No es ese galán de telenovela ni el futbolista exitoso ni mucho menos un presidente ausente y menos, menos, menos un adinerado hombre. Estos no son perfectos. Perfecto es el hombre que se levanta a las tres de la mañana, que es la hora que el diablo sale a bailar; pero eso no le importa al hombre que sabe que debe ir a comprar el hielo para sus minutas ofrecer, empujar un pesado armatoste donde lleva una fiesta de colores que son los jarabes que le suben la hemoglobina a un hielo tullido, anémico, demasiado frío.
Por: Francisco Parada Walsh*
Es ese hombre que su risa es una obra de arte, donde la felicidad de ganar apenas unos pesos es para él, un buen día. No luce ropa cara ni finas colonias, vende las minutas en calles atestadas de humores y sabores, mientras empuja ese pesado carretón es el jarabe de tamarindo quien le dice al jarabe de pina: ¡Ay niña, de pina para la niña! Y el jarabe de fresa que grita ¡Soy una chica fresa! Parece que al jarabe de mango no le hace gracia nada, quizá el despertar de madrugada lo tiene molesto, es notorio su enfado cuando el jarabe de uva dice: “Pura uva mami”, en ese joder se les pasa el tiempo, mientras el hombre perfecto empuja, ríe, saluda; saluda, ríe, empuja, no hay futuro solo que sabe que si esa marqueta de hielo no se termina no hay comida para los pajarracos que lo esperan hambrientos en la casa; el sudor es fuerte, no importa, no necesita desodorante ni fijadores, sino que necesita respeto, vender su producto, vender pero no robar.
¡Qué gran diferencia! En este país, lo menos que somos, es perfectos, todos, cada quien a su nivel es un imperfecto, roba, mata de tantas formas, miente, por no empujar el carretón no de minutas sino de la dignidad y honradez; somos la nada y nos creemos el todo; nuevamente tengo ejemplos por decenas de personas que creyeron ser perfectos, y ahora, son simples sepulcros, que en ese olvido terrenal ni los suyos visitan, hombres hirvientes de egos y en un santiamén son frías mortajas.
Me quedo con el vendedor de minutas, que, siempre con una sonrisa, sudando, me vende colores, sabores, amores, sueños y un presente de felicidad. No quiero ser un hombre perfecto, de esos que parecen maniquíes, no, no, eso es una aberración que raya el amor propio; el hombre perfecto es rudo, común, de arranque, cálido, seguro, a ese hombre sí envidio, no a un “hombre perfecto” que por ejercer la medicina cree en la eternidad, que sueña con millonarias ganancias apostando a tantos juegos cuando el único juego seguro que tenemos y que todos vamos a ganar es la muerte y no la eternidad; me aterran esos hombres en carros impecables, egos que tachonan sus paredes colgando bisuterías académicas que no cabrán en el ataúd, esos carros largos cual el falo, solo demuestra su puta inseguridad, pobres diablos, me quedo con el vendedor de minutas.
Aquí, en el área rural, no es un oso el que anda cerca, el que ruje, el que grita, el que se levanta a las tres de la mañana a cambiar las papalotas para que los cultivos reciban el agua bendita, esos hombres, que a buenas seis de la mañana le entran a un vasote de chaparro, y no aturran la cara ni por el trabajo ni por el guaro.
Recientemente llamé a una institución solicitando un dato, mi interlocutor se portó tan deferente, partiendo que ni soy nadie ni quiero serlo; luego de resolverme el problema decidí comentarle algo, que el ex ministro de hacienda, el señor Nelson Fuentes es El hombre Perfecto, el motivo fue que mientras atendía en mi clínica a un empleado que cuida su propiedad, frente a mí sonó el teléfono para preguntarle cómo seguía, escuché toda la conversación, entendí que tanto el empleado del Ministerio de Hacienda que fue tan amable, el paciente y el señor Fuentes son los Hombres Perfectos.
Qué decir de ese vigilante que pasa horas y horas esperando la vida o la muerte, y aun, tiene una sonrisa, un espacio para recibir correspondencia y alguna puteada, esos son los hombres perfectos.
Creer que por lucir una ropa fina y que a cada paso sean decenas de guarda espaldas los que me cuidan, solo demuestra la inseguridad de ese tipo, ejemplo claro, el presidente y sus aleros; que de un día para otro, nacen en el país imperfecto para creerse y darse baños de perfectos cuando no, no son esos los hombres perfectos, esos son fantoches, son bultos, son inseguridades con nombres, con apellidos y nada de oler al varón, al digno, a ser ellos por lo que son, porque al cabo del día, todos caemos tirados, desparramados como ostras en una cama y tanto el hombre perfecto como el imperfecto tiene un juez que se llama conciencia, otros lo llaman droga, sí, droga; donde ese juez nos somete y nos condena y en esa infinita soledad, no somos nada, apenas sombras en el tiempo.
*Médico salvadoreño