Eugenia Mitchelstein y Pablo Boczkowski analizan la digitalización de la vida cotidiana «Lo digital es algo que respiramos»

Los expertos en comunicación señalan una tendencia en aumento, visibilizada a partir de la pandemia, por la cual la mayoría transcurre su vida en tres entornos: el natural, el urbano y el digital.

Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman.

En The Digital Environment (El entorno digital), los investigadores analizan la digitalización de la vida cotidiana y señalan una tendencia en aumento, visibilizada a partir de la pandemia, por la cual la mayoría transcurre su vida en tres entornos: el natural, el urbano y el digital.

Con la irrupción de la covid 19, “la vida no se detuvo, se trasladó a un lugar diferente”, dicen Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein en The Digital Environment: How we Live, Learn, Work, and Play Now, publicado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) en agosto pasado. Allí, los autores analizan la injerencia de las pantallas en la vida diaria y señalan por qué se debería pensar de manera integral en términos de un entorno digital en lugar de concebirlo como una simple suma de dispositivos y aplicaciones.

–¿Cuál es la definición de “entorno digital” sobre la que trabajan en el libro?

–Eugenia Mitchelstein: En una charla TED que Pablo dio en 2018, usó el término “oxígeno digital” al afirmar que lo digital es algo que respiramos. Desde hace centenas de miles de años habitamos el entorno natural y, desde hace más de cinco mil años, también el entorno urbano. De la misma forma, hoy habitamos el entorno digital, un contexto en el que se lleva a cabo gran parte de nuestras vidas –no reemplaza al entorno natural o al entorno urbano– sino que se superpone con ellos. Aunque lo pensamos antes de la pandemia, en marzo de 2020 observamos cómo la vida se había trasladado al entorno digital: las clases, el trabajo. La existencia social, tal como la conocíamos, no se suspendió sino que cambió de lugar. El entorno digital no viene dado, nosotros lo construimos con nuestras decisiones y acciones. Podemos motorizar cambios que también configuran ese entorno digital.

–¿Qué implicancias tuvo la pandemia sobre esta vida en pantalla, no solo para el trabajo y la educación sino, además, para las relaciones sociales?

–Pablo Boczkowski: Si esta transformación no se hubiera empezado a construir desde hace décadas, la transición sorpresiva durante la pandemia no habría podido acontecer. Es decir que la pandemia acelera un proceso de transformación de décadas y genera que la gente empiece a aceptar como algo posible –e incluso a veces deseable– el relacionarse con los otros a través de las pantallas. La pantalla se aplica a más áreas de la vida cotidiana, y tiene una serie de efectos que todavía no logramos entender. Durante los últimos dos años aproximadamente, el foco con respecto a la pandemia estuvo puesto en los efectos biológicos para el cuerpo. Pero hay una serie de implicancias sociológicas y psicológicas aparejadas con la pandemia a las que, en el futuro, le vamos a dedicar atención. Al mismo tiempo, tanto para las organizaciones como para las escuelas y otros ámbitos, hay ciertas prácticas que llegaron para quedarse.

–Con el uso intensivo que se hizo de los medios digitales se amplificó la brecha entre quienes tienen acceso y los que no. ¿Hasta qué punto esa brecha socava el acceso democrático a la información?

–PB: Una pregunta anterior es: ¿qué significa el “acceso democrático a la información”? Tal vez la idea sería si la virtualización impacta en un acceso igualitario. El entorno digital es construido por la sociedad: si la sociedad es inequitativa y desigual, el entorno digital lo será también. Lamentablemente, una situación de crisis como la actual, más que profundizar revela las terribles desigualdades que existen en el mundo y dentro de cada país; porque no se trata solo de preguntarse si accedemos sino cómo accedemos a las tecnologías y, más precisamente, a la información.

–EM: Hernán Galperin, un colega argentino que trabaja en la Universidad de Southern California, estudió las diferencias entre los chicos que tenían acceso a una laptop y los chicos que recibían las tareas escolares por WhatsApp. ¡En Los Ángeles, no en América Latina! Quienes tuvieron acceso a una laptop percibieron haber estado más en contacto con el colegio y, por ende, haber aprendido más que los otros chicos. Uno podría pensar que, en términos absolutos, achicaron un poco la brecha quienes destinaron recursos a adquirir algún dispositivo o mayor acceso a internet, pero de ninguna manera se borraron las desigualdades.

–PB: La premisa de que internet es igualitario deviene de los discursos de principios de los ‘90, pero es una premisa con poco fundamento. Según el relato de una psicoterapeuta amiga, una de las primeras cosas que reveló la escuela primaria vía zoom fue que los chicos veían los objetos que sus compañeros tenían en sus casas de una manera más directa de lo que se da en la interacción en el aula y que eso a veces abre ventanas de conflicto psicológico y social.

–¿Qué rasgos adquieren estas desigualdades en el mundo del trabajo periodístico en este marco de “virtualización de emergencia”, como lo definen en el texto?

