Muerte y duelo. Cambios culturales por Covid-19

El académico salvadoreño Jorge Molina comparte con lectores de El Independiente, fragmentos de su más reciente estudio, que será presentado el 10 de abril en la Asociación de Antropología Psicológica del Reino Unido. En él aborda los cambios en comportamientos culturales respecto de la muerte y el duelo.

Por: Jorge Molina Aguilar*

La muerte y el duelo son fenómenos que adquieren protagonismo frente a la pandemia ocasionada por el coronavirus (COVID-19). Ambos son estudiados como un fenómeno social, que abre las puertas a una propuesta empírico-reflexiva desde distintas aristas.

La pandemia por la COVID-19 es reconocida por la OMS como una emergencia sanitaria y social que demanda una serie de atenciones y medidas de carácter urgente, con el propósito de reducir la velocidad de su propagación. Al igual que en otros países alrededor del mundo, en El Salvador, una de las medidas adoptadas de inmediato, iba dirigida al diseño de Lineamientos Técnicos para el Manejo y Disposición Final de Cadáveres de casos COVID-19. Estos lineamientos, y medidas de bioseguridad, dictan procedimientos sobre el manejo y disposición final de cadáveres, con el objetivo de prevenir la infección en el personal encargado de cadáveres, tanto público como privado (Ministerio de Salud, 2020).

Adoptar estas medidas se traduce en cambios en el manejo de cuerpos y también de los rituales fúnebres, generando una alteración en lo conocido, el ritual, la tradición y, por ende, en una serie de expectativas. En conjunto con los componentes del ritual fúnebre, las redes de individuos alrededor del fallecido, su comunidad y otros factores externos se ven alterados. La participación en el manejo de las exequias, se ve particularmente afectada, ya que el fallecido -catalogado como “cuerpo”-, podría afectar negativamente no solo a sus seres queridos, si no a personas que nunca conoció, ya que pasa a representar, una amenaza y una probabilidad: la del contagio del virus.

Las autopsias que fueron realizadas durante la epidemia de plaga en Bizancio, Italia, en 1826, representan uno de los primeros ejemplos de autopsias de las que se tienen registro. Actualmente y pese a su finalidad clínica -y en muchos casos jurídica, puede haber excepciones—, el protocolo de bioseguridad en respuesta a la pandemia a la COVID-19 restringe la práctica de las autopsias, las necropsias y las viscerotomías (recolección de órganos o toma de muestras). No hay práctica de embalsamiento, o cuidado estético de los cadáveres, mucho menos de restauración y reconstrucción, pues “el cuerpo” ya no será presentado a sus seres queridos, mucho menos ante su comunidad, ya que se aplica la misma restricción en la tanatopraxia.

Todo esto representa la entrada al espacio de lo prohibido para las velas, el ataúd abierto y los actos religiosos. Por lo menos temporalmente, la manera en que algún día nos ocupamos de nuestros muertos, al igual que el fallecido, formarán parte del mundo de los recuerdos. Las conversaciones en torno a los preparativos se darán durante pocos minutos, ahora en el escenario generado afuera de la morgue, el cual es ahora más temido, debido al miedo que produce el contagio. “El cuerpo” pasará directamente al féretro y así irán perdiendo relevancia los detalles, o el traje oscuro con zapatos lustrados, de nuevo, todos esos elementos que considerábamos característicos y necesarios en los rituales fúnebres, se verán alterados.

Los guantes de hule o látex, un traje de buzo (amarillo o blanco), una mascarilla (N95 de preferencia), una careta, y unas botas altas de hule (sin lustrar), sustituirán el traje oscuro, las flores y la vestimenta de los enlutados; la procesión fúnebre, que alguna vez se proyectó al lado de seres queridos e invitados que siempre asisten (por respeto) se abreviará en cuatro personas (mayores de edad), quienes serán los únicos que puedan escoltar al “cuerpo” o más bien al fallecido a su “última morada” en el mundo de los vivos. Serán únicamente esas cuatro personas quienes tendrán la posibilidad de vivir de forma directa el nuevo ritual, en el cual las tarjetas, los recuerdos y la comida de los funerales se integrarán entre las amplias categorías del recuerdo y del olvido.

