I. Alguien dijo hace ya tiempo que todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Y lo insasible? ¿Algo tan complejo de sujetar como la memoria también se disuelve? Quizás más de un lector se sorprenda con esta pregunta inicial de un texto que pretende analizar la materialidad y la memoria desde una óptica inusual como es el cuerpo considerado enemigo por el poder.
Por: Marcelo Valko*
La idea es delinear una serie de reflexiones sobre procesos tan complejos como la presentificación de lo ausente que se ejerce a través de recuerdos que pueden ser fieles, manipulados o prohibidos, pero siempre latentes. Para ello abordaré el eje cuerpo y memoria en tanto presentificación de ausencias forzadas a desaparecer o a imponerse mediante la historia oficial y los anclajes geográficos sobre los cuales se instalan en tanto materialidad receptiva.
Aunque reconozco que es un tema incomodo me propongo examinar brevemente el tratamiento dado por el poder a los cadáveres enemigos. El mecanismo habitual es invisibilizar la muerte como si no hubiese tenido lugar y lo prueban las decenas de miles de personas desaparecidas con las que nuestro continente tiene una deuda. La presentificación de los ausentes sigue en pie, sus presencias habitan y tiñen una geografía especial. Veremos como la memoria es inseparable de tales territorios dado que la corporalidad se une y disuelve en la materia, no en el aire…. Creo que en un continente como el nuestro es pertinente analizar el significado y destino que asume la corporalidad ausente asociada a la geografía que guarda a su vez relación con la memoria y la reutilización simbólica tanto de los muertos como del espacio. Tenemos entonces cuerpos, territorios y memoria. Pero vayamos por parte, o mejor dicho, por cuerpo.
Existen memorias oficiales y otras subterráneas. Tanto en Grecia como en la Antigua Roma una de las condenas más temidas era la damnatio memoriae, la condena al olvido. En general eso es lo que busca el poder. Un ejemplo actual lo tenemos en China donde el Partico Comunista prohibió cualquier mención sobre la masacre de Tiananmen de 1989 borrando todos los registros periodísticos y purgando textos y personas; hoy en Rusia Yuri Dimitrev fue condenado a quince años por investigar los campos de exterminio stalinistas de Sandarmokh y Krasny Bor; del otro lado del mostrador vemos lo que han hecho con Julián Assange. Su “delito” consistió en divulgar los WikiLeaks que desnuda lo que Occidente dice y piensa en realidad. En ese sentido también existen muertos visibles y otros desvanecidos. Sin ánimo alguno de establecer comparaciones ni ponderaciones sobre los imaginarios culturales, marcos ideológicos, religiosos o actuaciones de unos y otros utilizaré algunos ejemplos concretos acerca del tratamiento dado a los cadáveres del inca Atahualpa, el rebelde Túpac Amaru II, el general Augusto Sandino, Eva Duarte de Perón, Ernesto Guevara Lynch de la Serna e incluso el saudita Ben Laden. Aquí busco poner en foco el tratamiento dado a cuerpos y memorias.
