Por: Elio Masferrer Kan*
Los Estados Unidos se ha presentado ante el mundo como un modelo de nación y de vida democrática. Distintos teóricos del Estado y la política lo presentan como un paradigma a seguir. Para los teóricos de la política, 1776 es el año de la fundación de los sistemas republicanos modernos. En estos momentos, sus ciudadanos están involucrados en una polémica que cuestiona el discurso fundacional de los Estados Unidos, cuestionando conceptos que parecían definitivos.
Partiendo de conceptos de la Reforma Luterana y las lecturas de las iglesias de influencia calvinista, los estadounidenses serían el “pueblo escogido por Dios”, con la peculiaridad de que además tendrían un “Destino Manifiesto”; el presidente Theodore Roosevelt en 1904 afirmó:
“Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, y mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos. La injusticia crónica o la importancia que resultan de un relajamiento general de las reglas de una sociedad civilizada, pueden exigir que, en consecuencia, en América o fuera de ella, la intervención de una nación civilizada y en el hemisferio occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe (América para los americanos) puede obligar a los Estados Unidos, aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, a ejercer un poder de policía internacional.”
Esta filosofía política está en crisis y cada vez más los ciudadanos americanos van alejándose del Destino Manifiesto y de que Estados Unidos son una Nación Cristiana. Hay un detalle, y es otro año paradigmático: 1619. El 30 de julio de ese año se reunió la Asamblea General de Virginia, el primer antecedente de organización política de los colonos americanos y a principios de agosto, unos días después, llegaron los primeros africanos esclavizados.
La Declaración de Independencia no dio derechos políticos a los descendientes de esclavos y recién lo tendrían cien años después, con más de 800,000 muertos, resultado de la Guerra Civil y la derrota del Sur por el Norte. Los pueblos originarios deberían esperar hasta 1924 para tener derechos políticos. La República y la Democracia eran para los blancos, a quienes se consideraban de “otras razas”: esclavitud, genocidio y discriminación.
Recién en 1954 la Suprema Corte anuló la segregación racial en las escuelas públicas, 176 años después de promulgada la Independencia. El problema continúa hasta la actualidad. Esta situación se resume en la construcción conceptual del Derecho norteamericano: “Teoría crítica de la raza”, un desarrollo teórico que relaciona en la sociedad y la cultura las categorías de raza, derecho y poder. Kimberlé Crenshaw y otros teóricos del derecho ponen el “dedo en la llaga” del problema. No es casualidad que el 50% de todos los presos en los Estados Unidos sean afroamericanos; los hispanos son el 25%. No existe ninguna relación con la estructura de la sociedad americana. Esta situación asimétrica es fruto de un racismo sistémico en las estructuras de poder. Donald Trump logró su triunfo electoral en 2016 movilizando este racismo y el “temor” de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes) que se sienten descendientes de los Padres Fundadores de 1776 (y de 1619). Esto agudizó la paranoia social contra afros y mexicanos en esa ocasión.
La reacción al racismo sistémico está reformulando el sistema político y la correlación de fuerzas sociales; el parteaguas fue el asesinato de George Floyd, un afroamericano degollado por un policía blanco, a plena luz del día. Esto consolidó al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras sí importan) y al “Escuadrón”: cuatro mujeres representantes en el Capitolio, latinas, afros y musulmanas que encarnan con su presencia la impugnación a la Nación Blanca y Cristiana del Destino Manifiesto de 1776.
En este contexto se entiende el respaldo al Gobierno cubano: Black Lives Matter condena el trato inhumano de los cubanos por parte del gobierno federal de Estados Unidos y lo insta a levantar de inmediato el embargo económico. La política cruel e inhumana, instituida con la intención explícita de desestabilizar el país y socavar el derecho de los cubanos a elegir su propio gobierno, está en el corazón de la actual crisis de Cuba. Cuba ha demostrado históricamente su solidaridad con los pueblos afrodescendientes oprimidos, ha protegido a los «revolucionarios negros» y ha apoyado las luchas de liberación negra en Angola, Mozambique, Guinea Bissau y Sudáfrica».
Cuando Biden y Harris pensaban que tenían consolidado el frente interno con la derrota de los republicanos, se les revierte el Destino Manifiesto y se le complica con fuerzas internas que exigen construir un nuevo Pacto Social, una nueva Nación plural, diversa e incluyente, donde convivan todas y todos.
*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH