Se cree está determinada por lo funcional del comportamiento de un ser humano en sociedad, así lo explican entendidos en el tema. Depende de la capacidad de un individuo para expresar, entender y administrar sus propias emociones.
Por: Yamila Berdaye
Es posible aprender a desarrollarla. De acuerdo con The Conversation –red de medios de comunicación sin fines de lucro que publican noticias en Internet escritas por académicos e investigadores– estos son los puntos para saber qué tan elevada es tu inteligencia emocional: cómo reaccionas ante situaciones determinadas o circunstancias comprometedoras. Una inteligencia emocional sana podría marcar la pauta entre reacciones violentas hacia los demás e incluso con uno mismo. Las emociones son humanas, de eso no hay duda, pero hay escenarios que pueden abrumar a las personas y, en consecuencia, hacerlas actuar de formas no adecuadas que repercutan negativamente en sus vidas.
Las personas con una inteligencia emocional poco desarrollada tienden a reaccionar explosivamente ante sentimientos negativos, sin detenerse a observar la situación con detenimiento. No son capaces de analizar los pros y los contras, y la afrontan de manera impulsiva. Por esto, son más propensas a ser socialmente disfuncionales.
Un indicador de inteligencia emocional desarrollada es la capacidad de entender las situaciones difíciles como un desafío, en lugar de paralizarse o de explotar ante ellas, las personas con una alta inteligencia emocional se enfocan en los recursos que tienen al alcance para resolver problemas, no permiten que angustia y ansiedad se vuelvan intolerables, son conscientes de sus límites y de sus capacidades para hacer frente a situaciones de riesgo. De esta manera, le es más sencillo lidiar con sentimientos negativos sin abrumarse.
Las personas de inteligencia emocional elevada son conscientes de sus límites, tienen amplio conocimiento de su vida interior y la controlan, tienen un diálogo constante consigo mismos. Así, saben cómo mantener la ansiedad o el estrés en niveles adecuados y cómo hacer frente a situaciones de incertidumbre o de peligro potencial. Con esta actitud –claro está–, generan vínculos de empatía con otros, logran extender su relación sana consigo mismos y hacia el exterior, sin permitir que esto comprometa su seguridad apasionada.
Son personas más competentes en el trato con el otro –desde su núcleo familiar, amigos o hasta la atención al cliente, por ejemplo– y les resulta fácil ajustarse a las normas de cada círculo social en el que conviven de manera cotidiana.
Según investigadores, las personas que carezcan de estos recursos no están perdidos ni mucho menos, se puede trabajar con ellos por medio de un proceso terapéutico personal, en el cual cedan y se den el tiempo-espacio para conocerse mejor y reconocer sus propias limitaciones humanas.