Este cambio, además de ser un reto, presenta la posibilidad de que se consoliden nuevos rituales, y claro, una coyuntura de pandemia es el momento ideal para reflexionar sobre el duelo, los rituales, el luto, los enlutados y por supuesto: la muerte.

Los tipos de muerte

La muerte ha sido y seguirá siendo un fenómeno acerca del cual se ha problematizado y conceptualizado bastante. Desde la literatura, las ciencias sociales y las humanidades, hasta las reflexiones que surgen de la biología o la genética, donde los seres vivos están orientados hacia la muerte, pues desde su origen comienza un proceso de deterioro hasta que alcanzan un punto de cese en su actividad vital, biológicamente esto se explica debido a que ya no es posible para el organismo mantener un equilibrio —proceso homeostático— ya sea por causas naturales o ambientales. Pero el impacto de la muerte en las personas, en las comunidades y en las sociedades, a pesar de tratarse de una situación cotidiana, nunca deja de sorprender. Una de las secuelas de la pandemia han sido las alteraciones en las rutinas, en la vida cotidiana, y en los rituales habituales, esta coyuntura no solo se ha convertido en una crisis sanitaria, sino también psicológica y social.

Debido a la ruptura en el equilibrio de todos los sistemas de los cuales dependemos, a raíz de la crisis de salud por la COVID-19, nos vemos obligados a vivir un dolor comunal, de forma individual y colectiva. La vivencia de la muerte en tercera persona como diría Jankélévitch, se acerca a nosotros, por medio de las estadísticas de personas fallecidas. La pandemia nos hace reflexionar diariamente sobre ese punto final de la vida que ha llegado para otros e inicialmente se mantienen en una esfera lejana los conceptos e ideas en torno a la muerte, aunque sabemos que sucede en alguna parte y en algún lugar.

La presencia innegable y notoria del coronavirus nos va acercando más a la posibilidad de la muerte de seres queridos, apareciendo para nosotros la idea de la muerte en segunda persona y a partir de esto pensamos en tomar con mayor seriedad esta posibilidad y reflexionamos más en las esencias y las presencias, pero sobre todo en las ausencias. Esto es esencialmente lo que llamamos duelo: atravesar una experiencia que nos compele a pensar en nuestra vida antes, durante y después de “esa muerte”.

Al vivir la muerte del prójimo, citando a Vladimir Jankélévitch (2009), “lo inconsolable llora lo irremplazable”, es en este momento donde tenemos un acercamiento profundo a la llamada —quasi mortem propiam—, y entrevemos una aproximación a la experiencia que un día viviremos: la muerte en primera persona. El contexto de pandemia nos recuerda esas tres aristas de la muerte, más una alteración en los rituales, afectando nuestra sensación de previsibilidad, de protección, de justicia y control y, claro, de libertad. Como resultado, se ven distorsionados los rituales y la manera en que se piensa respecto al binomio de la muerte y el duelo, ambos conceptos (escurridizos por naturaleza) han danzado juntos por milenios, más no necesariamente debe pensarse en ellos de manera secuencial y mucho menos de forma omnicomprensiva, pues su relación es el fruto de varios hitos en la historia acerca de la conceptualización y re-conceptualización de la muerte y la forma de vivir la pérdida en distintas culturas. En estos casos, es muy posible (y probable) que el universo de certezas, entre en cuestionamiento, y en consecuencia también se presente una alteración en el horizonte de continuidades alrededor del duelo (Molina-Aguilar, 2019).

Resultado de la pandemia y de las medidas adoptadas por cada país, influenciadas por cada contexto y por su idiosincrasia, nos vemos en una situación peculiar, pues estamos viviendo más de un duelo, y la reacción a “esta pérdida” o “pérdidas” puede estar acompañada de componentes biológicos, psicológicos, sociales y en algunos casos, espirituales. El duelo implica una serie de reacciones vinculadas a la pérdida, y esta pérdida (valga la redundancia) se vincula a la renuncia de expectativas, de relaciones, de rutinas de vida, de planes, sensaciones inclusive, y por supuesto, se ve acompañada de una profunda resignación frente a limitantes y a la imposibilidad de recuperar “eso” que se ha perdido. Algunos teóricos explican como un duelo en realidad no es un proceso binario o unidireccional, pues implica una multiplicidad de pérdidas y estas no necesariamente ocurren de manera simultánea. A veces se presentan de manera gradual, mientras que en otras ocasiones esta multiplicidad de pérdidas puede experimentarse de manera rápida. De cualquier forma, estos múltiples procesos demandan profundizar no solo en el duelo (y los duelos) de manera conceptual, sino también la forma en que se vinculan a esferas de la vida personal y social, y se reflejan en el cotidiano.

