Por Rodolfo Cardenal.
Si por acaso el oficialismo perdiera diputados, el régimen de los Bukele quedaría muy debilitado. Si perdiera la mayoría, sería inviable. La defección de una cantidad significativa de diputados lo despojaría de la aplanadora legislativa. La presidencia, que hasta ahora parecía granítica, muestra fracturas. La deserción alerta sobre la inviabilidad del ejercicio autoritario del poder de los Bukele. Los diputados no han salido tan dóciles como el gabinete. En los escaños oficialistas de la legislatura circulan corrientes subterráneas de descontento. Algunos de sus dueños exploran la posibilidad de declararse independientes.
Al menos tres han sondeado las condiciones de la deserción. Aparentemente, no serían los únicos. Las fuentes de la prensa hablan de entre 15 y 25 diputados, y de varios intermediarios en competencia por la cantidad de descontentos que pueden arrastrar. Prescindiendo de la exactitud de los datos, la oferta de desertores indica la extensión y la profundidad de la insatisfacción en los escaños oficialistas. Al parecer, habrían pensado rechazar el proyecto de presupuesto para protestar por el trato que reciben. Una fuente anónima del oficialismo asegura que desde hace un mes los suplentes votan en el pleno debido al malestar de los propietarios. No se trata, por tanto, de una provocación externa. Y aunque lo fuera, esta es eficaz en la medida en que hay quienes se dejan provocar.
Los motivos del descontento, recogidos por la prensa, son reveladores. Muchos llegaron a la legislatura con la idea de aprovechar el escaño para comenzar su carrera política, pero el autoritarismo de Casa Presidencial no se los permite. Solo pueden asentir, aplaudir y salir en la foto. Ni siquiera les han facilitado recursos económicos para saldar las deudas de la campaña electoral. La mayor parte de la asignación se la queda el partido. En esas condiciones, temen ser diputados de una legislatura, pues seguirán siendo tan desconocidos como antes. Si llegaran a continuar, sería por aquiescencia de los Bukele, no por méritos propios. Es comprensible que la frustración de sus ambiciones los empuje a buscar otras opciones.
El oficialismo es ingrato. Les concedió un escaño y sus privilegios, pero les ha anulado la individualidad. No le interesan ni sus opiniones, ni sus sentires, solo su voto. Ciertamente, todos deben la curul a la popularidad de Bukele, ya que eran unos perfectos desconocidos, tal como les echó en cara el testaferro del régimen en la legislatura. Aun así, accedieron al escaño con la ilusión de figurar en la política nacional. Se equivocaron totalmente. Han descubierto con amargura que se vendieron por un plato de frijoles que les sabe a poco. La gratitud por el escaño otorgado ya no contrarresta la desazón. Están dispuestos a abandonar al benefactor, a pesar de la deuda contraída. La reacción de este ha sido fulminante y arbitraria. Dos de los diputados identificados, gracias a la filtración de la grabación de una las conversaciones, han sido reemplazados por suplentes.
Las intenciones de los posibles desertores no son tan limpias, tal como insinúan sus motivaciones. Se subieron al carro del Estado para medrar y vivir mejor a costa de los impuestos de la ciudadanía. También ellos llegaron para quedarse. Así, el malestar legítimo se mezcla con ambiciones inconfesables. Cerrada la puerta del oficialismo, buscan pescar en otros mares. “No me voy a meter al agua sin saber nadar, que me mande un salvavidas” dice uno de ellos. La deserción no está motivada por razones éticas, sino que tiene un precio: “¿Qué quieren y qué número piden y qué es lo que ofrecen?”. Las preguntas están dirigidas a quien puede pagarlo. A juzgar por lo que solicitan a cambio, el interlocutor es la embajada de Estados Unidos. La diatriba de Bukele contra ella no se hizo esperar.
Las potencias imperiales no se caracterizan por la ética política. Washington tiene una larga y vergonzosa historia de intervención en la región. Sin embargo, todas sus intervenciones fueron solicitadas por sectores internos o contaron con su connivencia. Los diputados descontentos no son la excepción. La embajada provoca, porque hay quienes están en disposición de ser provocados. Así lo prueba el precio de la deserción: exclusión de la lista Engel, residencia o ciudadanía estadounidense, y asistencia económica para las municipalidades. Un precio alto, por cierto. Los descontentos también quieren emigrar, eso sí, de forma segura. No están muy convencidos de la nación que construyen con sus votos. Por otro lado, sus ambiciones revelan la clase de diputados del oficialismo. En nada difieren de sus antecesores. En lugar de emprenderla contra la embajada, Bukele debiera prestar atención al impacto de sus acciones en sus propias filas.
A primera vista, la disidencia del oficialismo legislativo está en desventaja frente a los Bukele. Sin embargo, posee más poder del que parece, pues puede despojarlos de la mayoría legislativa, una pérdida muy costosa y con consecuencias impredecibles. Por tanto, puede negociar su permanencia desde una posición de poder.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.