II. Comienzo con Atahualpa quien en principio no “murió” en Cajamarca como señalan los textos escolares sino que fue asesinado y de alguna manera condensa y resume en su persona el exterminio de los pueblos originarios, la apropiación de sus bienes que se convierten en un botín y la transformación de su pueblo en combustible biológico para mover las relaciones económicas de producción dando inicio a la Modernidad europea. Para el imaginario andino su inexplicable ajusticiamiento en 1533 a manos del porquerizo Francisco Pizarro, fue y sigue siendo un cataclismo sin fin. Parangonando a Miguel Hernández podríamos agregar que se trata de “un rayo que no cesa”. No obstante ello, tampoco tiene descanso el trabajo comunitario que hace siglos busca elaborar la catástrofe. Capturado en Cajamarca mediante un ardid, luego le exigen a Atahualpa un cuantioso rescate: las famosas habitaciones repletas de oro y plata. Pese a que el secuestrado cumple con el pago, el secuestrador ejecuta al secuestrado. Lo ahorca mediante garrote vil, luego exhibe el cuerpo durante una jornada completa para que los súbditos se convenzan de la muerte. Al día siguiente lo manda a enterrar. Apenas Pizarro abandona Cajamarca para avanzar sobre Cuzco, los capitanes del Inca que no pudieron rescatarlo con vida, al menos lo regresan a la muerte de la propia cultura. Para ello sustraen el cadáver del soberano con objeto de momificarlo, único modo de mantener la vida en el más allá y ocultan su malqui (momia) en alguna cueva que jamás fue descubierta. Su desaparición pronto ingresa en el territorio mítico donde experimenta una degollación mental que se corporiza en el mito de Inkarry (Inca y Rey) para preservar la esperanza de su retorno, por eso tergiversó el hecho para matarlo otra vez y de otra forma cuyos primeros rastros pueden apreciarse tempranamente en el texto y dibujos de Guamán Poma que muestran lo que no sucedió, Atahualpa no fue decapitado por los conquistadores fue asfixiado. La decapitación es esencial en la trama legendaria ya que afirma que Pizarro ocultó la cabeza, lo interesante es que en el lugar donde se encuentra, ésta no deja de crecer recuperando cada parte de su organismo hasta la última de las uñas. Es Inkarry que reconquistará el Tawantinsuyo. En alguna montaña su cabeza está creciendo, madura lentamente como un tubérculo, como una papa oculta en la clandestinidad de la tierra y se prepara, solitaria y mágica para expulsar a los invasores. Ignorar el sitio exacto de los Andes donde se encuentra su malqui intacto, posibilita que pueda derramarse por doquier, no “ser” sino “estar” habitando la totalidad de territorio. Todo el mundo andino puede ser su tumba útero-originario del cual emergerá victorioso cuando su metamorfosis este concluida. Solo necesita tiempo, por eso el imaginario cultural al crear el mito niega el garrote vil, es decir la muerte por asfixia y lo decapita, lo necesita mínimo para que el tiempo lo maximice, esa tergiversación permite otorgarle temporalidad a la cabeza para crecer y a la cultura asimilar ese rayo que no cesa. Utilizando a Rodolfo Kusch, podríamos decir que esa testa solitaria habita una temporalidad del mero estar, no la temporalidad del ser lineal y si se quiere industrial, sino el tiempo agrario de lo vegetal, de lo terrestre. Es indudable que la resistencia mítica, la que habita el imaginario social es una de las más difíciles de combatir y erradicar. El cuerpo del Inca deja de ser Atahualpa, para resignificarse en un instrumento versátil que regresará una y otra vez a lo largo de los siglos asumiendo nuevos nombres para el mismo combate y del cual inescrupulosos políticos peruanos como Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Ollanta Umala se aprovecharon para utilizar publicidades electorales que los muestran ataviados como Inkarry. Mucho más interesante resulta que el emblema de la reforma agraria que lleva a cabo el general Velazco Alvarado utilizó la cabeza de Túpac Amaru II que encarna el retorno de Inkarry, es decir una cabeza-semilla y por lo tanto resulta más que pertinente emplearla en dicha reforma.
III. Es vox populi la tremenda crueldad del suplicio aplicado a José Gabriel Condorcanqui conocido como Túpac Amaru II. Después de obligarlo a presenciar la tortura y ejecución de su mujer Micaela Bastidas junto a sus hijos Hipólito y Fernando, el sumario del corregidor José Antonio de Areche ordena cortarle la lengua y amarrar sus extremidades a cuatro caballos para despedazarlo. Los miembros, tras ser exhibidos junto con su cabeza, son quemados y esparcidas las cenizas. Más allá del terrible suplicio padecido en 1781 por el rebelde, debemos advertir que semejante crueldad es un indicativo del terror experimentado por los funcionarios realistas ante la mayor insurrección de la época Colonial que paradojamente duró apenas medio año pese a extenderse desde Ecuador a la Argentina. Un especialista en el levantamiento como Boleslao Lewin en su formidable y documentada investigación habla de cien mil muertos y un número varias veces mayor de desplazados que huyen de la zona de conflicto para evitar la represalia (Lewin 2004). Aunque nunca se mató en la Colonia tanta gente en tan poco tiempo, los aires de independencia comenzaron a soplar cada vez más recios y la desmesurada crueldad es el síntoma de una administración que asiste al colapso de su mundo que intentó detener el paso del tiempo con ríos de sangre.