Aparte de esto, como se mencionó antes, vivimos otro duelo: el de los rituales que asociamos con la muerte. Atravesamos la alteración e incluso prohibición impuesta, en forma de ley y normativa, de estos ritos y símbolos individuales y comunitarios, de este conjunto de saberes previos y expectativas que navegan en el mundo del “deber ser”, donde para muchas personas, los rituales tienen otra peculiaridad: son la antesala de la muerte. Entre el mundo de los vivos y la muerte hay una multiplicidad de ensamblajes, pues esta conexión no solo emerge de aspectos físicos, biológicos, sociales, psíquicos, históricos y abstractos, sino también genera procesos donde emergen otros fenómenos de diferente índole, es aquí donde los rituales fúnebres también posibilitan una serie de ensamblajes en su forma de cohesión social, por ejemplo.

De este modo, la alteración al ritual es también la antesala de limitantes y oportunidades en el estudio del duelo y los ritos fúnebres, más ahora que adquiere tanta importancia la arqueología, con los nuevos descubrimientos en torno a los neandertales y sus costumbres, quienes cada vez parecen asemejarse más a nosotros, o inclusive, explicaciones más complejas donde es posible pensar en la relación entre la alteración del ritual y el porvenir del fallecido (desde distintas cosmovisiones).

Formas de ser de la muerte: cultura y ritual

La muerte y el duelo son fenómenos que han representado por siglos una serie de explicaciones y descripciones de manifestaciones en distintas culturas, no siempre son iguales, en algunos casos su distancia es bastante amplia, a veces incorporan componentes rituales que dan “fondo y forma” a las creencias sobre la muerte, e inclusive algunos aspectos vinculados al dolor y el sufrimiento. Estas creencias también ofrecen la pauta a otro fenómeno: un doble vínculo. Es decir que, las creencias alrededor de la muerte sirven en dos vías, como fundamento y sustento para mostrarla como fenómeno, universal y natural, como el cese de toda la vida, pero al mismo tiempo, emerge otro vínculo, orientado a negar el cese de la vida, a negar la posibilidad de un “fín” por medio de ideas relacionadas a la continuidad de la vida.

Los trabajos de Manilowsky (1948) significan un ejemplo de lo anterior. Este autor examinó la noción de la inmortalidad, que tenía su base en la idea de un espíritu, el cual al cesar la actividad vital del cuerpo al que pertenecía, continuaba un camino independiente. En este camino -hacia la inmortalidad- se encontraba el concepto de la mala o buena muerte. La vivencia de los individuos fallecidos se relaciona así con una construcción cultural, una construcción en la que existen caminos fijos que permiten llegar al “más allá” o al “mundo de los muertos” como dirían algunos, pero estos caminos también se vinculan a formas deseables y no deseables de morir, así como rituales esperados y rituales merecidos, dependiendo de la persona fallecida, el tipo de muerte y la cultura a la que pertenece (Gayol y Kessler 2011; Manilowsky, 1948).

La vivencia del ritual, como lo conocemos en algunos países, se ve afectada por la coyuntura y es compensada inclusive a través de internet, teniendo velas y entierros por medio de videollamadas, esto forma parte de otro análisis acerca de la industria fúnebre y seguramente la pandemia aparte de traer cambios financieros a esta industria, le ha marcado y modificado en sus formas de trabajo. Estos cambios son evidencia de que el rito mantiene su importancia, pues como se dijo antes, en algunas culturas significa inclusive la continuidad para el fallecido. Es a través de él (rito) que “el cuerpo” toma matices distintos y puede cultivarse en él la semilla del recuerdo, esto también ocurre con la nostalgia y la melancolía presentes en el duelo, ideas centrales en una de las obras clásicas de Sigmund Freud entre 1914 y 1917, obra que emerge no solo de algunos esfuerzos en el contexto de la psiquiatría clásica, sino también del análisis del duelo desde otras disciplinas, entre ellas, la antropología y la arqueología (Freud, 1995).

