Segundo año de Bukele: lo bueno, lo malo y lo feo

Este 1o. de junio Nayib Bukele cumplió dos años de gestión presidencial. A manera de balance crítico este espacio editorial plantea brevemente aspectos positivos y negativos con el esquema de “lo bueno, lo malo y lo feo”.

“Lo bueno” son los logros relacionados con seguridad pública y manejo del COVID-19. El gobierno ha logrado sostener la reducción de asesinatos, lo cual representa -sin duda- su mejor resultado. También es asertivo el abordaje de la pandemia: el proceso de vacunación -más allá de algunas fallas- ha funcionado y El Salvador es de los países con mayor porcentaje de población vacunada.

Un tercer logro es el estrechamiento de relaciones con China, iniciadas por el gobierno anterior y que Bukele había puesto en duda. La potencia asiática apoya en la obtención de vacunas y hace poco anunció un importante convenio de inversión en el país.

“Lo malo” es que estos logros no son genuinos o están alterados por graves irregularidades. Por ejemplo, la reducción de homicidios no sería resultado del “Plan Control Territorial”, como asegura la propaganda oficial, sino de una posible negociación con pandillas revelada en septiembre del año pasado por un semanario digital.

La disminución de asesinatos, además, tiene como atenuante la continuidad de las extorsiones y el incremento de las desapariciones, especialmente de mujeres. Los asesinatos seriales en Chalchuapa muestran claramente esa realidad negada o minimizada por el Gobierno.

Mientras que el “exitoso” manejo de la pandemia tiene una larga estela de corrupción. El Ejecutivo prohibió el acceso a información, bloqueó investigaciones de la Fiscalía apoyadas por la CICIES sobre anomalías en el uso de fondos públicos y recientemente la bancada oficialista aprobó la “Ley Alabí” que dejará impune la corrupción en la emergencia sanitaria. Y las relaciones con China Bukele las utiliza políticamente para “contrarrestar” los desplantes, desavenencias y fricciones con Estados Unidos. Además, el mandatario salvadoreño no transparenta sus acuerdos con el gigante asiático y pone peligrosamente al país en medio de la disputa geoestratégica chino-estadounidense.

Y “lo feo” tiene que ver con los sucesos legislativos del pasado 1o. de mayo y la confirmación de que el oficialismo no utilizará en forma positiva su poder absoluto. En lugar de usar la súper mayoría parlamentaria para resolver los problemas nacionales, lo hace para anular la lógica democrática de “pesos y contrapesos”, socavar la institucionalidad e imponer un proyecto populista, autoritario, intransparente y neoliberal.

En tal sentido, el gobierno de Bukele representa la pérdida de una oportunidad histórica para entrarle en serio -y desde una perspectiva transformadora- a los problemas estructurales del país, especialmente la injusta distribución de la riqueza, que es la principal causa de la pobreza.

Esto se confirma claramente -por ejemplo- con el hecho que, en lugar de aprobar medidas tributarias progresivas donde “paguen más quienes tiene más”, la llamada “bancada cian” opta por resolver la necesidad de ingresos estatales profundizando el endeudamiento; y el gobierno amplía la base tributaria persiguiendo fiscalmente a los sectores populares y capas medias, en vez de combatir la evasión y elusión de los ricos.

Dos años después de tomar el poder se constata más evidentemente que Bukele es igual o peor que “los mismos de siempre”, por mucho que sus ideólogos y propagandistas lo muestren casi como un “revolucionario”, “anti-oligárquico” y “anti-imperialista. Por tanto, ojalá más temprano que tarde los sectores progresistas y democráticos salvadoreños se empeñen en la construcción de una verdadera alternativa.

(ARPAS)

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