Hasta poco más de dos años, Lula seguía en prisión y condenado, excluido de la vida política en Brasil. Hubo personas, incluso de izquierda, que aceptaron las acusaciones en su contra, lo consideraron fuera de la vida política brasileña. Cuando se despidió de nosotros, en el Sindicato Metalúrgico de São Bernardo, la mayoría no quería que se entregara a la policía. Pero él había decidido ir a demostrar ante el juez Sergio Moro la falsedad de las acusaciones en su contra y la farsa del Lava Jato. Solo que pensó que estaría preso unos días. Tuvo que acostumbrarse a la idea de que se quedaría mucho más tiempo. Nos quedamos en vigilia todo el tiempo, esperando verlo salir de esas malditas instalaciones de la policia de Curitiba. Cuando lo visitamos, lo encontramos firme y confiado en que saldria y regresaría con firmeza a la pelea.
Pero fueron 580 días y 580 noches interminables en la soledad de la celda injusta y cruel que tuvo que soportar para probar su verdad. Por eso su salida, que cumple dos años el 9 de noviembre, debe celebrarse como una victoria de la verdad, la tenacidad y el carácter de un hombre que se pone la piel para demostrar sus convicciones.
La vida en Brasil parecía acostumbrarse a esa barbarie. Algunos lo celebraron abiertamente y utilizaron los espacios en los medios para criminalizar a Lula como corrupto, para celebrar su exclusión de la vida de un país que estaría mejor sin él, en la voz de los verdugos. También hubo quienes, en el campo de izquierda, aceptaron las acusaciones y empezaron a criminalizar al PT, no sólo injustamente sino también de maneira oportunista. Gente que sabe que, con Lula y el PT, hay poco espacio para que ellos y otros posibles candidatos ocupen un espacio gigantesco que queda libre.
Por eso la salida de Lula de ese espantoso edificio tiene que celebrarse como un día histórico en la vida de Brasil. Porque representa la victoria de la verdad y la fuerza personal del líder más grande que jamás haya tenido el país. De ahí la emoción de reencontrarse con Lula en el Sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo, primer lugar al que acudió, volviendo al lugar que había dejado, para decir que había cumplido la mitad de su promesa: recuperó su libertad. Lo que se necesitaba era desenmascarar a quienes lo habían llevado a ser arrestado y condenado siendo inocente. Abrazarlo nuevamente confirmó la certeza de todo por lo que habíamos luchado.
Pero demostró que había tenido razón al presentarse. Que no quería pasar a la clandestinidad y ser tratado como un forajido. No salir del país y ser tratado como un fugitivo. Ese 9 de noviembre también fue histórico porque comenzó a devolver a Lula a la historia política brasileña y a reavivar en el corazón de los brasileños la esperanza de que sería posible rescatar al país de la peor crisis de su historia.
Fuente: Página/12