Más allá del acompañamiento durante el tránsito o la trayectoria del fallecido, los rituales fúnebres y el luto tienen una función intrapsíquica relevante, porque pueden ayudar a los familiares en su proceso de aceptación de la pérdida, motivan la creación de lazos solidarios en la comunidad con los dolientes, lo que facilita las manifestaciones públicas del dolor y pueden significar un punto de partida del duelo. Van Gennep (2008) en torno al concepto de luto plantea que este es:

“Estado de margen para los supervivientes, en el que entran mediante ritos de separación y del que salen mediante ritos de integración a la sociedad en general (ritos de supresión del luto). Durante el luto, los dolientes forman una sociedad especial, situada entre el mundo de los vivos, por una parte, y el mundo de los muertos, por otra, y de la que los parientes salen antes o después según sea el grado de cercanía de su parentesco con el muerto” (p. 205-206).

A partir de esta idea podemos reflexionar sobre la eficacia simbólica relacionada a la práctica del ritual y la valorización alrededor de él por parte de los deudos. Estos rituales no solo consisten en las prácticas funerarias donde participa el cuerpo del fallecido —en los cuales los restos acceden a una forma digna y obtienen el estatus de difunto— sino que también se tratan en la renovación anual en los novenarios y otros rituales afines, facilitando en los deudos y la comunidad, recordar al fallecido a través de distintas prácticas, acorde a su cultura y su alteración —que sí ha ocurrido debido al virus— puede resultar traúmatica.

Pensar la muerte y el duelo

Frente a los duelos que experimentamos, considero importante un abordaje post-estructuralista, al menos inicialmente, a través del planteamiento desde el concepto de ensamblaje y rizoma (Deleuze y Guattari, 1987). Ambos nos permiten pensar en el organismo-cuerpo, asociados al mundo a través de una red de significados, en la cual el fenómeno puede conducir a la aparición de nuevos elementos que no necesariamente tienen la misma naturaleza. El concepto de ensamblaje presenta un enfoque útil para explorar fenómenos como la pérdida, el duelo y los duelos en el marco de la pandemia.

De esta forma, los duelos no son vistos como un resultado o como un fenómeno lineal, sino más bien, como ensamblajes, es decir: redes de individuos situados, que interactúan con diferentes entidades en el mundo que les rodea (Deleuze y Guattari, 1987). Desde el concepto de ensamblajes es posible analizar el fenómeno (duelo) no solo como una reacción, sino también como algo emergente, y que nos lleva a pensar en las posibilidades que surgen de los contextos donde se presentan e inclusive de los ensamblajes que no necesariamente son entre una misma especie. Los humanos, en este caso, desarrollan tristeza y melancolía; pues en estos contextos la pérdida está vinculada a otros aspectos como la incertidumbre y la angustia, en los cuales existen ensamblajes de índole ritual y colectivo, por ejemplo.

Los trabajos de la antropóloga Nancy Scheper-Hughes (1991) acerca de la ausencia de duelo en algunas fabelas en Brasil llevaron a replantear el estudio sobre los rituales desde cada cultura, y desde cada contexto, historia y coyuntura. Por tanto, resulta necesario explorar la muerte y el duelo desde la cosmovisión, desde la interculturalidad, incluso, desde lo artefactual. Esto posiblemente lleve a romper esa noción canónica de un duelo generalizado, o más bien de una experiencia generalizada del duelo, la cual es muy fácilmente reducida a etapas y momentos secuenciales, que en el mejor de los casos nos permiten seguir abonando a la deuda que aún parecemos tener con las visiones de corte estructural-funcionalista.

