Por: Leonel Herrera.
Las campañas electorales en El Salvador siempre se han caracterizado por irregularidades como el irrespeto a los plazos legalmente establecidos, abuso de recursos y de cargos públicos, propuestas demagógicas y la apelación a las emociones de la gente, sobre todo a sus miedos. Sin embargo, la actual campaña para los comicios legislativos y municipales del 28 de febrero próximo es peor que cualquier otra en el pasado reciente.
Entre los agravantes de la actual coyuntura proselitista están el estilo extremadamente confrontativo, el discurso de odio y la popularidad presidencial como elementos centrales de la estrategia del partido gobernante. Nuevas Ideas tiene dos tipos de mensajes: los que alimentan el rechazo hacia los partidos tradicionales, que llaman a “sacar a los mismos de siempre de la Asamblea Legislativa”; y los que apelan a la figura presidencial, pidiendo votar por “diputados que trabajen con el presidente”.
Pero vamos por partes. Primero hay que hablar de las ilegalidades e ilegitimidades de la campaña. Todos los partidos, sin excepción, hicieron proselitismo antes de los períodos establecidos en el artículo 172 del Código Electoral: dos meses antes de las elecciones, en el caso de las diputaciones, y un mes antes para consejos municipales. Según registros del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Nuevas Ideas fue el más denunciado, seguido por GANA, ARENA y FMLN. Al partido de Nayib Bukele se le suma la campaña indirecta que ha realizado a través de la incesante y omnipresente publicidad del Ejecutivo.
Otra ilegalidad es aprovecharse de recursos estatales y de cargos públicos para hacer proselitismo, lo cual violenta el Artículo 218 de la Constitución, según el cual “los funcionarios y empleados públicos están al servicio del Estado y no de una fracción política determinada”, y que “no podrán prevalerse de sus cargos para hacer política partidista”. Caso emblemático es el de Mario Durán, quien siendo ya candidato a alcalde de San Salvador por Nuevas Ideas, utilizó hasta donde pudo su cargo de ministro de Gobernación, especialmente para entregar paquetes alimenticios gubernamentales en comunidades del municipio capitalino.
Pero la violación mas grave a la referida disposición constitucional es el uso de la figura del presidente Bukele para hacer campaña: pedir que la gente elija “diputados que trabajen con el presidente” o que vote “por la N de Nayib”, es una flagrante violación a la Constitución. Nuevas Ideas imita al ex presidente arenero Antonio Saca cuando, en las elecciones legislativas y municipales de 2006, aprovechando su popularidad pedía más diputados de su partido y decía que “un voto por ARENA era un voto por Tony Saca”.
Además de ilegal, la actual campaña tiene como segundo rasgo distintivo un déficit de propuestas serias, coherentes, viables y pertinentes para resolver los principales problemas del país. Partidos de oposición prometen vagamente “defender la democracia y la institucionalidad”, o advierten sobre los peligros que representa una mayoría parlamentaria de Nuevas Ideas y sus aliados. Pero, nuevamente, es el partido de Bukele el que menos propuestas hace: por ir arriba en las encuestas y tener de su lado la popular figura presidencial, consideran innecesario proponer.
Su mensaje es votar por el partido del presidente, sin preocuparse por decir cómo van a resolver la crisis de las finanzas públicas, el deterioro ambiental, la corrupción, el desempleo, el endeudamiento externo, la crisis del agua, la violencia de género y demás problemas que afectan la vida de la gente. No dicen con qué leyes o decretos van a acompañar la gestión del presidente, sólo piden votar por la letra inicial de su nombre. Es una campaña ridícula, vacía y que derrocha millones de dólares cuya procedencia es desconocida, ojalá no sean fondos públicos o dineros ilícitos.
Y la tercera característica de esta campaña es la violencia. Como buen imitador de Donald Trump, Bukele ha difundido un discurso confrontativo que descalifica y estigmatiza a todos los que considera oponentes, legitima la intolerancia y refuerza la cultura autoritaria. Esta odiosa retórica presidencial tarde o temprano provocaría actos de violencia física, además de la violencia simbólica que se difunde principalmente en redes sociales.
El editorial de ARPAS del pasado 8 de enero advertía sobre las peligrosas consecuencias de la instalación de estos sentidos autoritarios en el imaginario social: “Igual que Trump validó en su relato gubernamental los anti-valores de los sectores más retrógrados de la sociedad estadounidense, Bukele incorpora mensajes de odio que podrían generar hechos o situaciones de violencia que afecten la convivencia pacífica y la armonía social que como presidente debería propiciar, según ordena el Artículo 168 de la Constitución”.
Ojalá nos hubiéramos equivocado, pero lamentablemente no. La tarde-noche del domingo 31 de enero, fanáticos del presidente Bukele, que resultaron ser empleados del Ministerio de Salud (uno de ellos agente policial), dispararon contra un grupo de militantes del FMLN que se conducían en vehículo hacia una sede partidaria para dar por concluida una jornada proselitista. Dos personas, un hombre y una mujer, fallecieron y tres más están gravemente heridas.
La reacción de Bukele -en vez de condenar el hecho, solidarizarse con las víctimas, exigir una profunda investigación y llamar a la no violencia electoral- fue insinuar que se trataba de una autoatentado. Luego, cuando esa versión fue desmentida por las primeras diligencias de la Fiscalía, pasó a plantear la idea de un enfrentamiento entre los activistas partidarios y los atacantes armados. Al momento de escribir este texto, el irresponsable mandatario y sus secuaces insistían en que se trató de un “intercambio de disparos”, presentando como supuesta evidencia un video probablemente manipulado por la Policía.
Ilegal, sin propuestas y violenta. Así es esta campaña electoral. Sus resultados, por tanto, serán ilegítimos, aunque estén validados por el TSE. Ojalá que, en el tiempo que aún queda, la ciudadanía democrática y sus organizaciones se hagan oir con más fuerza y cambien aunque sea un poco esta deplorable situación.