La vida es efímera. Todos vivimos en el futuro. Es difícil vivir en el presente. Corremos como locos tras el último tren y dejamos de ver las maravillas de la creación. Me sucedió hace unos días.
Por: Francisco Parada Walsh*
Corría como caballo loco y de repente me detuve, empecé a ver flores pequeñitas, de todos los colores, son como muñecas que asoman por la ventana y nadie parece verlas y fui disfrutando de cada color, de cada hoja, de cada textura, ya no quise correr; quizá flores demasiadas pequeñas pero cada una, cada una tiene su gracia, su maravilla, sino es para mí, sí es para el colibrí.
Pensé que esa carrera sin sentido es mi vida, y decidí ponerle alto a ese desenfreno que me llevaba en apariencia a un lado, pero da lo mismo ir al norte o al sur, todo viaje tiene un final. No sé cuándo será el mío, pero en ese peregrinaje debo hacer estaciones, cálidas estaciones para revisar mi bitácora de la vida, regresar donde hubo y hay amor y nunca volver donde hubo dolor. No quiero ese dolor buscado, no, hay un dolor que no me lo puedo quitar, es viajar al uno de diciembre, me duele, me golpea, aquí todo es al revés, el caballo viaja al pasado, el viaje es más difícil, nadie quiere ir al dolor, aun, el caballo camina sin saber su destino, se me ocurrió no cambiar la montura, no, solo bastaba que el caballo viera el futuro y yo, el pasado.
El caballo llegó confundido, yo llegué apesadumbrado, no era un viaje sencillo ni de un día; decidí galopar al cielo a ver a mi madre; caballo y jinete, cansados, mi madre conocía los pasos de ese caballo bandido y cómo no iba a conocer los pasos de su hijo; ella, siempre bella, me esperaba, era un bufe de las más ricas viandas, aun, los apóstoles no podían disimular seguir el olor del guiso, había arroz con chacalines de la bocana, plátanos en gloria y desgracia, lomo de cerdo relleno de pasas, nueces y cariño; calamares topados de marrano; punches rellenos de posta de camarones gratinados con queso del cielo; poco a poco la fila se fue haciendo larga, no era la comida el motivo de ese viaje tan doloroso, doloroso por ir a mis raíces; no, esos son los brochazos de Dios; no soy una acuarela, soy apenas un pelo del pincel que Dios ocupa todas las tardes para alegrar al mundo , para alegrar mi vida; no la tiene fácil, no; y quizá sea como una ostra, que me retuerzo en el dolor pero entre la alegría y el dolor, me quedo con el dolor porque esa es la vida.
Alegrías, son mis perros, gatos, pájaros y rosas pero el dolor no es para todos, no, es un privilegio viajar a ese epicentro de mi vida y buscar el dolor o el amor, no sé ni quién se disfraza de quién, pero ver a mi madre, esas pequeñitas florecitas me hace creer que la vida es bella, y que mucho o poco depende de nuestra prisa por llegar rápido a un destino desconocido o detener ese trajín, y poder disfrutar de las lindas flores, de cada pino, del ciprés que tiembla de frío, del río que canta feliz cuando nos ve pasar.
Haré un trineo y serán mis guías, los ocho perros que me acompañan cada día, sé que iremos a dar de jeta a un zacatal pero eso no importa, sino disfrutar esa compañía, esa es mi realidad, no tengo otra.
Debo llegar a mi realidad, poco me importó tan deliciosas viandas, no, los apóstoles, aunque divinos son tan hartones y galgos como cualquier pobre terrenal, no, preferí abrazar y platicar con mi madre, con mis hermanitos y ya, una vez sabedor de que debo regresar, es el caballo el que no quiere, se ha enamorado de una linda potranca alazana, de esos amores no perros sino amores caballares imposibles, ni modo; no le solté la rienda como José Alfredo, sino que se la halé, ya vamos de regreso, vamos a mi verdad, a mi amor y a mi dolor, todo está bien, así es la vida. Mientras lloraba, otros reían, mientras lloro, todos lloran.
*Médico salvadoreño