De tantas cosas. Me arrepiento de no haber cometido más errores, de buscar caminar sobre la línea curva y no en la senda correcta trazada para las almas ingenuas, puras, mortales.
Por: Francisco Parada Walsh*
Me arrepiento de no haber volado a la luna en un cohete inventado por mis gatos, mis perros y yo; me arrepiento de no conocer más personas, de haber sido siempre solitario, me arrepiento de no haber sido un mar embravecido sino una mansa ola; me arrepiento de todo y de nada, de no haber viajado a tantas mentes leyendo más y escribiendo más y más.
Me arrepiento de no haber visto la luna desde la azotea de mi alma, me arrepiento de no ser un hombre sino una mansa oveja que llega al final de sus días lanzándose a un desfiladero inmoral; de haber bailado más, de haber amado más, de haber sido una ostra y no un águila y desde lo alto ver las necesidades de mi hermano y dejarme caer en picada con ayuda tangible; de creer en un Dios que no cree en mí, de no emborracharme con los néctares de flores; de creer más en mí que en aquel; de que mi canto no se escuchara quizá por miedo, pena, vergüenza o cobardía; de no haber sembrado más cariño donde se necesita.
De dejarme llevar por las corrientes suaves de la vida sin poner ni el pecho ni objeción alguna; de tener tan pocos amigos pero al final, quizá los justos; de no haber abrazado más a mi gente sino que siempre lejos, siempre ausente; de no haber tomado más vino que en vano limpia mis venas y manejar en el carril incorrecto de la vida; de no ser más débil, más sencillo y creer que mis fuerzas son suficientes para abrir las puertas del mundo cuando basta una sonrisa, una palabra de aliento, una mirada sincera para que el mundo sea nuestro.
De ser aburrido, de creer que solo yo tango la razón cuando ni mi corazón sabe qué hacer; me arrepiento del tiempo perdido, me arrepiento de la doble moral que cruza mi vida; de ser amante de la nada, de creer que el amor es para siempre; de mi sangre chirle que no tiene color ni dolor, apenas es sangre; de ser ciego en un mundo de videntes, de ser mudo en un planeta parlanchín, de ser sordo en una tierra que grita por amor; de vivir de las apariencias y no de la decencia; de ser un hombre que ama la mentira y no la verdad.
Que prefiere voltear la mirada que aceptar el sufrir; de no haber sido una mariposa monarca para volar de comarca en comarca y extender mis bellas alas para la alegría del niño sufriente, del niño invisible, de mi niño interior; de creer en el hombre, cuna de todos los males; me arrepiento de pensar en el futuro y dejé de vivir el presente; de no haber dicho cuán importante es el amigo, la familia, mis perros y gatos; de creer en un mañana cuando soy tan frágil.
De nacer en un mundo egoísta, perverso donde el único Dios que se adora es al dinero; me arrepiento de ser cobarde y no un valiente cuchillero, de dejar que otros me resuelvan los problemas y preferir guardar silencio, me arrepiento de sentir tanto dolor cuando veo a mis amigos caer, mejor una vida ligera que no me afecte en nada y me arrepiento de ser tan indolente y no un doliente; de no reunirme con los que fueron mis amigos, concepto errado y perdido; de no ser luz sino sombra; de no madrugar a ver la luna dormirse y preferir el hastío de una cama que apesta a hombre miedoso, timorato, mediocre; de creer en otros y no en mí; de no tomar más guaro y hablar como guara; de no vivir más para seguir sirviendo; de no abrazar más seguido a mis queridos y dejar que todo sean renglones sin voz, vacíos, desnudos como yo; me arrepiento de no haber descubierto el amor de los animales
¿Cuánto tiempo perdí en conocer el verdadero amor? Me arrepiento de no haberme aprendido miles de poemas y poder recitarlos a mí mismo; de creer en el hombre, cuando seamos malos, demasiado malos como diría Dalton.
*Médico salvadoreño