Por: Francisco Parada Walsh*
Es triste, tristísimo. El “Canto de la Sirena” se utiliza para señalar un discurso elaborado con palabras agradables y convincentes, pero que esconden alguna seducción o engaño. La frase tiene su origen en unos seres fabulosos. Cuenta la historia que las Sirenas tenían una obligación y era que si algún hombre era capaz de oírlas pero no se sentía atraído por ellas, debían morir.
Ya la sirena no canta, está triste, perdió a su mar, ese pequeño mar que moja los pies de El Salvador; la sirena era alegre, le encantaba chapalear, tiraba besos y coletazos; era común verla en esa mar picada saltando con júbilo, feliz, su traje de gala era una cola azul y blanco pero esta última vez que la vi, parecía desnuda, nada la cubría más que su llanto, torrente de lágrimas y a lo lejos se escuchaba un quejido como cuando a una madre le arrebatan a su hijo; pude decirle adiós, sé que nunca la volveré a ver, nunca volverá a cantar, nunca; ella se va; sabe que todo El Pinochini de América escuchó su cantar, todo un pueblo se sintió atraído por ella, todos balbuceaban, todos seducidos por tan hermoso canto y por ende, nadie debió morir pues cumplieron al pie de la letra lo que dice la leyenda sin embargo poco a poco todo un país empieza a morir de envidia, de tristeza, de hambre; abren el pico y quieren tragar dignidad pero la dignidad no se vende, la dignidad es como una plantita que se cuida, se abona, se riega y de pronto tenemos un árbol robusto, lleno de frutitos de dignidad que se les da a los niños y terminan regordetes de dignidad pero la sirena se marchó, desde lo lejos quiso ver siquiera un árbol de dignidad pero no, prefirió llorar y de un coletazo azul y blanco se marchó para nunca volver.
Sucede que un país no canta sino que llora; y la bella sirena buscó otros mares, otros puertos, otros amores; acá quedó el recuerdo de su canto, que sedujo a un país entero; solo el recuerdo; me aterra que ni la magia nos cobije pero sí la maldad; ¿Cómo pudo una sirena pasar del canto al llanto? ¡No lo sé! todo sucedió tan rápido que una nación a ratos embobada, a veces endrogada, y la más común de las pócimas era aquellos carnavales dedicados a la flor nacional, “la flor de pito” que marea, que aturde a quien la consume; mientras, todo es una celebración pagana, un bacanal donde todo es fiesta; de repente todo es llanto; grandes y chicos se aglomeran en el Puerto de la Represión y lloran al ver la danza de las sirenas despidiéndose de un país que no merece ni su canto ni su llanto; merecemos la pena de hambre, condenados a vivir errantes en busca de ese pan divino que no se ve, que no existe, que ya se comió.
¿Quién soy para darme semejante festín de atropellos, hambre, miseria y desahucios? ¡Nadie! Fui a la escuela y aprendí que dos más dos son cuatro, así de sencillo y nunca en mi casa hubo cantos de sirena ni de mi padre ni de mi madre sino consejos, reprimendas pero nunca me ofrecieron un mundo feliz, nunca; por lo tanto, como pasa en la vida, todo es frágil, pasajero y unos han disfrutado viendo cómo se despedaza una sociedad y me lo han dicho en la cara, entiendo que es un resentimiento infinito contra todo aquello que no cuadre en sus vidas como se quiere y el dolor de muchos es la alegría del sirenito, del cantor, del fanático de la nada; hoy ese cantor se transformó en llorón cuando ve que el futuro de sus cachorritos será una pesadilla; será un cuento de terror.
Mientras, desde mi palco o desde Sol General disfruto el partido de la vida y la muerte; es un derecho que me pertenece como salvadoreño, porque he sufrido tanto al ver mi patria desgarrada como un chirajo. Yo solo observo, los golpes de pecho se escuchan en las tristísimas casas de cartón y de hormigón; todo es un ayer, todo es un arrepentimiento, todo es álgido, intratable, la torpeza tan cara que deben pagar los que cayeron rendidos a los cantos de la sirena. Lloren, lloren, lloren mil veces lloren, cobardes, cobardes, cobardes que su felicidad es la tragedia del hermano; lloren, griten, giman. Solo observo.
*Médico salvadoreño