Según la historia de mi familia, mi abuela paterna era la responsable de revisar las publicaciones en el Diario Oficial, no tengo claro cuál era su trabajo pero es lo que recuerdo; mi padre escribía artículos en el periódico El Diario de Hoy y quizá empecé a escribir hace unos veinticinco años pero recuerdo una llamada anónima de parte de la dama de mi tata que confundió mi mente y mis deseos de escribir.
Por: Francisco Parada Walsh*
El tiempo vuela y casi llego a los diez años escribiendo para El Independiente, empecé con una sencilla columna que se llamaba Tribuna Médica, luego las teclas se pulsaban solas, era un deseo irrefrenable de escribir y escribir a tal punto que mis artículos tenían el derecho de llevar en su vientre cuatro mil palabras lo que significaba que mis escritos dejaban fuera a grandísimos escritores y poco a poco fuimos reduciendo el número de palabras.
Gracias a estos sencillos artículos he hilvanado bellas amistades, las que conservo. El año pasado hablé con el director de El independiente y le dije que deseaba escribir de cinco a diez artículos por semana, primero hubo confusión y luego le hice ver que con la pandemia valía la pena dejar un sencillo legado a la vida, y él estuvo de acuerdo. Escribir tales artículos es hermoso, me divierto en ocasiones cuando al final, hay una sonrisa en este rostro desvencijado y a veces, y quizá más que la risa, hay lágrimas, dolor al terminar de escribir y recuerdo al colega caído en combate.
Sin embargo, lo que más disfruto es encontrar el vacío que debe llenar una coma, un punto, un acento, una tilde, esa palabra redundante y después de revisar detenidamente diez artículos no es excusa para publicar alguno con un error de ortografía, entonces entra una obsesión de buscar debajo de cada piedra o palabra esa tilde, esa coma que hará la diferencia en el significado de lo escrito, ese punto, que ordena que ya pasamos a otro tema. Esa es pasión, a veces creo que todo va inmaculado, sin ningún error y por manías y locuras vuelvo a revisar y me encuentro que de diez artículos, falta una coma, una tilde y descubrir ese sencillo y quizá imperceptible error me hace feliz.
Recientemente un amigo y colega me hizo la observación que por qué tal palabra no iba escrita correctamente, me gustó la observación y le aclaré que mi computadora es sencilla y que a veces no encuentro sean determinados signos, o plicas que me desdibujan el artículo y a la vez, uno envía contra viento y marea los artículos a los destinatarios y se debería volver a revisar cada artículo pero a veces se hace y otras veces, no; entonces es donde por respeto al lector y a mi persona debo ser tan acucioso porque para mí, descubrir un error u horror y corregirlo, me da paz. Cualquier persona me puede preguntar cómo se escribe tal palabra, si es con s, con c, con z, o dónde lleva el acento o tilde y quizá sea esa genética que me permite decir dónde.
No es jactancia que sé las reglas de la ortografía, no, sencillamente es como un sentido común que me hace reconocer la ausencia de esa tilde y aparte del placer que me da el escribir, también me llena de gozo descubrir un error, la ausencia de un acento y siempre es un reto, siempre; y quizá mi obsesión por el respeto a la lectura y escritura me arrincone y me sienta triste cuando después de que esos diez artículos son publicados, encontrar una redundancia, la falta de un punto y seguido, de una coma.
El lenguaje español es florido y por ende, lucho con todas mis fuerzas para que no se repitan palabras, acá es diferente, aparecen muchas veces las palabras punto, coma, errores. El buen hábito de escribir sin errores debe ser un deber, no se trata de seguir la moda de destruir el español con tantas abreviaturas inventadas, sino, mantener el orgullo y el respeto por el que lee, eso es lo más importante; sencillamente demuestro que quien revisa un artículo, merece todo el respeto del mundo y qué mejor forma de demostrarlo que haciendo de la escritura un arte, un mundo donde el lector se goza como yo.
*Médico salvadoreño