Autores como el historiador francés Philippe Ariès —en su obra El hombre frente a la muerte—, explican la transición de los modelos de la muerte. Su tesis enfatiza en el círculo de actores que están alrededor de los procesos vinculados a la misma (es decir, la muerte), y los roles que cada uno desarrolla, desde el doliente y los deudores, hasta quienes organizan las exequias (Ariès, 2011; Jay y Olson, 1974). Otros autores, como Radcliffe-Brown (1989) por ejemplo, planteaban que los rituales tienen la función de socializar las transiciones, y preservar la estabilidad social, sirviendo también como formas de expresión del dolor que han sido construidas socialmente.

Otro aporte interesante emerge de la obra de Norbert Elías, quien destacó cómo la estructura de la persona adopta una relación con rasgos de la estructura social, y en este caso, en referencia al acto de morir (Elias, 1989). En esta misma línea, es posible resaltar el discurso de las sociedades industriales del siglo XX, donde se planteaba la idea de una muerte y un proceso de morir fruto de una enfermedad, una noción donde se visualiza al individuo (al doliente y próximo a fallecer) aferrado a una cama, usualmente en un hospital o un auspicio, una casa de retiro o un asilo, pero indistintamente el espacio donde se visualiza, siempre tenía algo en común: la forma anónima (Elías, 1989). Estas sociedades se caracterizaron por un discurso que fue interiorizado por las personas, un discurso en torno a la muerte anónima, poniendo énfasis en los deudos y no en los fallecidos, a pesar del apogeo de los cuidados paliativos. En complemento a las ideas de Elias (1989) están las ideas de Bauman (1992), quien reflexiona sobre cómo en el pasado las personas morían en compañía de sus familiares, de personas cercanas al vecindario o inclusive a una tribu. Independiente de la causa, la muerte era un acto que implicaba al grupo, como un evento comunitario, como un evento social.

Reflexiones finales

Por su significado, estos escenarios como los velorios, los entierros y otros afines al ritual y manejo de las exequias, también son entornos subjetivos, que emergen de ensamblajes y a su vez generan otros ensamblajes que pueden verse en expresiones, eventos de la vida cotidiana, afectos, símbolos, percepciones y valoraciones acerca de la muerte, el luto y el duelo. Los elementos que conforman el ritual fúnebre, son resultado y parte de un entramado social, y este a su vez los afecta y es afectado por ellos. En el contexto actual, estos elementos vinculan un mundo simbólico de tradiciones y rituales que se ensamblan con causas biológicas y lineamientos de seguridad, por el contexto generado a raíz de la pandemia.Los saberes previos implicados en el duelo —y las cosmovisiones—, se viven en comunidad y en una dinámica constante donde participan contextos sociales, culturales, históricos, políticos, biológicos, ecológicos y coyunturales; así mismo, aparecen escenarios físicos y sociales, como las funerarias, los velorios y los cementerios.

Esta etapa, resultado de la pandemia —aunque sea temporal— de cambio en los rituales asociados a la muerte, significa potenciales secuelas en quienes viven la pérdida, secuelas que no deberían ser analizadas desde una medicalización o patologización de la salud, y en este caso puntual, del duelo. Estos cambios y posibles impactos (secuelas) demandan un análisis profundo, un pluralismo disciplinar y metodológico, posiblemente desde la antropología, la historiografía, la filosofía, la sociología, la psicología, la comunicación, la economía, la psiquiatría, incluso la política, entre otras disciplinas que potencialmente aportan una visión más amplia del fenómeno.
La muerte, el luto, los rituales y el duelo han sido fenómenos explorados desde diferentes disciplinas. Un ejemplo es la historia, la cual nos permite apreciar como estos fenómenos tienen precedentes en las ideas clásicas de infravida en los griegos, en las nociones de la muerte amaestrada, en lo jurisconsulto en la Edad Media, en el Tabú, en el Arte Macabro (de Allouch) en el siglo XIX, todos estos hitos fueron pasando a una idea de muerte impersonal, excluida de su comunidad, y a cementerios lejanos a los hogares, por ejemplo. Estas ideas también formaron parte de las características de la muerte y el ritual en el siglo XX y principios del siglo XXI, y a través de los procesos que medicalizaron la vida cotidiana, donde se aprendió a ver al enlutado como un enfermo que necesitaba un tratamiento específico para volver a la normalidad. Es posible que la pandemia marque el inicio de un nuevo capítulo donde el ritual está censurado, donde se le considera prohibido e incluso ilegal y se encuentra bajo el control del discurso biomédico. Parece que este nuevo período está marcado por el recuerdo de la tanatopráxia y los rituales.