Desaparecido Túpac Amaru II, el corregidor Areche decreta una suerte de castigos fácticos y otros de carácter simbólico para “las indiadas rebeldes”. En un intento por modelar el cuerpo del adversario a la propia imagen y semejanza, dado que la vestimenta es un nítido referente identitario, ordena la utilización de ropas y peinados peninsulares, proscribe los trajes y bailes de indios “que solo sirven para representarles los que usaban sus antiguos Incas, recordándoles memorias que influyen en concitarles más y más odio a la nación dominante, fuera de ser su aspecto ridículo y poco conforme á la pureza de nuestra religión, pues colocan en varias partes de él al Sol”. También los retratos de sus Incas pasan a alimentar las hogueras de la represión. No debía quedar nada, e incluso ordena el empleo obligatorio del castellano prohibiendo el quechua, un idioma que en su momento fue una lengua franca que facilitó la Conquista. Buscan destruir la identidad de todo un pueblo. La represión apunta a la memoria, a la palabra y también al futuro que se avizora oscuro. Justamente el castigo simbólico más estructural y que guarda relación con el porvenir es el que luce como más ilógico. Areche ordena que la casa natal del rebelde “sea arrasada ó batida y salada á vista de todos los vecinos del pueblo ó pueblos á donde las tuviere ó existan”. Un escribano real da fe que el solar donde nació Condorcanqui es desmantelado piedra por piedra por los soldados que a continuación esparcen enormes cantidades de sal gruesa con el fin de esterilizar el suelo natal que concibió semejante rebelde. ¿Acaso el suelo del Corregimiento de Tinta produce algo más que papas? Las actitudes de unos y otros así parecen confirmarlo. La cabeza de Túpac Amau para los suyos es un fruto mágico, un sueño eterno de esperanzas y para los realistas una pesadilla de horror. Es una planta que crece y se incorpora y camina. Por eso es necesario neutralizar el espacio que le dio vida. Necesitan matar la semilla, amedrentar la tierra, esterilizar el suelo. Debe castigar esa tierra paridora. La idea que subyace busca impedir que nadie semejante brote y florezca en ese terreno. Procuran impedir por todas las formas, el regreso del Inca esterilizando la potencia germinativa del suelo natal que produjo aquella cabeza rebelde. Realmente se trata de un exorcismo mágico que apunta a anular aquel portal por donde vino al mundo. Destruirlo y esterilizarlo de nuevos nacimientos, de nuevos retornos, por eso se ensañan con la tierra misma que generó semejante rebelde que cuando eligió su nombre real, decidió asumir el nombre de Túpac Amaru, el del último Inca capturado en Vilcabamba en 1572 y así continuar el ciclo de retornos.
