Por Elio Masferrer Kan, ENAH-INAH – México.
Una de las cuestiones estratégicas de cualquier iglesia que se respete es la búsqueda de preservar su capital simbólico. Una construcción milenaria del catolicismo está íntimamente relacionada con el reconocimiento de su eficacia simbólica. Los feligreses estarían convencidos de que sus prácticas religiosas son importantes para sus vidas. En cambio, si ponen la religión como algo secundario o superfluo, esto denota una crisis de la propuesta religiosa. Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI se inició una crisis en el catolicismo latinoamericano, el cual se expresa en el descenso de su feligresía en toda la Región. El Anuario Estadístico de la Iglesia Católica muestra la caída sistemática de bautizos, primeras comuniones y confirmaciones que son los rituales de paso que incorporan niños y adolescentes a la Iglesia. El descenso sistemático de estas cifras, contrastan con los datos del Registro Civil, se articulan con la caída de los matrimonios religiosos. En México, por ejemplo, entre 2008 y 2018 bajaron de 428,000 a 238,000, prácticamente la mitad. Algo similar sucede en América Latina, donde los especialistas tratamos de conocer quiénes crecieron: los cristianos evangélicos o los no creyentes.
Complicó esta situación, las depuraciones o cacería de brujas aplicadas contra sacerdotes y obispos progresistas que fueron descalificados, deslegitimados, suspendidos de sus funciones sacerdotales o expulsados de los seminarios cuando se les detectaba su tendencia liberadora. Actualmente, la caída de vocaciones sacerdotales y el envejecimiento del clero, de los religiosos y religiosas es algo reconocido por los Jerarcas. La teoría del goteo religioso según la cual, si los líderes sociales, políticos y empresariales eran católicos, la sociedad latinoamericana los seguiría mostrando su ineficacia. Las élites, están en crisis, pues tampoco supieron interpretar los cambios en las estructuras sociales que se agudizaron en la pandemia, donde los políticos fallaron y no supieron afrontar la contingencia.
Consciente de esta situación, Francisco ha pasado a la ofensiva y publicó su encíclica Fratelli Tutti, donde llama a la fraternidad, al amor al prójimo y a la solidaridad, así como al diálogo entre las religiones en un mundo azotado por el odio y los fundamentalismos religiosos. Este viernes 30 de abril beatificó al Dr. José Gregorio Hernández Cisneros un médico venezolano, quien vivió a principios del siglo pasado y que es muy reverenciado por los pobres en materia de salud. En este caso el Papa aprovechó para llamar a la sociedad venezolana a reconciliarse y resolver sus profundas diferencias; por si quedaban dudas del mensaje, lo nombró copatrono del Ciclo de Estudios de Ciencias de la Paz de la Universidad Lateranense. Un santo razonablemente alejado de la crisis actual, pero con temáticas muy vigentes. Una vez más el Papa lanza un intento de mediar en la cada vez mas compleja situación venezolana (https://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2021/documents/papa-francesco_20210426_chirografo.html).
El 23 de abril beatificó a los “Mártires del Quiché” en Guatemala a siete laicos y tres misioneros españoles que fueron asesinados en el marco de la guerra civil entre 1980 y 1991 por sicarios vinculados a grupos paramilitares. Años antes había canonizado al Arzobispo Arnulfo Romero asesinado en plena homilía por un militar salvadoreño y al jesuita Rutilio Grande, también víctima de militares. En la misma perspectiva, elevó a la dignidad de Cardenal al obispo auxiliar de San Salvador, Gregorio Rosa Chávez, quien fuera el hombre de confianza de San Arnulfo Romero, descalificando con esta medida a los obispos conservadores quienes tenían “congelado” al ahora cardenal.
El Papa trata de recuperar el capital social de la Iglesia Católica de compromiso y cercanía con los pobres y los procesos sociales, alejándose de la teología de la prosperidad (la opción por los ricos) de sus antecesores, que sólo sirvió para alejar a la Iglesia de los pueblos latinoamericanos y que fue hábilmente aprovechado por sus oponentes. Podemos así entender el viaje del Papa a países con conflictos bélicos (República Centroafricana o Irak), que sus asesores y las potencias occidentales se oponían. Lo mismo en México, el viaje del Nuncio Franco Coppola a la sufrida comunidad de Aguililla, campo de batalla de distintas facciones del crimen organizado y la “invitación” del Nuncio a que sus hermanos obispos lo “inviten” a comunidades en situaciones similares. Parece que el Nuncio “no tiene quien le escriba”.
El testimonio y el martirio han sido los terrenos en que las religiones lograron pasar la “prueba de fuego” y potenciarse en las distintas sociedades. El mundo de la pospandemia se nos presenta como un espacio incógnito, donde las diferentes religiones esperan legitimarse, aunque “muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22).