Por Rodolfo Cardenal.
La ministra de turismo dice trabajar para proporcionar al turista una experiencia de primer nivel. Aun cuando así fuera, el objetivo es inalcanzable, excepto en enclaves pequeños y exclusivos. En cualquier caso, los turistas tendrían que ser trasladados por vía aérea para ahorrarles la experiencia de circular en el caos del transporte terrestre, de recorrer calles agujereadas e irregulares, y de observar el bullir de la miseria.
Mientras la funcionaria construye la experiencia de primer nivel, sus colegas no solo se desentienden de unos recursos naturales bastante devastados, sino que facilitan la profundización de la depredación en aras del progreso. Algunos proyectos de infraestructura como vías de comunicación o escenarios deportivos, o como el bitcóin y la Chivo, son también enclaves, que conviven con servicios públicos descuidados o en ruinas, un medioambiente insalubre, el desempleo, las desapariciones, las extorsiones y la emigración. El entorno hace de la declaración ministerial simple propaganda para entusiasmar a unos creyentes que toman la parte por el todo; extrapolan los enclaves de primer nivel al país.
El dictador de Corea del Norte juega con misiles balísticos hipersónicos mientras pide a su gente comer menos para enfrentar la crisis alimentaria. Bukele sueña con un satélite. Una fantasía más, ya que el nivel educativo y tecnológico del país no está preparado para esa clase de empresas. Más asequible es el Chivo Pets, un centro asistencial público para animales, financiado con las supuestas ganancias del bitcóin. La aberración es muy similar a la norcoreana, que apuesta fuerte en geopolítica mientras la mayoría de su gente padece hambre. Las experiencias de primer nivel de Bukele están rodeadas de precariedad, miseria y violencia. Puede objetarse que el turismo trae divisas, muy necesarias para mantener en circulación el dólar, pero esa no es la cuestión, sino la sabiduría de crear espacios privilegiados que excluyen a la mayoría de la población.
El primer nivel debe ser para esa mayoría, y su construcción puede comenzar por la educación, la salud y el empleo. Son proyectos de mediano y largo plazo. Por tanto, proyectos de Estado, no de un mandatario. Las metas de primer nivel requieren amplitud de miras y compromiso con la gente. Pero Bukele ha reservado ese nivel al Ejército, que se lleva el mayor incremento del presupuesto del próximo año, aun cuando el país no está en guerra. Otro sector igualmente privilegiado, según revela la información periodística, es el de la familia Bukele, sus socios y sus allegados. La información que se filtra con dificultad delata que ellos monopolizan la inversión pública, las concesiones y la corrupción.
El ascenso del oficialismo actual muestra la gran habilidad de los oportunistas para medrar. Se dan maña para alinearse en el bando ganador. El alineamiento no es ideológico. De hecho, no hay ideas. De ahí que un diputado pregunte, muy seguro de sí mismo, si “los pagos en efectivo realmente se hicieron en efectivo”. Los parásitos proliferan donde vislumbran oportunidades para hacer dinero fácil. Por tanto, el oficialismo no debiera sorprenderse de que algunos de sus diputados se ofrezcan a otro que pague más que Bukele. Y este no debe culpabilizar a terceros, sino subir su oferta si desea conservar la aplanadora legislativa. La debilidad está en sus propias filas, no en el exterior. El no tener ideas, una supuesta virtud que sirvió de carta de presentación, ahora resulta un vacío peligroso. Es la misma “democracia” de siempre. No es necesario retornar a ningún pasado, porque este es todavía presente.
El nuevo comienzo, el primer nivel y la democracia son expresiones sin contenido ni compromiso. El oficialismo no representa ni sirve otros intereses que no sean los suyos. El error garrafal de los diputados cyan no ha sido salir al mercado, sino intentar ingresar en un nivel que los Bukele se han reservado. Olvidaron que no tienen más competencias que las que estos les asignan. La ambición pudo más que la cláusula de exclusividad del contrato firmado con ellos. En cualquier caso, el conato de deserción evidencia la enorme debilidad interna del régimen. Sus diputados, sus magistrados y jueces no militan en sus filas por convicción, sino por dinero y por privilegios, como los vehículos que el presidente impuesto de la Corte Suprema de Justicia repartió entre los leales. La ambición no conoce la ética ni la circunspección. En una palabra, los peones del régimen no son de fiar. Desertarán si alguien ofrece más. El régimen lo sabe y por eso los espía. Así descubrió las conversaciones delatoras.
Hacer pasar la parte como el todo oculta la realidad y proyecta la falsa sensación de que el país avanza en la dirección deseada. Pero los únicos que avanzan y prosperan son los asociados a la parte. Los demás, la mayoría, se hunden en sus desventuras. Aquellos que piensan que avanzan con la parte descubrirán su equivocación si miran con honestidad a su alrededor.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.