IV. Cuatro días después de ordenar la ejecución de Augusto Sandino conocido como “el general de hombres libres”, el jefe de la Guardia Nacional (GN) Anastasio “Tacho” Somoza anunció la creación de una comisión investigadora “para averiguar los deplorables sucesos ocurridos la noche del 21 de febrero de 1934” fecha en que Sandino tras cenar en la residencia del presidente Juan Sacasa, fue detenido, conducido a un descampado y ejecutado junto a dos colaboradores cercanos por Somoza. Precisamente Sandino había acudido a la reunión para exponer sus quejas ante los abusos y arbitrariedades cometidos por la GN manejada por Somoza. Realmente el caso no era para que ningún detective se devane los sesos buscando pistas e indicios ocultos. Era sabido por todos que “Tacho” lo había mandado ejecutar utilizando a sus oficiales más confiables. Es más, la misma noche del crimen fue personalmente “a tomar vista” del cadáver. El cuerpo del “general de los hombres libres” fue conducido al campo de Larreynaga, frente al lago de Managua donde le despojaron de todas su pertenencias, le quitaron la ropa, su anillo matrimonial y lo arrojaron a una fosa no sin antes profanarlo. La plana mayor de la GN hizo un juramento de silencio e incluso firmó un acta, o más bien un pacto de sangre donde acordaron la eliminación de Sandino, una suerte de comida totémica con objeto de socializar el crimen. El documento menciona incluso que el embajador de EEUU Artur Bliss Lane “aprueba el asunto”. Su ejecución supuso también el ataque al campamento de Wiwilí donde la GN elimina medio millar de sandinistas junto con sus mujeres e hijos tal como Gregorio Selser lo describe con pruebas contundentes.
Una versión afirma que Somoza manda matar a los enterradores para que nadie, excepto él, supiera la ubicación real de los restos. Otra, asegura que el cadáver del héroe de las Segovias permaneció en la fosa original hasta 1944. En ese entonces, grandes protestas sociales sacuden Nicaragua y “Tacho” Somoza, temeroso que los opositores descubran la ubicación del cuerpo y lo utilicen como emblema contra su gobierno, manda desenterrar los restos, los incinera y luego esparce las cenizas por el lago Managua, acciones que supervisa personalmente. En cualquier caso, se mantiene el terror causado por aquel portador del emblemático sombrero alado. Hacia 1979, “Tachito” Somoza constató en carne propia lo inútiles que resultaron los desvelos de su dinastía para cegar la vitalidad insospechada del cadáver a quien el pueblo siguió teniendo presente como estandarte y que retornó con el del Frente Sandinista. Una vez en el poder, el FSLN intento ubicar aquellos restos legendarios. Afortunadamente no lo lograron, permaneciendo de ese modo en algún lugar de Nicaragua, es decir, en todos los valles y montes sacralizando la totalidad de la geografía. No ocurrió lo mismo con Guevara.
V. Cuando en julio de 1952 fue evidente que Eva Perón atravesaba sus últimos días devorada por una enfermedad que los mejores médicos no lograba detener, en las paredes de Buenos Aires aparecieron pintadas con una frase contundente: “¡Viva el Cáncer!”. Ella concentraba un odio visceral que iba más allá de lo ideológico. La odiaban por su condición de mujer, por haber hecho su propio camino, por artista, por volcarse a la política con una vehemencia jamás superada en una época donde la cocina era el hábitat natural de la mujer marginada en una sociedad patriarcal donde no tenía voz ni voto. Su vida fue un torbellino y fallece a los 33 años a la edad en que Cristo sube al calvario, ella atraviesa el vía crucis de su enfermedad, datos que fueron leídos como un signo al igual que ser portadora del nombre de la mujer primigenia. Su deceso se produjo en el Palacio Unzué en ese entonces residencia presidencial. Tras el golpe de Estado que derroca a Perón el Palacio fue demolido piedra por piedra. Y como si se tratase de un exorcismo para desterrar el “aluvión zoológico de la negrada” en ese espacio levantaron la Biblioteca Nacional como signo de cultura frente a la supuesta incultura peronista. Evita, la abanderada de los humildes se transforma en la Jefa Espiritual de la Nación y ese mismo 26 de julio cuando muere se procede a embalsamar su cadáver. El velatorio con honores de Jefe de Estado aunque jamás tuvo cargo público dura más de dos semanas para que dos millones de personas le expresen su último adiós. Finalmente el 11 de agosto sus restos son trasladados al edificio de la GCT, donde durante meses se perfecciona el embalsamamiento. El cuerpo es cubierto por un cristal y sostenido por cuerdas transparentes en medio de un salón del segundo piso. Todos concuerdan que esa “bella durmiente” levita en el denso aire de la sala. La extraordinaria devoción que su figura produce en vida, tras el deceso se convierte rápidamente en un paradigma celestial que el libro de lectura para 2° grado El hada buena de 1954 plantea con sencillez “Llegó de lejos. Era rubia. Era linda. Era buena. Se hizo famosa. Contemplo el dolor de los pobres y quiso aliviarlos en su desdicha. Ningún clamor fue desoído. Pero su vida era la de una flor delicada. Y su paso por la Tierra debía ser breve”.
