Remedios Zafra: «No hay educación sin desconexión»

La especialista participó en la Semana Unipe Virtual, organizada para pensar el mundo educativo en esta era. La cultura digital en ese contexto, la manera de enseñar y aprender, la vida hiperconectada.

Por Sonia Santoro.

“No hay educación posible sin tiempo para pensar, sin distanciamiento, sin aburrimiento, sin curiosidad. No hay educación sin desconexión”, dice Remedios Zafra, ensayista española, puesta a pensar sobre las ventajas y desventajas de la educación virtual. Del lado de los pro, agrega: “lo digital tiene muchas ventajas para favorecer un acceso más igualitario a personas que no pueden acceder a escuelas, o que tienen dificultades de movilidad, o que no pueden desplazarse allí donde se archivan historias y relatos que pueden convertirse en conocimiento”. En esta entrevista analiza no solo la complejidad de la educación en pandemia y pospandemia sino el impacto de la cultura digital en la vida actual. En este contexto, dice que el feminismo y la sororidad pueden ser “ejemplo de lo que podemos lograr si reforzamos vínculos como personas que se importan una a otras”.

Zafra dio la conferencia inaugural “Plataformas, algoritmos y redes en cuestión” en la Semana Unipe Virtual, organizada por la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE) entre el 2 al 6 de agosto a fin de pensar la educación y el país, a partir de exposiciones de especialistas en temas educativos y pedagógicos. Zafra es Científica Titular en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Ha sido profesora de Arte, Cultura Digital y Estudios de Género en la Universidad de Sevilla y profesora tutora de Antropología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Doctora y licenciada en Arte, licenciada en Antropología Social y Cultural, con estudios de doctorado en Filosofía Política y Máster Internacional en Creatividad. Con su trabajo ensayístico y literario, Zafra obtuvo varios premios, entre ellos el Premio Anagrama de Ensayo en 2017 por El Entusiasmo. Precariedad y Trabajo creativo en la era digital con el que hace una crítica al contexto capitalista “que sostiene a la cultura digital y que normaliza que el poder económico esté dominando Internet por encima del político y ciudadano”. Allí advierte cómo “el entusiasmo que caracteriza a muchos estudiantes, investigadores y trabajadores de los contextos académicos y culturales está siendo instrumentalizado para activar la maquinaria productiva”.

–Cuando en los años noventa estudiaba en la universidad estaba muy confusa sobre cómo la forma en que los estudios se estructuraban y clasificaban podrían ayudarme a aprender, a comprender mejor el mundo y a materializar mi motivación creativa y política. Ya sabes, ese deseo adolescente (que aún pervive) de creer que con lo que hacemos podemos “mejorar el mundo”. En aquellos años leí cómo Marcel Duchamp definía al “artista contemporáneo” como aquel capaz de habitar la dificultad de su época, como alguien que contribuía a construir la complejidad de su propio tiempo y esta idea me ayudó a integrar en mi trabajo dos temas que entonces me parecían transformadores para mi propia vida: el feminismo e Internet. Recuerdo que con el dinero del primer y único premio de pintura que gané me compré un ordenador personal y me conecté a Internet. Aquello cambió profundamente mi forma de escribir y de pensar el mundo. Especialmente cuando comencé a acceder a espacios de pensamiento crítico donde se publicaban debates y reflexiones sobre “cómo Internet nos cambiaría”. Los años noventa fueron explosivos en este sentido pues Internet todavía no había sido “colonizado” por las empresas que desde la década de los dos mil gestionan y condicionan gran parte de nuestro acceso y vida online. La cultura digital se convirtió en algo que habitaba y en algo que observaba y sobre lo que leía y me documentaba.

Me interesaba tanto que orienté a ese tema mi tesis doctoral y comencé a publicar mis trabajos. Con mi primer premio de ensayo compré un ordenador, ahora portátil, que volvió a mejorar mi vida. Aunque ahora lo hayamos normalizado, para quienes veníamos de una cultura analógica, la posibilidad de trabajar en cualquier lugar llevando tu biblioteca y archivos contigo, la posibilidad de acceder al mundo digitalizado y a las personas conectadas que entonces no eran muchas pero que rápidamente fueron creciendo, era emocionante y revolucionario. En mi caso, además, venía de un contexto humilde.

–En 2010 publicó Un cuarto propio conectado en el que ya exploraba la irrupción de la virtualidad en la vida íntima. Usó una metáfora muy cara a los feminismos, ¿cómo se han apropiado las mujeres y los feminismos de ese cuarto propio del que nos hablaba Virginia Woolf, ahora digital?

