Luis Manuel Arce.
Pocas veces se ha explorado cómo piensan los animales de los hombres, aunque es de suponer que sus juicios varíen en correspondencia con el hábitat, las normas de vida, si están en cautiverio o libres, e incluso hasta el tipo de alimentación.
No es igual un animal que lleva vida de mascota o en cautiverio sujeto a reglas obligatorias de sometimiento, que aquel que sobrevive como lobo estepario, siempre al acecho, amenazado y perseguido, y casi todo el tiempo con hambre. Tampoco es lo mismo, por decir algo, uno que viva en Estados Unidos, el país de las luces donde todo está sobrevalorado, y otro en África, en algún otro país en el que, por el contrario, la subvaloración es preponderante.
Aunque las diferencias entre uno y otro son abismales, pues en el primero hasta los gorilas son tratados como personas, en los otrosson cazados a tiro limpio no porque sean feroces, sino por un desprecio prácticamente irrefrenable. La opinión de estos animales sobre el hombre debe ser más objetiva porque no hay tergiversaciones ni encandilamientos. El problema principal para los animales en algunos países es que seguramente no acaban de entender la lógica racional de quienes actúan de forma irracional. Lo ven como una gran contradicción. Por supuesto, es una suposición.
Una pregunta recurrente en la manada puede ser cómo es posible encuadrar orgánicamente dentro del sistema de los conceptos racionales, a personas incapaces de hacer juicios de valor, digamos, sobre las relaciones de grupo, la buena vecindad, o el mantenimiento del equilibrio ecológico. Pudiera tratarse de un problema sicológico de selectividad, un factor que entraña discriminación, la cual es una anomalía del poder que traza límites a la razón. Como la intuición, la selectividad tiene en sí todos los elementos necesarios para linchar la razón, y según algunos peritos se trata de un efecto de la carencia de ideas y propuestas de algunos hombres que elevan al desastre la cultura del miedo.
Frei Betto explicaba hace poco que esa carencia de ideas y propuestas “saca a la superficie el odio inflamado. El ego se yergue como juez supremo e invisibiliza la alteridad. El otro solo se percibe como reflejo de la imagen del yo proyectada en el espejo narcisista”. De alguna manera la intuición, mala sustituta de la inteligencia porque actúa por impulso, como es el caso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es un arma para asaltar el pensamiento racional cuando hay un predominio de la cultura del miedo. Como me explicaba hace poco el investigador panameño Guillermo Castro citando a György Lukács, “el asalto al pensamiento racional nace del miedo a la propia decadencia, y genera una tendencia constante y creciente a rechazar la razón misma y buscarle sustituto en la creación de mitos y el culto a la intuición”.
Lukács dice que “la intuición no es, en realidad, otra cosa que la súbita revelación ante la conciencia de un proceso de pensamiento que hasta entonces venía desarrollándose. No puede deslindarse, por tanto, intrínsecamente, del proceso de trabajo en su mayor parte consciente. Y, para un pensamiento científico concienzudo, es un deber importante e irrenunciable, a la vista de estos resultados logrados “intuitivamente”, indagar, en primer lugar, hasta qué punto pueden también mantenerse en pie científicamente y, en segundo lugar, encuadrarlos orgánicamente dentro del sistema de los conceptos racionales, de tal modo que ya después no sea posible distinguir qué es lo descubierto por la capacidad de razonamiento (conscientemente) y qué por medio de la intuición (en los umbrales de la consciencia y llevado a ésta solamente más tarde)”.
Debo aclarar que científicamente no está aclarado, pero es posible que ese sea el punto de inflexión en el que el hombre se convierte en lobo de sí mismo. Trump podría ser el conejillo de indias para esa investigación, y no los animales de países pobres como clasifica a los inmigrantes.