El golpe de Estado de 1955 termina secuestrando el cadáver como una forma de contrarrestar su poder. Pensaron quemarlo, arrojarlo mar adentro y otras ocurrencias truculentas, sin embargo los golpistas eran ultra católicos y por ende debían darle una sepultura cristiana. Conscientes que en Argentina es imposible guardar un secreto descartan mil maneras de inhumarla de modo anónimo. Por lo pronto se desquitaron con un huracán iconoclasta destruyendo bustos, quemando retratos, incluso mencionar su nombre era motivo para ser encarcelado. Pronunciar su nombre equivalía a convocarla del más allá. No cabe duda que toda Latinoamérica es adicta a la magia, a la realidad fantástica. Era indudable que esa muerta se había convertido en un fetiche que producía un temor reverencial. Entre tanto, el cuerpo va a deambular de un lado a otro temerosos que un comando peronista lo recupere. Lo llevan a casas particulares de militares, permanece meses en una furgoneta, en un deposito militar, oculto en el Servicio de Inteligencia, la paranoia de los profanadores llevan a esconderlo tras el telón de un cine con funciones diarias. El cuerpo es una braza ardiente. No saben qué hacer. Finalmente, con la anuencia de la Iglesia lo trasladan a Italia y lo entierran en Milán en una tumba con otro nombre. Tras casi veinte años y arduas negociaciones la devuelven a Perón en su residencia de Madrid donde estaba exiliado, que extrañamente cuando regresa a la Argentina lo deja allí. Recién tras el fallecimiento del general en 1974 Eva regresa a la Argentina donde la instalan en la Quinta de Olivos. Tras el golpe de 1976, los militares entierran su momia en la Recoleta en la cripta de la familia Duarte a casi diez metros de profundidad en donde debería encontrarse hoy.
VI. Ernesto Guevara Lynch de la Serna fue apresado con vida en la Quebrada de Yuro el 8 de octubre de 1967. Las últimas fotos lo muestran como un animal arisco, sucio y desarrapado, al que logran sujetar a tiro limpio. A la mañana siguiente, Bolivia informa que Guevara había muerto en combate el día anterior. Una vez ejecutado, lo exponen como un trofeo de caza mayor en aquella mesa rodeado por agentes y militares ufanos de exhibir y exhibirse junto al cadáver de la presa cautiva. En ese momento de auge revolucionario, es necesario mostrar que el muerto está bien muerto, incluso ser bien explícitos por eso exponen el pecho descubierto de Guevara con los orificios de entrada de los proyectiles, mostrar que está vencido, que yace inmóvil, que la rebelión frente a la organización de la miseria no tiene sentido ni futuro. El torso desnudo con los impactos de las balas enseña aquello que el poder desea demostrar a la sociedad y creer para sus adentros, que Guevara no es inmortal, que la revolución se puede matar, sólo es cuestión de perseverancia y de tropas entrenadas. Este hombre singular que había combatido en Cuba donde fue Ministro de Industria hasta que ensilló nuevamente a Rocinante y partió al África, marcando en cierto sentido un camino que luego seguiría la Revolución auxiliando Angola, pero Bolivia fue la vencida. Todo resultó mal desde casi el comienzo como se desprende no solo del final, sino sobre todo por las páginas de su Diario. Tras ser ejecutado sus restos y los de sus compañeros fueron enterrados clandestinamente constituyendo la ubicación de la fosa, uno de los secretos mejor guardados por los uniformados del altiplano que no se caracterizan precisamente por mantener la boca cerrada. Un dato adicional, le amputan las manos para proceder a la identificación de sus huellas dactilares para que no hubiese duda de su identidad. La idea era que su tumba no se convirtiera en un santuario revolucionario. Eufóricos con la exhibición de la presa, sus matadores no reparan en los ojos abiertos del cadáver exhibido en la mesa de aquella escuelita. Cuentan que ya muerto le abrieron bien los parpados para que no quedara duda de su identidad. La fuga que no logró aquel cuerpo cercado por rangers bolivianos lo consigue aquella mirada tan fija de Guevara que se les escapa en los negativos de las cámaras fotográficas. La mirada se fuga aunque lo sigan viendo expuesto sobre aquella mesa. Muerto, su cuerpo se liga a ese espacio donde lo exhiben y su memoria ingresa al mito y es aun más peligroso que cuando estaba en el monte.