–Si Internet ha sido la gran revolución de finales de siglo, creo que el feminismo ha sido (está siendo) la gran revolución de la humanidad. Si unimos ambas, la potencia es grande. Desde los años noventa los feminismos han estado muy interesados en preguntarse por cómo Internet podía ayudarnos a ser “socialmente más iguales” siendo humanamente personas muy diversas. Aunque la tecnología siga estando muy masculinizada en los campos de programación y liderazgo, Internet se nos presentaba como algo distinto por varias razones. Una de ellas es su estructura horizontal en la que todas las personas podemos ser productoras y receptoras al mismo tiempo, algo inspirador para el feminismo que reivindica formas de poder “no jerarquizadas”, y para poner en valor esas voces o miradas no enfocadas ni escuchadas. En gran medida las mujeres habían sido (siguen siéndolo en muchos lugares) las notas periféricas, la parte borrosa o no enfocada de la imagen, y aquí podíamos tener voces, incluso habitando la esfera privada y doméstica, porque los cuartos propios conectados permitían estar dentro y estar fuera al mismo tiempo. Es más, en las habitaciones conectadas hemos podido compartir la intimidad cuando ha sido opresiva y culturalmente nos han enseñado a callarla. Ese compartir ha hecho de espejo con miles, millones de cuartos propios donde otras mujeres se han identificado y se han unido para crear voces colectivas y políticas a través de la red.

El cuarto propio que reivindicaba Virginia Woolf era necesario para que una mujer se dedicara a “escribir”, pues curiosamente en la casa que habitaba casi todos los espacios estaban pensados para que ellas cuidaran de los otros, pero no siempre podían disponer de espacios para el silencio, la concentración o la lectura. El cuarto propio conectado del que yo hablaba en 2010 me parecía un punto de entrada necesario para abordar la transformación de un mundo irreversiblemente conectado donde esas esferas antes diferenciadas (pública y privada) interseccionaban en la pantalla, abriéndonos nuevas y fascinantes puertas al mundo y al conocimiento, pero también desafíos y amenazas.

–¿Se puede hablar de un antes y un después de la pandemia para pensar la cultura digital en general y en particular en la educación?

–Creo que sí. La pandemia ha acelerado un cambio que llevaba tiempo produciéndose en la cultura digital, especialmente en los ámbitos educativos y laborales. Sin embargo, lo que antes era opcional se ha hecho necesario. Quiero decir que impedidos y encerrados en nuestras casas, el distanciamiento social ha sido posible en gran medida porque hemos seguido conectados. Las familias han logrado que los mayores reacios a usar videollamadas se hayan sentido más cerca estando lejos, muchos trabajadores han demostrado que pueden hacer lo mismo desde sus casas, es decir que “trabajo” es lo que se hace y no “el lugar al que se va”. En ese sentido, se ha superado una visión acomplejada sobre el teletrabajo y más comprometida con la movilidad exacerbada y contaminante que caracterizaba la aceleración de muchas vidas antes de la pandemia. Sin embargo, la experiencia ha evidenciado las carencias y la improvisación, la desigualdad y la precariedad que también han caracterizado estos meses. En educación la lectura es ambivalente. De un lado, Internet ha permitido la conexión entre estudiantes y educadores, la digitalización de recursos y una mayor conciencia en el papel que la educación a través de las pantallas requiere por parte de los agentes implicados. De otro, ha evidenciado las desigualdades entre quienes tienen acceso y medios para tener computadoras y conexión y quienes no; la dificultad del proceso que no puede entenderse como un mero trasvase de contenidos a la red sino como una concepción distinta de la interacción entre estudiantes y con el profesorado, una interacción que precisa tiempo, recursos y planificación. Ser conscientes de las aristas del asunto es importante de cara a aprender, porque si lo hacemos no solo lograríamos recuperar la normalidad de antes, sino usar la tecnología para mejorar una “normalidad” que era desigual y muy mejorable.

–¿Cómo cambió la manera de enseñar y la de aprender?

–A mi parecer desde los primeros años de socialización de Internet la educación comenzó primando el carácter instrumental de la tecnología, pasando por alto los cambios que a muchos niveles supone estar mediados por pantallas. Me refiero a que muchos pensaron que solo se trataba de trasvasar contenidos para hacerlos accesibles y de utilizar determinados aparatos y aplicaciones, pero la educación a través de Internet no es solo digitalizar. Creo que esto también ha pasado en la pandemia, que en algunos casos se ha entendido que educar es facilitar acceso a contenidos y dejar que los estudiantes los gestionen por su cuenta y en esos casos se ha evidenciado el fracaso del aprendizaje. Aprender implica motivación, generación de afectos, imaginación, curiosidad, cooperación… La educación conlleva contacto humano mediado o no por pantallas y hay también un proceso de aprendizaje en el uso de la red, de plataformas y aplicaciones para lograr dar sentido a la práctica educativa. En ese sentido, la educación también “está aprendiendo”.

