No está en el Cielo. Ni en el infierno. Es el hombre su propio dios. Nunca imaginé lo que vivimos, no, quizá fui ingenuo, creía en la bondad pero nada que nazca del hombre primitivo será para beneficio de él. La humanidad tiene millones de años pero no aprendemos nada, el tiempo de esperanza de vida no supera los ochenta años, pero ese sentimiento de ser invencibles lo vivimos todos.
Por: Francisco Parada Walsh*
No pensar en que en un pispileo todo queda, nada nos llevamos pero ya parece un cuento donde repetimos hasta la saciedad que somos sombras en el tiempo, y aun, no lo entendemos. El politeísmo ha existido desde la misma humanidad y al final del día, hemos adorado a tantos dioses llámese sexo, dinero, poder, licor, amistades (me refiero a todas aquellas donde buscamos obtener algo); llegamos a casa, y en un abrir y cerrar de ojos, damos las gracias por lo que sucedió en el día; haya sido un bacanal o una hora santa; así, camina la humanidad, dando tumbos y siempre teniendo una excusa para justificar conductas que es fácil entender que son totalmente erróneas. El Dios de los Hombres.
Es el que está en el espejo, es ese arrogante o sencillo hombre que, cada uno en su nivel, es capaz de volar alto, de alzar el pulgar y convertirse en un emperador, en decidir las vidas de otros y quizá, se debe entender que en El Pinochini de América, hay demasiados dioses, todos los días desaparecen a mis hermanos y tuvo que haber alguien que ordenó y decidió el futuro de nuestro futuro. No es la religión la que me ha cambiado, no, es mi deseo de buscar la empatía para el otro, en servir, en dejar de ser y menos a jugar a un dios, sino simplemente conocer mi fragilidad y quizá, así, he podido alejar los egos y temores de mi vida.
Los miedos que me atenazaban en el pasado, en el pasado quedaron; con el dolor que la pandemia me ha marcado he aprendido algo, a ser claro, a vivir el presente, a decir a los que forman parte de mi vida cuán importantes son, a no dejar nada para mañana, no es fácil pues siempre sucede algo que nos hace creer que habrá un mañana pero no me quedo con nada, todo sale, todo llega a su destino.
En ese correo divino entre hombre comunes dejamos de ser importantes y poco a poco perdemos la magia de la divinidad, y entendemos que, todo lo que tiene precio es barato, en cambio, las cosas de valores intangibles son las que valen la pena, ¿Cómo perder una amistad, una tertulia con el amigo, la caminata con mis perros? Todo eso no tiene precio y es lo que nos hace humanos, nos pone los pies en el cielo y entendemos que el dios de los hombres no es ese dios de amor que me han hecho creer, el dios de los hombres no es uno, son muchísimos y pareciera que tenemos máscaras, y ante diferente escenario, así, nos escondemos tras una máscara, y aparentamos lo que no somos.
Aun, los asesinos más grandes creen en dios, aman a sus familias, eso no es problema sino amar al extraño, ese es el clavo donde no es fácil servir a otro, no, se prefiere vivir en ese cielo lejano donde no queremos que otros lleguen y que, evitando dar lo que duele, mejor preferimos nadar por la orilla de la vida cuando, los tesoros están en lo profundo de la vida, están en el corazón y como hombres, debemos estar dispuestos a sacarnos el corazón y darlo a otro, no importa que duela, no, de eso se trata, en ese momento, si tenemos aspiraciones divinas, somos dioses hermosos cuando damos las primicias y al final, es el que recibe lo nuestro, quien nos eleva a una categoría superior, algo que no debería ser así pues todos, sin excepción, debemos compartir más, servir más; creo que el mundo fuera un mejor lugar, un palacio donde todos, podamos convivir para agradar no al dios del espejo sino a un dios que, no sé dónde está pero lo encontraré, pondré en cada poste una foto de Dios, en cada poste, se leerá: “Se busca a Dios, está desaparecido en la vida de muchísimos hombres y debemos encontrarlo. Se dará recompensa: Vida feliz”.
*Médico salvadoreño