Sin embargo treinta años después, en octubre de 1997, los escasos vestigios esqueletarios que sobrevivieron a la voracidad de la tierra, fueron identificados por el equipo de Antropología Forense a la vera de un aeródromo militar en Vallegrande. Obviamente carecía de manos. Tras ser llevados a Cuba se realizó una solemne ceremonia para depositarlo en un mausoleo de Santa Clara. Las cámaras mostraron a dos soldados muy altos que en actitud marcial portaban el pequeño féretro donde habían reducido a la leyenda. Sé que pocos estarán de acuerdo conmigo, pero soy honesto y es lo que pienso, más allá que todas las vidas son importantes, Guevara no era un desaparecido más en un Continente azotado por esa marea asesina, era una leyenda y como tal debía continuar habitando su espacio mítico. Más allá de entender los motivos de su familia como la intención política de Cuba por repatriar a Ernesto Guevara, esos huesitos en esa pequeña caja mortuoria distan tanto de aquel hombre a quien no le alcanzaba el día para construir un mundo que imaginaba factible y ni que decir sobre la geografía boliviana que perdió su sacralidad. Pienso que extirparlo de aquella tierra que nutrió su sangre, un acto que si bien se realizó en forma respetuosa, no por eso deja de tener ciertos visos de profanación geográfica para terminar encapsulándolo en ese mínimo féretro en las antípodas de lo que fue aquel cuerpo. Guevara no era un detenido desaparecido que es identificado en una fosa común como por ejemplo El Pozo de Vargas[1] cuya recuperación cierra una búsqueda y da cierto consuleo a sus familiares, Guevara era un muerto singular una leyenda que habitaba un enorme territorio. El mito se convirtió en un vestigio arqueológico. Lo momificaron convirtiéndolo en una pieza de museo. Su repatriación acabó por desacralizar aquella vasta y anónima geografía que lo albergaba. Durante años estuvo en “algún lugar” que podían ser todos para situarlo luego en un muy pequeño sitio puntual. Hoy la banalización de su rostro en remeras, tatuajes y llaveros no hace más que confirmar que todo lo que ingresa etiquetado a un museo posee una suerte de sello que garantiza ser un vestigio del pasado.