–EM: La redacción fue, históricamente, un lugar donde pasaban cosas: había ruido y gritos, la gente se hablaba o miraba la pantalla colectivamente, hablaban por teléfono. Hoy las redacciones están vacías. El locus del periodismo pasó a ser la calle digital. Ahora, ¿qué pasa si no tenés un buen acceso a internet? ¿Qué pasa si sos una mujer periodista con hijos pequeños que están en tu casa todo el día? ¿Cuánto podés trabajar así?

–Además, el recorte de la realidad para producir las noticias es distinto si se hace desde la calle digital que si se lo observa en la calle-calle.

–EM: Aunque eso no significa que la calle-calle sea igualitaria, tiene otras desigualdades.

–Por supuesto, pero cambia el enfoque de la realidad observada si se relata desde la calle o desde un espacio con otras mediaciones que son producto de la virtualidad.

–PB: Visto desde la economía política, las salas de redacción tienen gastos fijos muy importantes para las organizaciones periodísticas. Cualquier organización con fines de lucro intentará gastar menos. Si se logró demostrar que se puede seguir haciendo periodismo –mejor o peor, lo dejamos de lado–, que se puede operar sin una sala de redacción con el personal a full, esa es una de las transformaciones que vienen para quedarse. Las salas de redacción, en términos organizacionales eran, entre otras cosas, un lugar de transmisión de conocimiento tácito y de socialización laboral. Eso se pierde, se reconfigura virtualmente. En un nivel global, esto revela las inequidades en capital social dentro de la masa laboral, en relación con los bienes y servicios que pueden brindar los distintos países. En definitiva, el futuro será muy distinto, tanto en el periodismo cuanto en otros ámbitos: laborales, educativos y sociales.

–Pensando en las agendas mediático-digitales que surgen, en parte, de la virtualización de la labor periodística y que, en términos más generales, son expresión de estos tiempos, ¿qué clase de noticias –observan ustedes– son las que atraen al consumidor de contenidos noticiosos en el ámbito digital?

–EM: Al principio de la pandemia, la gente estaba muy interesada en las noticias de coronavirus. El término doomscrolling [scrolleo del desastre] permite definir este momento. (N. de la R.: el término doomscrolling se usa en el ámbito de las redes sociales y medios digitales para referirse a la constante búsqueda y consumo de noticias dramáticas, deprimentes y tristes). ¿Qué nos llevó a interesarnos en noticias sobre el coronavirus? El impulso de protegernos, de querer saber más sobre un fenómeno que no podíamos controlar. Conforme fue avanzando la pandemia cayó el interés en el coronavirus, ¿cuánto tiempo podés estar interesado en un único tema? Cuando hay una nueva variante la gente vuelve a interesarse, pero después vuelve a ser más o menos el mismo virus.

–En el texto plantean cuatro dimensiones de análisis: una mediatización profunda, la dualidad, el conflicto y la indeterminación del entorno digital.

–EM: Muchos de los discursos sobre el entorno digital afirman: “esto es lo que va a pasar –será buenísimo o será malísimo– y no hay otra salida”. Es importante pensar que, como actores sociales, nosotros tenemos la capacidad de modificar eso que va a pasar. Lo que suceda no será algo que esté más allá de nosotros ni sucederá de manera independiente de seres humanos que toman decisiones. Muchas veces se habla de los algoritmos como si fuera algo que bajó del monte Sinaí con la tabla de Moisés. Pero a los algoritmos los programan seres humanos. Estuve viendo un podcast con la whistleblower [denunciante] de Facebook, Frances Hauger. Ella habla mal de los algoritmos. ¡Pero lo hacían personas, Hauger! Siento que es una manera de quitarnos responsabilidad a nivel colectivo. Este es el sentido que le damos a la indeterminación en el libro.

–PB: Todos usamos algoritmos todo el tiempo, desde antes de que fueran codificados, incluidos y embebidos en un programa de computación. Todos los diarios se hacen con algoritmos desde que existen y la verdad es que todas las decisiones que se toman de qué nota incluir, cómo encuadrarla, quién la hace, si va a tapa, si no va a tapa, es un algoritmo. Las demandas de transparencia de los algoritmos de las empresas de computación me parecen bien, entonces demandemos la misma transparencia en las empresas periodísticas o en las empresas que toman decisiones para brindar servicios. En el libro planteamos que el entorno digital es un entorno dual: es algo que construimos los seres humanos, individual y/o colectivamente, con todas las diferencias de poder, de recurso y de acceso que existen. Pero, al igual que cualquier otra institución social, una vez que se ha institucionalizado, se vive como si estuviera construido desde siempre, como algo que nos afecta externamente, como plantean Berger y Luckmann. Y hay un punto en el que es así. Una vez que algo está funcionando es más difícil cambiarlo. Pero no es imposible. Nosotros contribuimos –activa o pasivamente, por omisión o no– al entorno digital en el que vivimos. Al mismo tiempo, una vez que se institucionaliza, tiene consecuencias que van más allá de lo que una persona puede hacer en un momento dado. El fundador de Twitter, Jack Dorsey, bloqueó la cuenta de Donald Trump el 6 de enero. Dorsey es una persona; le cortó el chorro y listo.

