De repente se escuchó en la habitación contigua que un hombre, al parecer mayor de edad y de frustraciones, por su temblorosa voz le decía a una mujer: ¡Dame un besho!, ella, quizá más interesada en la recompensa económica que asqueada no tuvo más escapatoria que dárselo.
Por: Francisco Parada Walsh*
Se pudo escuchar un ¡Mua! Sin mayor emoción más que para el birriondo anciano; fue él quien le dijo a la joven: ¿Te gushtó? Ella, algo desganada no dudó en decirle que sí, que besaba como los dioses.
El hombre mayor, quizá creyó el cumplido y ya envalentonado le dijo a la moza: ¿Qué tal si shamos otro polvito? Ella, no pudo disimular la risa y se pudo escuchar una leve carcajada, el anciano, algo molesto la increpó que porqué se reía, ella, mujer de mil batallas le dijo que se reía de la felicidad que él le daba, que nunca había conocido a un hombre tan viril y tan socorrido por la madre natura.
El hombre, en su vencido orgullo creyó tal cortejo y viéndose en un espejo de cuerpo entero, y haciendo una pose de Charles Atlas le dice a su joven amante: ¿vea que me tenesh miedo? ¡Soy un león! la chica, ante el decrépito y artrítico cuerpo del anciano amante no le queda otra más que mentir ¡Grrrr, soy tu gatita, tómame viejo picarón!
El, antes de volver al combate le dice a la joven que se tomará una azulita para volverla loca; ella le recuerda que no se exceda, que lo necesita y que sin él no podrá vivir; el senil hombre, rendido ante los arrumacos de la bella le dice: ¿Tan enamorada estash de mí? ¡Si mi león, ven, acuéstate y devórame!
El anciano, creyendo los piropos de la sagaz joven, intenta besar apasionadamente a la joven quien más parece querer escapar ante el fétido aliento de su amante, él, embravecido de testosterona, nuevamente le pregunta: ¿Te gushtan mis beshitos? Ella, queriendo disimular la repulsión que su consorte desata, no le queda más que decirle que besos más apasionados en su vida ha recibido, que cuando está junto a él, el tiempo no alcanza y que es el primer hombre que la satisface.
El flacuchento anciano no cabe de alegría y le dice al oído: Mi niña y ¿Cuándo te volveré a ver? Ella, abrazándole con todas sus fuerzas le dice: Cuando tú quieras, solo ayúdame a pagar la hipoteca que tengo pendiente, ya no soporto que me cobren, y ¡anda, no seas malo, mi tigre de Sumatra! tú sabes que muero por estar contigo, solo que a veces paso tan preocupada que no puedo verte ¡por fa! págame ese préstamo y yo seré tuya para siempre, haré lo que tú quieras y viviremos si tú así lo deseas en nuestro nidito de amor.
El hombre mayor al ver la preocupación de su joven querida, no duda en decirle que, tiene algunos ahorros y que, para eso lo tiene a él y que la próxima semana que se vean, irán a las Cajas de Crédito a cancelar el préstamo; la joven, a un paso de lograr su objetivo no puede ocultar su alegría y tomando el estirado elástico del calzoncillo le dice a su anciano mecenas: dime mi amor, ¿Qué quieres que te haga?, él, totalmente ciego de pasión le dice que lo que él siempre ha deseado es ponerse lencería femenina.
Ella, más sorprendida que angustiada ante tal solicitud perversa o indecorosa decide seguirle el juego, e inmediatamente le dice: Ponte mis bragas y mi sostén, si quieres te puedes poner mis medias y te verás ¡Bellísimo mi rey león! El anciano, luciendo un calzón rosado y un brasier celeste turquesa no duda ni por un segundo en verse en el espejo; ella, piensa en sus adentros “No hay duda que entre más viejos, más pendejos”.
*Médico salvadoreño