VII. La muerte y los muertos que son una suerte de adelanto de la nuestra jamás dejaron de perturbar desde el inicio de la cultura, siempre provocaron sensaciones ligadas con el respeto, con lo incompresible y sobre todo con el temor ante la posible venganza que podría suscitar su retorno o permanencia entre los vivos. Claro que unos provocan más miedo que otros. Por eso el tratamiento dado por EEUU al cadáver del jeque saudita Osama Ben Laden sirve como disparador para advertir como la corporalidad esta ligada a la memoria de unos y a la desesperación que por momentos se advierte en otros para desintegrarlo de la geografía sin hablar de lo veloz que fue la fabricación de un ex amigo en enemigo. Las imágenes tienen necesidad de mostrar y adoctrinar como lo han expuesto con desparpajo durante generaciones las láminas escolares que manipularon nuestra infancia. Poseen una capacidad discursiva desde el comienzo de la historia. Lo advertimos en los inicios del arte parietal con la imposición de las manos sobre el contorno de algún animal que se desea cazar. Desde siempre se manejaron las representaciones, basta ver el tratamiento del tamaño de la figura descomunal de algún faraón y la multitud de sirvientes que no le llegan a la rodilla. Señores y vasallos, transitan una dialéctica circular donde el emisor siempre es el poder. El receptor, invariablemente es el que obedece, sean los esclavos de ayer o los ciudadanos de hoy. También, y como supongo los lectores lo habrán advertido, es tan importante la presencia de la imagen como su ausencia, algo que toda potencia conoce a la perfección y que EEUU demostró hace algunas décadas con la Guerra del Golfo y de la cual hasta Jean Baudrillar acabó intoxicándose con su propio texto La Guerra del Golfo no ha tenido lugar una ocurrencia del centrismo occidental con el que seguramente ninguno de los millares de iraquíes muertos y heridos coincidiría. Más tarde en Afganistán, ocurrió otro tanto, los muertos propios y ajenos, el material que más abunda, es lo que está más ausente, sobre todo los muertos propios, a diferencia de lo ocurrido en Vietnam donde permitieron a la prensa que pudiera estar donde los llevara la noticia, algo que constituyó un grave error semiológico que jamás volverían a repetir. Ya el mismo Hernán Cortes había dado temprana cátedra en ese sentido al enterrar a escondidas a los primeros soldados muertos por los aztecas e incluso a sus caballos para mantener la idea de absoluta superioridad sobre el adversario. Además de no desmoralizar al frente interno, la idea que subyace en la manipulación mediática del Pentágono es demostrar la inmortalidad propia, mientras que el enemigo posee una muerte invisible, una muerte de desaparecido que aturde y perturba en una guerra que si tuvo lugar, pero se trata de una muerte que no importa, la muerte de los seres multitudinarios que no conviene mostrar para seguir desempeñando el papel del muchacho bueno de la película. Los muertos solo tienen existencia si se ven, muertos contantes y sonantes, de lo contrario habitan esa entidad macabra que constituyen las estadísticas. Las bajas enemigos son datos numéricos que pertenecen a la imaginación, o muestran que no los muestran y es una manera de poner de relieve la inocencia del victimario y de quien consume la noticia al hacernos participar de una comida totémica en muertes no vistas que alguien produce y otros consumen, la complicidad es compartida y por ende se aplica el axioma de Fuenteovejuna, si todos participan ninguno es culpable eso garantiza la comida totémica.
Me interesa ejemplificar con un caso. Tras la ejecución sumaria de Ben Laden en 2011 decretada por el premio Nobel de la Paz Barak Obama su administración debatió sobre “la conveniencia” de mostrar el cadáver mediatizado a través de una foto para que todos se convencieran de que el mito había sido neutralizado. Finalmente, dado el carácter “atroz” del estado de Ben Laden, deciden no facilitarla. El Pentágono asegura “que se trata de una imagen muy cruda en la que aparece prácticamente destrozada la cara del líder de Al Qaeda”. En lugar de apreciar lo que quedaba del cráneo del saudita, tuvimos oportunidad de observar a Obama y su gabinete mirando por TV la cacería y asesinato en directo y detenernos en la impresión que la escena le provocó a Hilary Clinton tapándose la boca ante la manera de impartir justicia