Incrustado en el corazón del Pulgarcito de América —como se le conoce a El Salvador—, se encuentra Héctor Hernández, uno de los artistas plásticos que crea sus obras con las vivencias y las experiencias de su pueblo.
Hernández nació un 11 de julio de 1953, oriundo de la colonia Cucumacayán —de las más antiguas de San Salvador—, cerca del cementerio La Bermeja, a unos metros del bulevar José Arturo Castellanos (antes, Venezuela) y colindante con la colonia 3 de mayo.
Actualmente, el artista es el nuevo coordinador de la Comisión de Educación Artística No Formal de la Dirección General de Redes Territoriales del Ministerio de Cultura, que tiene como fin “posibilitar el ejercicio del derecho de la población local a acceder y disfrutar de los programas nacionales de educación artística no formal y a la difusión artística y literaria”, como reza en el artículo 89 de la Ley de Cultura.
A continuación, parte de su formación en las artes plásticas y las proyecciones de la nueva comisión, que en la actualidad administra desde la Casa de la Cultura de El Centro, en San Salvador.
Maestro, coméntenos un trozo de su formación inicial.
En la infancia estudié en la misma zona, en la Escuela Santiago Ignacio Barberena; allí concluí la primaria. Luego pasé al plan básico —de séptimo a noveno grado— en la Escuela Nacional de Artes Gráficas Carlos Alberto Imery, ubicada sobre la 17 avenida sur —donde hoy se ubica la Dirección de Publicaciones e Impresos—. Fue en los años sesenta.
Con la Reforma Educativa cierran la escuela y nos mandan al Instituto Nacional General Francisco Menéndez (INFRAMEN) a completar la formación.
Por un tiempo me dedico a trabajar; luego, en los 70 veo un aviso de las escuelas libres del Centro Nacional de Artes (CENAR). Estaba en San Jacinto, donde es el Hogar del Niño. Allí inicio en Dibujo Comercial, mi primer paso por las artes gráficas.
Estando en el CENAR me doy cuenta que por las mañanas había clases de dibujo y pintura, me inscribo y estudio por tres años. Esto me da una alternativa para formarme como artista. Recientemente acaba de fallecer mi maestro y mentor, Pedro Acosta García, quien me transmitió su filosofía de vida y la disciplina.
¿Cuál fue su primera obra?
La escuela te va construyendo. Había un “Belvedere”, de Miguel Ángel, es un torso cortado, se ve como una pieza que no terminó el maestro, pero tiene tanta energía, tanta fuerza y es tan retadora para dibujar. El día que la terminé sentí que había logrado muchas cosas. Sin embargo, al terminar cada dibujo le decía al maestro —Acosta García— “¿puedo hacer un dibujo mío?”, siempre comento esta anécdota porque me motiva a la búsqueda de posibilidades nuevas. Es decir, el mismo dibujo empezaba a rediseñarlo, a construirlo y a agregarle cosas; marcaba áreas fuertemente, estaba agregando una propuesta personal y reconstruida de manera académica, tal como me orientaba mi mentor y que hoy refleja la evolución e investigación de mi trabajo.
¿El CENAR fue su único proceso formativo?
Hice un año de arquitectura en la Universidad de El Salvador, dejé de estudiar por factores económicos; posteriormente, estudio Diseño Gráfico en la Escuela de Artes Aplicadas Carlos Alberto Imery de la Universidad José Matías Delgado —Facultad de Cultura General y Bellas Artes Francisco Gavidia— (1978).
Tenía como maestros a Roberto Galicia —director de la Escuela de Diseño—; Pedro Acosta, Miguel Ángel Orellana y la Negra Álvarez, entre otros. La Escuela de Artes Aplicadas quedaba en la calle Arce, entre la 17 y la 19 avenida norte.
Con amplio recorrido académico y práctico, me convocan de la Universidad de El Salvador para que colabore en la estructuración de la malla curricular de la Escuela de Artes —1985—; cuando es aprobado el pénsum, deciden contratarme como docente.
La escuela no contaba con local fijo para dar las clases; los docentes y los estudiantes que iniciaron la carrera de Artes Plásticas nos encargamos de recuperar mesas y sillas dañadas que se encontraban abandonadas en otras facultades.
¿Para un artista, la época de guerra fue muy complicada?
En este país ser artista es bien complicado, es un estigma y un enigma. Siempre ven a los artistas como personas muy aisladas, aunque algunos han evolucionado por su relación con los estatus burgueses, pero porque su relación es así.
Ese fenómeno de la guerra nos marcó, la ventaja es que yo tenía un trabajo como docente en la universidad, eso hace la libertad que ustedes ven en los murales: La fuerza, la forma, el color y la consistencia.
Yo interpreté la guerra como el hombre enfrentándola, el hombre construyendo posibilidad de integralidad. La unidad fue un elemento conceptual que tuve y tengo. Sigo siendo crítico, porque la línea del mural ha sido para denuncia, para transformación social.
Hicimos muchos murales clandestinos, eran hechos a la ligera, no puedo acordarme. En la U (Universidad de El Salvador) elaboramos varios, pero que el tiempo se los comió porque no eran de materiales buenos y duraderos.