Conforme se ha planteado, han transcurrido siglos entre del maniqueísmo y la muerte amaestrada -bajo la influencia de la teratología- y el presente, donde se exacerba la muerte como impersonal y en soledad, la prohibición a los rituales y tradiciones que se asociaban con ella y un cambio en la vivencia de los dolientes, debido a la pandemia. Ahora la muerte no debe abordarse únicamente desde lo biomédico, sino que también debe examinarse desde lo material y lo simbólico, hasta lo físico y lo social, tomando en cuenta la dificultad que representa para la mayoría de las personas el adaptarse a estos cambios en lo cotidiano, parece que la “nueva normalidad” no solo afectó las rutinas y el mundo laboral, sino también plantea nuevas prácticas y retos en la forma de comprender la muerte, pues si bien históricamente el concepto de duelo se asocia a la muerte y a los rituales fúnebres, en realidad forma parte de una gama de reflexiones que emergen de la vida misma, pues quien piensa y reflexiona en la muerte, es porque aún posee vida.

Referencias
Ariès, P. (2011) Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días. Barcelona, España: Acantilado.

Bauman, Z. (1992). Mortality, Immortality and Other Life Strategies. Cambridge, Inglaterra: Polity Press.

Deleuze, G. & Guattari, F. (1987). A Thousand Plateaus: capitalism and schizophrenia. Minnesota, Estados Unidos: University of Minnesota Press.

Elías, N. (1989). La soledad de los moribundos. México: Fondo de Cultura Económica.
Freud, S. (1993). Duelo y melancolía. Amorrortu Editores.

Jankélévitch, V. (2009). La Mort (M. A. Lázaro, trad.). Valencia, España: Guada Impresores.

Jay, R. & Olson, E. (1974). Symbolic immortality. Londres, Inglaterra: Wildwood House.

Malinowski, B. (1948). Magia, ciencia y religión. Madrid, España: Planeta Agostini.

Ministerio de Salud. (2020). Lineamientos técnicos para el manejo y disposición final de cadáveres de casos COVID-19 (3ª ed.) [protocolos técnicos]. San Salvador, El Salvador: Ministerio de Salud de El Salvador. Recuperado de http://asp.salud.gob.sv/regulacion/pdf/lineamientos/lineamientostecnicosparaelmanejoydisposicionfinaldecadavesdecasosdeCOVID19TE-Acuerdo978.pdf

Molina-Aguilar, J. (Noviembre de 2019). The Social Deconstruction of Grieving and the Horizon of Continuities. Ponencia llevada a cabo en la Reunión anual de la American Anthropological Association y la Canadian Anthropology Society, Vancouver, Canadá. Recuperado de https://www.openanthroresearch.org/doi/pdf/10.1002/oarr.10000329.1

Organización Mundial de la Salud (2020, 27 de abril). COVID-19: cronología de la actuación de la OMS. Organización Mundial de la Salud. Recuperado de https://www.who.int/es/news-room/detail/27-04-2020-who-timeline—covid-19

Radcliffe-Brown, A. (1989). Estructuras y función en la sociedad primitiva. Barcelona, España: Península.

Scheper-Hughes, N. (1991). Death Without Weeping. Natural History, 10(89), 8-16. Recuperado de http://public.gettysburg.edu/~dperry/Class%20Readings%20Scanned%20Documents/Intro/Scheperhuges.pdf

Van Gennep, A. (1960). The Rites of Passage. A Classic Study of Cultural celebrations. Illinois, Estados Unidos: University of Chicago Press.

Jorge Molina Aguilar. Psicólogo, Máster en Salud Mental y Posgrado en Psicooncología. Doctorando en Ciencias Sociales, programa cotitulado UCA-UDB de El Salvador, Centroamérica. Miembro del comité de ética del “European Institute for Multidisciplinary Studies on Human Rights and Science” Knowmad Institut, Berlín, Alemania. Docente universitario e investigador de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
Correspondencia: jorge.molinaaguilar@protonmail.com / jmolina@uca.edu.sv

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