por el gobierno demócrata del cual formaba parte activa. En esa imagen que tuvo visitas record en la red el gabinete observa aquello que no nos muestran. Para nosotros resulta suficiente el gesto de la sensible Hilary. La imagen es “atroz” y los únicos capacitados para enfrentarla son los funcionarios imperiales que desde hace siglos, al igual que imperios anteriores nos protegen de diablos, indios y terroristas tan diversos como oportunos. El Poder indica que podemos ver, y a su vez nos muestran lo que no nos muestran y solo ellos tienen capacidad de mirar ostentando una permanente tutela sobre nuestra minoridad perceptiva. No olvidemos el mismo Dios en persona a poco de comenzar su creación prohibió comer del árbol del conocimiento del bien y del mal… Los motivos de Jehová y de la Administración de EEUU son altruistas, para preservarnos. Más allá de la notable confusión de las propias informaciones de Washington sobre el asesinato del líder de Al-Qaeda, es significativo que una vez muerto Ben Laden no concluye su capacidad para provocar terror, por eso su cadáver es capturado y continúa teniendo la misma importancia y peligrosidad como si estuviera vivo. La Nación sentencia: “Después de un tiroteo, mataron a Osama ben Laden y tomaron su cuerpo bajo custodia” (04/05/2011). Pese al eufemismo “custodia”, la frase es contundente. El cuerpo sigue siendo peligroso y sus matadores deben protegerse de la energía que emana del mismo. Se convierte al igual que los ejemplos anteriores en un problema casi insoluble que es necesario neutralizar. Nos cuentan, sin mostrar escena alguna que su mortaja fue arrojada al océano Índico desde un portaviones. Para hacer más promiscuo el mamarracho, aseguran haber cumplido “escrupulosamente” el ritual musulmán, tirando también por la borda la normativa que establece esa misma liturgia que ordena enterrar los cuerpos en tierra en dirección a la Meca.
VIII. El poder trata de matar por segunda vez a ciertos personajes al disponer de sus restos para convertirlos en una muerte en standby o suspendida apuntando siempre a su desaparición de la memoria borrando todo rastro posible. Una situación que pone en evidencia que el cadáver no es libre ni siquiera de morir como debe ser… Por el contrario, toman de rehén a los despojos para evitar que su corporalidad asuma el rol de un símbolo que indudablemente está más allá de sí mismo. Los primeros obreros muertos en una conmemoración de 1° de mayo en Buenos Aires en 1904 durante el gobierno de Julio Roca fueron secuestrados por la policía en pleno funeral para que no hubiese muertos. Increíble pero real. La destrucción corporal no es suficiente como explique al hablar de Túpac Amaru o Sandino. El espacio que ocupa la memoria de la corporalidad ausente se transforma en un problema grave, una cuestión de Estado como evidencia la expresión Hilary Clinton. Y el poder se desespera con esa suerte de monstruo y lo descuartiza, lo incinera, lo arroja a una fosa secreta, lo exhibe en triunfo como un crucificado de ojos abiertos o lo arroja al mar desde los vuelos de la muerte como sucedió en Argentina. Pero el cuerpo les sigue molestando. Es necesario proscribir los recuerdos, borrar la memoria del imaginario social. Pero la historia vuelve a repetirse coincidiendo con aquel bando del corregidor Areche que sentencia a Túpac Amaru prohibiendo “recordar memorias” e incluso hablar en quechua. Y el poder vacila entre mostrar o no mostrar al cadáver. Occidente es el inventor de la muerte aséptica, quirúrgica y limpia, casi inexistente por eso opta por mostrar que no lo muestra, lo guarda para sí, una muerte que no muere y permanece en ese impasse jurídico que implica la categoría desaparecido. Sin embargo tal acto conjuratorio no le alcanza para disolver el cuerpo temido que sigue estando y sus cenizas, sus huesos y sus nombres continúan esgrimiendo una resistencia que resulta imposible de exorcizar, como lo demuestra el ejemplo de Túpac Amaru transformado en Inkarry cuyo descuartizamiento no hizo más que multiplicarlo en una enorme geografía de la que va a regresar y de la que me ocuparé en otro momento hablando sobre la geografía sagrada. Es lento, pero viene…
[1] Ubicado en Tucumán, es el sitio de Argentina donde fueron arrojados más de un centenar de detenidos desaparecidos por la Dictadura de 1976.
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