Por: Francisco Parada Walsh*
Soy doctor en medicina. Me diagnosticaron Covid. Estoy ingresado en un hospital nacional. Lugar donde trabajaba antes de enfermarme. Durante un año pude ver cómo morían tantas personas pero quizá nunca imaginé que podría ser yo el que estaría entre la vida y la muerte, miraba todo muy lejano, mi vida seguía igual, trabajando; los fines de semana salía con mi familia a almorzar y a visitar a mis padres y a mis suegros, siempre hubo tiempo para reuniones con algunos amigos.
No sé si saldré bien librado de esta lucha, he visto morir a muchos colegas, jamás me vi en esa lista; durante mi ingreso han muerto varios pacientes que ingresaron después que yo; tengo un cincuenta y un cincuenta de vivir o de morir, nada depende de mí; solo pienso en mi pasado y que en un abrir y cerrar de ojos la vida se me fue, me preocupa el futuro de mis hijos y de mi esposa; son menores, todavía estudian en el colegio y si muero no sé cómo les afectará.
Parece una película de terror, los médicos y enfermeras pasan solo dos veces al día, cuando voy al baño he tenido que sortear cadáveres regados en el piso, personas que quizá en su agonía trataron de buscar ayuda pero no pudieron ni dar cinco pasos, no había nada que hacer, evitaba ver los cuerpos tirados. La fiebre es alta, el cuerpo me duele, apenas puedo respirar pero no me siento tan grave, quizá si tuvieran que intubarme preferiría irme a casa, morir allá.
Sería una decisión que he venido pensando, no quiero morir solo, prefiero morir en mi casa. Siquiera un poco de dignidad para morir. No sé cómo el hombre, cómo la raza humana es tan mala, crear un virus para aniquilar a millones de personas y ya nadie se acuerda de ese vergonzoso pasado; vivimos en un ir y venir y nunca reparamos en lo breve que es la vida. Veo hacia atrás, la mayoría de metas que un día tuve nunca las cumplí, más por los errores que cometí, nada puedo hacer, nada.
Mientras he estado ingresado he tenido tiempo para pensar en mi familia, en mis padres y no entiendo que tengan que enterrar a otro hijo, somos los hijos los que debemos enterrar a nuestros padres; espero que mis padres no sepan que estoy ingresado, sería una dura noticia y no quiero afligirlos, espero salir vivo de acá.
Ya he pensado en la muerte, me he visto siendo enterrado y con apenas mis familiares más cercanos despidiéndome; nunca pensé en morir de esta forma, pensé en llegar a viejo, rodeado de mis hijos y nietos pero no sé si viviré o moriré; me arrepiento de haber perdido tiempo valioso guardando rencores, creyéndome mejor que otros; en esta cama acabó mi ego, me doy cuenta que no soy nadie y que si salgo vivo de esta experiencia le daría un giro a mi vida; quizá pienso así porque siento la muerte cerca pero sí cambiaría muchísimas cosas; fuera más humilde, más solidario, buscaría servir a otros; ya el dinero no sería mi prioridad sino tratar, por lo menos tratar de ser feliz junto a los míos; valoraría cada segundo de mi vida, reiría más, lloraría menos; caminaría por senderos junto a mi familia, visitaría a mis padres más a menudo, no habría día en que no los llamara para saber cómo están, para escuchar sus voces; ya no sé si podré hacerlo.
Quizá solo cuando estamos ante una situación de vida o muerte valoramos lo poco que tenemos, mientras, no reparamos en nada, la vida es breve y asumimos que viviremos muchos años, pero no es así. En este momento no me sirve el dinero, toda la ropa que tengo no la necesito, los carros que con tanto esfuerzo compré no sé para quien serán, estoy seguro que quizá por unos días me extrañarán en el trabajo pero en semanas seré historia, solo un recuerdo.
Hoy vinieron varios médicos, me explicaron que debían intubarme, di el consentimiento, no sé qué pasará. Si los hombres entendiéramos lo efímero que es la vida, el mundo fuera diferente pero no aprendemos, nadamos en la orilla del lago Vida y somos miedosos a buscar las profundidades, llegar a la oscuridad, a la soledad y así entender que día a día se hace el camino.
*Médico salvadoreño