder la vista y no volver a leer sin embargo a todos nos puede suceder. Mis oídos y orejas peludas dejaron de ser aquellos caracoles que escuchaban casi siempre lo que no debían y lo que sí interesaba era inaudible, entiendo que la edad no perdona y como tal acepto estas derrotas temporales. Todo podemos comprar menos vida, menos pasado, menos historia; lo que nunca me gustó fue portarme bien en la vida, hacer la fila existencial para llegar a traer mi jubilación, no tengo futuro y en eso radica la vida, en lo incierto, en lo mágico, en la nada.
No puedo llegar a una tienda a comprar juventud, no, la juventud se pierde o se gana y no puedo decir nada ya que cada cabeza es un mundo y soy el menos indicado, perdí mi juventud en ser feliz y eso no tiene precio. Veo en el espejo a un francisco diferente, la gravedad no perdona y no hay malicia, ésta quedó muy atrás como muchos dolores, muy atrás. El espejo es mi amigo y aun ese francisco que veo no soy yo ni me llamo francisco.
Aspiro a dejar un mundo mejor aunque lo dudo, poco tiempo me queda en el planeta Tierra Roja y no he logrado siquiera mejorar mi mundo, ¿Cómo voy a dejar y a mejorar mundos ajenos? ¡Imposible! Debo aspirar no drogas sino solidaridad, respeto, humildad; que para algo sirva mi nariz quebrada por la violencia y por la herencia. Mi boca es mi única arma, grito las injusticias y las justicias; estoy contento de no portar armas de fuego pues tienen un objetivo, prefiero portar armas cuyos cartuchos son las cuerdas vocales, el galillo, el arrojo de gritar mientras pueda; esa voz en parte heredada se vuelve calma, mas solitaria y ni los gatos y perros amigos me hacen caso.
Entiendo que todo es un ciclo, no sé cuánto tiempo más seguiré en este mundo y poco me importan los cambios sufridos por mi geografía física y aun dentro de esa anatomía topográfica imperfecta hay fronteras, torpes fronteras que no permiten el libre tránsito de la boca al cerebro y viceversa ¡Qué mundo!, algunos cambios son más profundos, son del alma, son de Dios, quizá demasiados sencillos pero los más importantes.
*Médico salvadoreño