–Frente a ese proceso de institucionalización y de naturalización de un estado de cosas dado, ¿cuánto espacio hay para la agencia cuando ese grado de naturalización es tan generalizado?

–PB: No hay una receta para la intervención pero existe, y tiene que ver con la indeterminación de la que hablaba Eugenia. Las cosas crecen, crecen, crecen, hasta que llega un punto en el que “pum”, se rompe la barrera y después no sabés muy bien lo que va a pasar. El mensaje que buscamos dar en el libro es que está en nosotros el hacer de este entorno digital un ámbito más justo, más ético, más equitativo, más inclusivo. Va contra buena parte de los discursos dominantes, los discursos de época, que ponen la agencia en la tecnología y son exculpatorios; afirman que el problema es el algoritmo.

–EM: De esa forma niegan una dimensión importante del entorno digital: el conflicto. Casi todas las narrativas, las utópicas como las distópicas, parecen partir de un consenso totalitario. Una de las dimensiones del entorno digital es el conflicto, y es por ello que hay indeterminación. Es imposible el acuerdo total, somos seres humanos.

–PB: Lo contrario sería pensar que la tecnología elimina la política. La utopía del Valle del Silicio es que los problemas del mundo se resuelven con mejores herramientas más no con políticas.

–¿Qué pasa con la agenda de los medios tradicionales respecto del sentido y la dirección que toman los flujos de contenidos?

–EM: Uno de los capítulos del libro empieza narrando la manifestación del colectivo feminista chileno Las Tesis, con su performance “Un violador en tu camino”. Hay mucho trabajo de organizaciones de base, del congreso de mujeres en la Argentina y de organizaciones análogas en otros países de América Latina. Allí se observa cómo las redes permitieron visibilizar esas reivindicaciones para generar cambios. El principal medio de comunicación sigue siendo el cuerpo, aparecer en la calle y decir “acá estamos”. Pensemos en las mujeres periodistas que motorizaron el #NiUnaMenos; muchas de ellas trabajaban en medios establecidos, no tenían un lugar marginal y, sin embargo, el lugar que encontraron para dar a conocer esta iniciativa fue Twitter.

–PB: Desde la tríada que fue el referéndum en Colombia, el Brexit en el Reino Unido y la elección de Donald Trump en Estados Unidos, los medios de comunicación pasaron a ser los buenos de la película. Y la verdad es que, históricamente, los medios de comunicación tradicionales han sido en su mayoría patriarcales, y han excluido de su cobertura y de su encuadre, a casi todos los grupos sociales no alineados con sus intereses directos. No solo ocurrió con las mujeres, sino también con otras personas que no encuadran dentro de la visión heteronormativa, las minorías raciales, las personas de grupos socioeconómicos desfavorecidos. Es decir que, en los últimos cinco años, tuvieron una imagen de marca que no se condice con la historia y, sobre todo, con sus contribuciones a la sociedad moderna. El problema para los medios tradicionales es que pueden hacer mucho menos de lo que hacían antes. Esto tiene que ver, en parte, con lógicas del mercado que los exceden y, en parte, con sus estructuras misóginas, patriarcales y de refuerzo del status quo.

¿Cuál es el margen para que haya regulaciones en el entorno digital?

–EM: Con el apagón de Facebook, Instagram y WhatsApp, mucha gente se dio cuenta de que se trataba de la misma empresa. En Estados Unidos continúa el juicio de la Federal Trade Commission (el equivalente a la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia en la Argentina) contra Facebook porque consideran que acapara demasiado porcentaje del mercado. Y lo cierto es que estas compras de empresas por parte de Facebook estuvieron autorizadas en su momento por el gobierno. La idea de que se puede regular la atención desde arriba me parece difícil, pero hay otras regulaciones que se pueden implementar. Y eso tiene cada vez más sentido.

–PB: Regular la atención me parece un poco entre paternalista e ingenuo. Mi interpretación de la cultura de estas organizaciones es que el contenido no les importa porque son organizaciones ingenieriles, cuyo objetivo es que la gente se sienta conforme con el contenido que busca y la mayor parte de los algoritmos funcionan para eso. Hay 27 redes sociales con más de 100 millones de personas en el planeta, Facebook no es la única. Sí se puede regular la cuestión infraestructural, pero si ha sido tan difícil para los gobiernos ponerse de acuerdo para distribuir vacunas ni me quiero imaginar lo que será el intento de regular los datos, que no tiene una consecuencia tan visible. A nivel sociológico, la premisa y la promesa de las redes sociales es hacer del mundo salvaje que es internet un country. Las redes ya prometen una regulación por encima del libre albedrío; parte de esta regulación es atractiva para distintos usuarios.

Fuente: Página/12.

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