Por: Fernán Camilo Álvarez Consuegra.
Existe temor, de que los mensajes de odio, cambio revolucionario, fraude electoral, degeneren, en violencia. Conviene analizarlos desde sus verdaderas fuentes y de la amenaza potencial que significa nuestra diplomacia, en Estados Unidos, para nuestros conciudadanos en dicho país.
Los mensajes de odio, transformación revolucionaria y fraude, tienen como objetivo, lograr la cohesión partidaria, en derredor de Bukele, desmoralizando a sus opositores y provocando una suerte de terrorismo psicológico, sin embargo, no constituyen violencia directa, aunque sí, potencial. El ejercicio de la violencia es ejecutado cotidianamente, por las pandillas; las Fuerzas Armadas y PNC lo poseen potencialmente, al mando de Bukele.
La fuerza, que la Fuerza Armada y PNC pueden ejercer, ya no está limitada al cumplimiento de la Ley, sino también, a la interpretación que de ella se haga, desde la autoridad del Comandante General, Nayib Bukele; esto, ha quedado claramente expuesto, luego de exigir juramento hacia su persona, lo que, en repetidas ocasiones, ha sido ratificado por el Alto Mando actual; quedando en consecuencia, la actuación de éste, marcada por la política y, los intereses particulares de Bukele (9F, retenciones ilegales durante la pandemia, resistencia a órdenes judiciales). El uso de recursos militares, en la campaña electoral, a favor de Nuevas Ideas, así lo asegura, siendo impredecible, el ejercicio de la fuerza.
Las pandillas ejercen control territorial, superior al de la Fuerza Armada y PNC, por sus estructuras de barrio y calle, con ramificación internacional, por lo que la MS13 ha sido declarada amenaza, a la seguridad interna de Estados Unidos; teniendo su base, en El Salvador, debería el Gobierno salvadoreño, ser el principal interesado en su control y disolución; sin embargo, es el mismo Gobierno quien lo alienta, para obtener réditos políticos -las negociaciones fueron iniciadas por Mauricio Funes, alentadas luego, por el Secretario General de la OEA, que se reunió con pandilleros-. Luego, se realizaron negociaciones mucho más complejas, con Nayib Bukele desde la Alcaldía de San Salvador, ampliándolas después, desde la Presidencia.
Todas estas acciones, han legitimado a las pandillas, en su acción terrorista: tal es la apreciación desde Estados Unidos y, si nuestra Embajadora pide “calma y contención a la diáspora”, está enviando mensaje de que, nuestros emigrantes, pueden ser violentos: en Estados Unidos, parte de la diáspora, la forman pandillas, aunque en minoría irrelevante, ante la gran masa de salvadoreños que sólo buscan, en el extranjero, el trabajo y tranquilidad, que no tienen en su país.
El mensaje político que nuestra Embajadora envía, es que todo salvadoreño es violento, como pandillero, calificación que en este momento, de regularización migratoria, es un riesgo para los compatriotas. Es momento que debería ser aprovechado, para mejorar nuestras relaciones con Estados Unidos y, aprovechar la tendencia, contra el crimen organizado y corrupción, para combatir éstos eficazmente, procurando para el área, su desarrollo y paz futura.
Si hubiese actos de violencia, serán después de las elecciones: se supone, que los seguidores de Bukele, tendrán mayoría; sin embargo, si la recientes fricciones con el Gobierno norteamericano y, el creciente clamor de transparencia y probidad, no le permiten alcanzar los escaños deseados, sí podría desatarse violencia, contra ciertos grupos opositores, que serían atacados, por “la multitud enardecida”, sin que la Fuerza Armada o PNC, interviniesen oportunamente. Las manifestaciones de fuerza masiva, aludida por los Troles, son mito.
El problema principal actual, no es la corrupción, sino el engaño y su encubrimiento, iniciado desde una deformación de la realidad. Si el acto de corrupción se ve con claridad, puede condenarse, pero si se encubre, sólo queda como rumor: la Ley no puede actuar. Verdad y Realidad, ante todo.