–En ese aprendizaje, ¿cuáles son los pros y contras?

–Lo digital tiene muchas ventajas para favorecer un acceso más igualitario a personas que no pueden acceder a escuelas, o que tienen dificultades de movilidad, o que no pueden desplazarse allí donde se archivan historias y relatos que pueden convertirse en conocimiento. No obstante, tiene también desventajas y puede generar nuevas desigualdades. Pienso por ejemplo en cómo las familias con menos recursos suelen ser en las que los hijos pasan más tiempos enganchados a sus teléfonos móviles. Esta adicción, buscada por las industrias digitales que gestionan y monopolizan gran parte de las aplicaciones y espacios que transitamos online, es un fracaso para la educación. No hay educación posible sin tiempo para pensar, sin distanciamiento, sin aburrimiento, sin curiosidad. No hay educación sin desconexión. Fíjate qué significativo sería que en Silicon Valley muchos de los gurúes tecnológicos lleven a sus hijos a escuelas donde no hay ni computadores ni wifi, y donde se apuesta por metodologías creativas, materiales y humanísticas. Es decir, se practica un alejamiento intencionado de la tecnología que ellos mismos crean en tanto saben de su ideación como artefactos adictivos. Ser conscientes de esta situación es clave para pensar qué educación queremos, qué papel y a qué edades queremos usar determinadas tecnologías.

–¿Los adultos estamos formados para entender la revolución digital en la que vivimos, el mundo de los algoritmos, por ejemplo? ¿O estamos condenados a quedar afuera, por lo tanto, sin control sobre lo que pasa con nuestros datos? ¿Qué pasa con jóvenes y adolescentes?

–La edad es un factor que siempre se tiene en cuenta en el aprendizaje y cuando hablamos de revolución digital hay mucho de “aprendizaje”. Pero por encima de la edad está la motivación y esta puede darse a cualquier edad. Cierto que las personas que hemos crecido sin Internet tenemos otra perspectiva y otros conocimientos que nos permiten comparar y valorar de otras maneras pero es difícil permanecer ajeno a lo que la cultura digital está suponiendo para la humanidad.

Sobre los algoritmos creo que condicionando fuertemente nuestra vida conectados nos pasan desapercibidos y es normal, pues están pensados como estrato no visible, como lente que permite “ver” pero se nos invisibiliza como lente. Sobre ellos me parece importante recordar que “no son neutrales” y que están programados desde una ideología y poder determinados que habitualmente contribuyen a mantener. Importa ser conscientes de que en nuestra cotidianidad accedemos a multitud de contenidos a cambio de nuestros tiempos y de nuestros datos. Datos que en conjunto están gestionados por empresas e intereses lucrativos y que suponen un gran poder para gestionarnos y condicionarnos en nuestras vidas online.

– En un artículo decía que “los sujetos hoy están hechos de carne y píxeles, de sueños y expectativas siempre en conflicto y redefinición”. ¿Cómo se configuran nuestras identidades a partir de la vida hiperconectada?

–Las identidades contemporáneas ya no pueden entenderse sin lo que somos a través de las pantallas. Siendo sujetos de carne con vidas materiales y cuerpos que tienen heridas, se mueven y sueñan pasamos gran parte de nuestros tiempos sentados frentes a pantallas relacionándonos con otros o mirando a otros. Esa forma de ser en el mundo en la que pasamos de pantallas de trabajo a pantallas de entretenimiento y de la que los confinamientos han sido claro ejemplo, dibuja una cultura donde Internet funciona como un potente aparato identitario, es decir como un instrumento de construcción de lo que decimos o mostramos ser.

En la red vamos dejando rastros y registros, intencionadamente o no, algunos se hacen públicos y siguen accesibles como archivos indefinidamente (con o sin nuestro control), y otros son apropiados por empresas e instituciones. Javier Echevarría usa un concepto interesante para referirse a “sistemas de datos generados por personas, de los cuales se han adueñado los propietarios de las grandes bases de datos”.

–¿Es posible pensar hoy una intimidad, una existencia, por fuera de lo virtual?

–Pienso que un desafío humano es luchar por mayores grados de libertad que nos permitan gestionar nosotros mismos ese tesoro que es la intimidad. Una de las amenazas de la actual cultura digital en manos de poderes económicos es cómo crece su control sobre la intimidad y la ciudadanía y contra ello cabe rebelarse. La existencia fuera de lo virtual no solo es pensable sino que es imprescindible como humanos. Tener control sobre ello es crucial y ser conscientes de estos riesgos es un paso importante. Otro paso sería reforzar los vínculos de solidaridad y ciudadanía, dejar de sentirnos solos tras la pantalla. El feminismo y la sororidad puede ser un ejemplo de lo que podemos lograr si reforzamos vínculos como personas que se importan una a otras.

Fuente: Página/12

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