Por: Francisco Parada Walsh*
Todo sucedió en una remota isla del Pinochini de América. De esas islas que cual una freidora de papas se ponen a la venta. Apenas había un par de familias en dicha isla y algo bellísimo era ver a miles de cangrejos apostarse al sol, esperar las suaves olas y embarcarse en una suerte de un viaje sin retorno.
Los pocos residentes de tan paradisíaca isla eran las personas más acaudaladas de esa pecadora tierra; ante la devastación sufrida por El Pinochini de América decidieron levar anclas y buscar otros derroteros, el dinero no era problema, había de sobra; Todas las mañanas se podía ver a ese grupo de personas tomar el sol, se daban un refrescante chapuzón y luego departían un suculento desayuno, el café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza no podía faltar. A pesar de ser un lugar tan solitario, esto no parecía incomodar a estos nuevos habitantes que por las tardes jugaban cartas, squash o largos y cansados partidos de tenis para luego departir algunos tragos.
Mientras amanece, es el cangrejo Francisco que estira sus tenazas, medio somnoliento le da los buenos días al papá Cangrejo quien le pregunta cómo ha amanecido, el cangrejo Francisco le dice que durmió de maravilla; mientras la mamá Cangreja les prepara unas tostadas a la Salvadoreña, tanto el padre como el hijo toman un café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza; es el cangrejo Francisco que le dice al papa Cangrejo que unos compañeritos camaroncitos se burlan de él por los grandes ojotes, es papá Cangrejo que le dice que los mande a la mierda, que no les haga caso; ya el desayuno está servido, tanto padre como el hijo se lavan las tenazas y le hincan el diente a un rimero de tostadas a la Salvadoreña.
Era una mañana común cuando un hombre con la piel dorada contemplaba la inmensidad del mar, de repente voltea la mirada y ve a un cangrejo que sus enormes ojos casi salían de sus cuencas, estaba fascinado con tan bello paisaje; es el cangrejo Francisco que con una mirada al infinito dice ¡Qué bella es la mar! el hombre más asustado que confundido le dice al cangrejo: ¿No sabía que los cangrejos hablaran? El cangrejo, con los ojos saltones sin volverlo a ver le dice que siempre han hablado y que lo que sucede es que el mundo vive tan ajetreado que pocos reparan en los pequeños detalles y le recuerda al grande Rubén Darío quien escribió aquel bellísimo poema y le dice que se lo va a recitar: “Margarita, está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar”; el elegante hombre se incorpora y le dice al cangrejo: Pensé que por caminar para atrás ustedes eran tontos, bueno, eso dice la gente de ustedes; el cangrejo Francisco, aprovechando el sol de la mañana se aplica bronceador en todo su caparazón y le responde que muchos humanos caminan hacia adelante pero de nada les sirve, y que a pesar de su educación no entienden cómo es la vida y que si los cangrejos caminan hacia atrás es para alejarse de la torpeza y del ego de la sociedad; el hombre, ya no tan confundido le dice al cangrejo Francisco que hay una anécdota donde hay dos grupos de cangrejos con diferentes nacionalidades, unos son cangrejos alemanes y otros son salvadoreños y que cuando los cangrejos alemanes serán cocidos al vapor, todos se dan las tenazas y salen uno por uno de la olla y vuelven a la libertad sin embargo, los cangrejos salvadoreños, en vez de ayudarse y darse las tenazas agarran al punche que intenta salir y lo hunden en el caldo hirviendo; el cangrejo Francisco, señalando con sus grandes tenazas a las gaviotas que sobrevuelan la isla le dice que por eso El Pinochini de América no avanza, pues la envidia y la poca solidaridad hace que el país no progrese, siempre viviendo en una confrontación eterna y que no aprenden del pasado; el adinerado hombre le dice que está de acuerdo con su punto de vista pero que nunca se imaginó a un cangrejo pensar de tal forma; el cangrejo pela los ojotes y le dice que la humanidad se cree superior y que no entienden lo efímero de la vida, que todo es apenas un corto viaje, que el hombre se afana por tener, acaparar y apenas le queda tiempo para disfrutar la vida.
El hombre le dice al cangrejo Francisco que tiene que ir a desayunar, que lo espera mañana para seguir conversando; el cangrejo mueve su tenaza izquierda y le dice adiós. Llega el día siguiente y el cangrejo Francisco, muy puntual a la cita no ve a su amigo por ningún lado, por curiosidad se acerca a la lujosa casa de su amigo y oye llantos y lamentos, a lo lejos escucha que su amigo está grave, que necesita un donante de sangre tipo A “cangrejo universal” pues al parecer adolece de neumonía y todos los presentes tienen otro tipo de sangre; el cangrejo Francisco, quizá preocupado por la salud de su amigo se ofrece a donar tal vital liquido; el asombro y el desconcierto ante el ofrecimiento del cangrejo es grande, pero es el hombre rico quien le dice a su familia que no se asusten, que es un buen amigo que conoció el día de ayer; con una voz débil le dice al cangrejo Francisco: ¿Pero cómo vas a donar sangre si tú no tienes sangre? Es el cangrejo Francisco quien le dice que no pierden nada con hacerle la prueba y el tipeo, el grupo familiar ante la desesperación toman una tenaza del punche, ligan y para su sorpresa el punche es del mismo tipo del paciente ricachón; todos felices, inmediatamente le extraen sangre suficiente para hacer la transfusión, todo marchaba bien hasta que se dan cuenta que el enfermo no tiene sangre, no, es un líquido chirle paliducho que circula por el torrente sanguíneo del enfermo; el cangrejo siente que algo no está bien, jamás se imaginó que estas acaudaladas familias no tuvieran sangre como cualquier persona.
El cangrejo Francisco, sale con discreción del cuarto, no puede ocultar su tristeza y mientras regresa cansado a la playa viene a su mente un refrán que repetía su abuelita Cangreja: Es más fácil sacarle sangre a un cangrejo que un rico entre en el Reino de los Cielos”.
*Médico salvadoreño