El único de los murales de mi autoría en la U se encuentra en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales, se titula “Madre identidad”, en este encontramos la relación que debemos tener: La unidad.
En la obra se visualizan dos grandes polos de negación: La pobreza y el monstruito que es el Fondo Monetario Internacional, aquel que devora a los países latinoamericanos; la mujer es la figura principal, representa a la madre identidad con un montón de brotes de búsqueda, de encuentros, donde cada persona somos identidad.
¿Cuáles son sus proyecciones como nuevo coordinador de la Comisión de Educación Artística No Formal?
Transmitir a la población mi base filosófica, que es la identidad gráfica, entendiéndola como aquellos procesos de expresividad que cada uno de nosotros tiene. Todos agarramos un lápiz o un palito para trazarnos en el piso una figura, dejemos que una niña o un niño pinte y hará miles de cosas.
Sin embargo, el proceso educativo actual lo muta y la realidad nos lo niega. Por ejemplo, nuestras madres no van a querer que manchemos los cuadernos de matemática con dibujos, peor las paredes. Van negando la posibilidad expresiva que tenemos todos.
La identidad gráfica es darse cuenta que tenemos una potencialidad de poder hacer. Quiere decir que me enfrento yo y mi capacidad de pensamiento y hacer las cosas. No estoy refiriéndome a una escuela formal que hable de lo clásico o de lo moderno. No le antepongo contexto académico a mi proceso, por medio de ejercicios voy valorando mi propia identidad.
¿La identidad gráfica es un concepto de educación no formal?
Sí, desde la Casa de la Cultura de El Centro ya impulsamos algunas experiencias: Con estudiantes del Centro Escolar Católico Monseñor Esteban Alliet elaboramos un mural en la plaza central del municipio de Ciudad Delgado; también, (otro) con docentes y alumnos de kínder Los Periquitos, Apopa, ambos como parte de las acciones del programa Actívate por la Convivencia.
La identidad gráfica que enseño consta de tres pasos. En primera instancia buscamos e inducimos a la niñez y la juventud a que se den cuenta que su entorno es la esencialidad, que es el punto referencia a partir del cual pueden encontrarse. Hacemos ejercicios, atendiendo las preguntas: Dónde usted vive; cuál es su lugar preferido (el árbol de mango, la esquina o el parque); por qué te gusta tanto, entre otras inquietudes. Estos ejercicios tienen una carga emocional, de contextualizar y de sentimiento. Si es importante para ti, dibújalo; aquí no importa la capacidad que tenga para dibujar.
En este proceso de enseñanza, el pequeño comienza a dibujar el contexto —que incluye a las personas— y desde allí, uno empieza a cuestionarlo, lo empieza a meter en su imaginario y a interpretar su entorno. La niñez ve la realidad cargada de muchos sentimientos, valores, con lo cotidiano y con la libertad de hacerlo. Es una construcción lenta.
Usted mencionó tres pasos ¿cuáles son los otros?
El segundo componente es la parte metodológica de la forma ordenada de ver y hacer las cosas, pero que no son uno, dos o tres; porque después de uno, puede ser tres. Las ideas deben tener sentido, una con respecto a la otra.
Les pregunto ¿qué hacen cuando comen?, no importa si cuando inician parten la tortilla y después agarran el arroz, pero tienen un orden al hacerlo; eso hay que construirlo. Le decimos a los chicos que hay un proceso. Aquí unimos dos cosas: Si yo sé donde estoy, yo puedo organizar una idea. Enseñamos que las cosas no son individuales, están conectadas a otras.
El tercero es el taller, es la práctica. Aquí los orientamos sobre cómo pueden dibujar y colorear. El mural de Apopa tiene esos componentes: Se empezó la construcción teóricamente, sobre la participación, los derechos, se iban haciendo bocetos, luego se unieron esos bocetos, sin embargo antes se tuvo que teorizar.
¿Son murales participativos?
Sí, construimos y dibujamos. Es la idea de la comunidad o de la población; son procesos colectivos de desarrollo y de encuentro con las personas.
Con la implementación de estos murales hablamos del proceso de desarrollo popular, de la identidad gráfica, donde la gente valora y comprende lo que es, lo que tiene como herramienta de expresividad.
Hay que tener presente que el arte no es paliativo para la prevención de la violencia, es un concepto errado. El arte es emoción, es amor, es sustancia de valor. Si tenés estos elementos vitales, vas a ver el entorno con otros ojos.
Si construimos un andamiaje como el que propongo, estaríamos hablando de que la niñez y la juventud tienen la oportunidad de hacer cosas, tienen el componente de creatividad. No les vengo a decir qué hacer, son ellos lo que dicen qué quieren hacer. Hay miles de jóvenes; estos proyectos sirven para revitalizar su propia actitud, van a poder liberarse y desarrollar obras genuinas, murales que nacen en el seno de las comunidades, del pueblo.
¿Cuánto tiempo puede durar este proceso de enseñanza no formal?
La identidad gráfica se puede implementar en tres meses, pero el proceso no termina allí, quedan pendiente la elaboración de los murales. Desde las Casas de la Cultura tenemos buena coordinación con las municipalidades y entidades gubernamentales, así como con diferentes actores locales; sin embargo, el presupuesto es mínimo, se requiere de voluntad para apostarle a esta iniciativa.