Pareciera una tarde normal, es un sábado, siempre he considerado al sábado un día ni fu ni fa. Mientras, contemplo enfatuado las montañas de la hermana Honduras, honduras de dolores, de hambre, de jóvenes migrando; a pesar, quizá sean los amores los que ganan, ver ese verde mágico, montañas esculpidas por pericos, cuches de montes, coyotes y narcotraficantes.
Por: Francisco Parada Walsh*
Así, me detengo la geta, guardo silencio mientras fulmino a una cerveza de tres tragos, como aquel cuento de los tres tristes tigres; sigo en silencio, el cielo azul y blanco, a veces con unos nubarrones rojizos me cobija, me enamora, me deleita; escucho los últimos suspiros de un pequeño río que pasa atrás de mi cuarto, ya no hay agua, vale la pena escuchar cómo la naturaleza se engalana para que ese desnutrido río lleve sangre a los repollales, frijolares, tomateras y más.
Con la mano en la geta; debo sorprenderme de lo que vivo, de lo que amo, de lo que disfruto. Mientras está ese festín de placeres, esa geta y esta mano se ven mojadas, son lágrimas, son verdades, son dolores y frustraciones que salen de lo más profundo; no puedo contener el llanto al recordar a tantos amigos que cayeron y que ni por cerca son héroes, altivo nombre para un puñado de hombres y mujeres, que poco importaron a un estado y a la misma sociedad.
Quisiera que mis lágrimas tomaran cauces, no sé hacia dónde, quizá que llegaran como bálsamo al corazón de la madre que ha perdido a su hija, a mi amiga Verónica; que otras se fueran a la casa de Gerardo Bone, que cada una de mis lágrimas sea fecunda en amor, en compasión.
Pensé que mis lágrimas se acabaron pero no, lloro, lloro, me duele y cuando veo esa dicotomía entre la belleza de una montaña y el dolor que me carcome, no sé qué ser, si ser un pájaro que disfruta la vista, que a lo lejos ve a sus pajarracos pillar o ser un río bravo que en el correr de las aguas se vuelve calmo, sabe que debe regar de amor a cada casa que ha perdido no a un personal de salud sino a cada casa donde un hermano salvadoreño perdió la batalla; mientras, ese afluente debe seguir su curso a cada hogar, no casa, sino HOGAR de un joven desaparecido ¡Todos somos uno pero uno NO somos todos! Me aterra que mientras mi geta descansa, mi gente es tragada por la tierra, por el diablo; y nada nos perturba.
Reflejo de una sociedad de las más enfermas del mundo, sin temor a equivocarme. Somos grandes ligas en el mal. Quisiera que ese verde de la montaña no fuera un verde olivo del uniforme de un soldado; quisiera que ese cielo azul y blanco no representara a un partido re-partido político; quisiera que cada joven desaparecido sea salvado por ese Salvador del Mundo, que haga algo, que salve a los nuestros, sino, Salvador del Mundo, sigue tu camino y no te hagas llamar salvador, sino salvas a los tuyos ¿Qué haces acá? Quisiera que Honduras no tenga más honduras, sino que sea un valle fértil que cobije a los suyos, algo que aquí, es imposible.
Quisiera ser un águila y desde lejos ver a los malos, rescatar a la joven secuestrada y llevarla a su casa. Todo es surreal. Nada puedo hacer, más que tomar otra cerveza para anestesiar mi dolor, nadie da más, vivimos en un país donde nadie quiere joderse, todo al suave, todo al placer, todo al desenfreno de vidas, almas y muertes.
Nada puedo hacer, nada; solo detenerme la geta y llorar, no creí que antes de morir, mi país sería una tumba donde se entierra a su mejor gente, los jóvenes, los dueños del mundo; pero eso vivo y no somos más que el reflejo de una sociedad perdida, que escogimos lo peor para que nos gobierne y los frutos que se entierran, se llaman vidas.
Me iré de este planeta y dejo un mundo peor del que encontré, no hay un sentimiento de nación, de propiedad, de sociedad; manadas perdidas de seres con caras de borregos, cachos de diablos, pezuñas de búfalo, trompas de marrano, nalgas de salvadoreño, siempre dispuestos a poner la otra nalga, no la otra mejilla.
Médico salvadoreño