¿Excepcionalidad Argentina?

La historia oficial no solo miente, también mata. El 16 de enero fue encontrada asesinada Julia Pamela Flores una niña wichi de la comunidad Misión Kilómetro Dos, en la localidad Pluma de Pato, en la norteña provincia de Salta. Más allá de los móviles del femicidio de una adolecente de 12 años y el espanto que provoca la violación de sus sueños de vida en ocasiones desgraciadas como está, el horror también saca a la luz una realidad negada con fervor por los ideólogos de la “excepcionalidad blanca argentina”.

Por: Marcelo Valko*

La elite que se adueñó del país tras las guerras civiles y se maquilló de argentinidad redujo los sueños de los patriotas para enquistarnos en el puerto de Buenos Aires, amputó las utopías de los mejores idealistas a las que consideró extravagancia del momento y así cercenó el alcance territorial de la Patria Grande Americana. Minimizó a Simón Bolívar y maximizó el “desencuentro” de Guayaquil. Provincializó el internacionalismo de San Martín al mismo tiempo que nacionalizó las aspiraciones porteñas. La historia oficial se dedicó a amputar todo aquello que oliera a originario e hizo lo imposible por evadirse de la geografía latinoamericana. Se percibieron inicialmente como un apéndice perdido de Europa y de un tiempo a esta parte trasladaron su capital mental a Miami en donde se sienten a sus anchas. Son aquellos devotos del país blanco que aseguran que todos los argentinos venimos de los barcos, es decir de inmigración europea y que no tenemos nada que ver con la piel cobriza del resto del continente algo que Sarmiento sintetizo mediante su siniestra Civilización o Barbarie.

Sin embargo el crimen de aquella niña wichi muestra una realidad diferente y nos devuelve a Sudamérica, aunque más no fuera como en este caso donde el pueblo originario aparece para morir en los noticieros. Los datos censales desvanecen la ilusión del patriciado: argentina tiene mayor población indígena que Brasil y las crudas imágenes de velatorio de la niña en un rustico cajón apoyado en dos sillas y cubierta por una lona estropeada para protegerlo de la lluvia es una postal de extrema marginación que el establishment hace a un lado. Es una imagen que no comprende, que no encaja con el cuento de una elite que deforesta, piensa en soja y sueña en dólares y se especializó en hacer un culto al olvido, un catecismo de la amnesia que la historia oficial nos inculcó en las aulas desde chicos. Donde el pobre es pobre porque quiere, porque no se esfuerza, no hace méritos dado que se pierden en los pasillos de las villas miseria o acaban en el narcotráfico como aseguró hace unos días la ministra de cultura de Buenos Aires. Los pobres sobran, los originarios son invisibles y los afrodescendientes no existen…

Distintos medios transformaron el asesinato de la adolescente en una macabra “nota de color” apuntando a distintos vértices pero sin apartarse de los latiguillos acostumbrados donde la “investigación periodística” se centra en la víctima “se informó que la chica acostumbraba a consumir bebidas alcohólicas. El flagelo de las droga y el alcohol en esas etnias es una problemática de años, sin solución” (El Tribuno, 15/01/2022). Vale consignar que este diario que estigmatiza a la adolecente muerta y su comunidad sin informar cual es la fuente que “informa” es de la provincia de Salta y no dice un renglón sobre una pobreza estructural generada por el arrinconamiento territorial que viene de generaciones arrojando a los indígenas en las zonas más desfavorables sin mínimos servicios como agua potable. En cambio otros medios cuando resaltan el estado de indigencia en que se encuentran los wichis, lo hacen por otro motivo. Cito en particular a TN digital que se regodea con esa pobreza estructural para adjudicársela por entero al gobierno nacional del cual el multimedio es ferviente mentor de la oposición: “Con un ataúd precario y en una carpa improvisada, despidieron a la nena wichí asesinada en Salta” (TN, 19/01/2022). En ningún momento mencionan ni siquiera al pasar lo despiadado que fue la Conquista del Chaco disciplinando a tiro limpio a los brazos baratos como sucedió con las matanzas de centenares de wichis y pilagás en Napalpi en 1924 y de Rincón Bomba en 1947 donde la complicidad gubernamental protegió a los asesinos negando los hechos.

Historia y memoria no siempre van de la mano ni significan lo mismo, sin embargo la reiteración de un discurso que tergiversa la realidad y su persistencia a lo largo del tiempo actúa como una sobredosis que anestesia y acostumbra al corsé de ser pensados por la práctica discursiva en lugar de pensar los hechos. Pensas o te piensan… Y así nos enseñaron a rendir homenaje a quien no lo merece. Nos enseñaron a glorificar la Conquista del Desierto de 1879 cuando se trató de construir un desierto vaciando Patagonia de seres humanos, reintroduciendo la esclavitud que había sido abolida en 1813 mediante el reparto de los prisioneros indígenas a familias del patriciado. Nos enseñaron a homenajear en altos pedestales a personajes de prontuarios despiadados tal como planteo en Pedestales y Prontuarios. La historia oficial al ocultar, negar y tergiversar es culpable. La historia oficial margina y mata. El dictador Videla fue un claro exponente de ello al explicar en rueda de prensa y frente a las cámaras que “un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Lo que molesta al poder lo arroja por la borda, lo convierte en una entelequia hasta que la realidad los salpica como el homicidio de la niña wichi que desnuda la marginación a la que condenaron en vida a los pueblos originarios.

Esa gente del país “excepcional” olvida que una de las estrofas centrales del Himno Nacional que menciona con claridad “Ved en el trono a la noble igualdad”. Es decir que nos gobierne la igualdad, donde todos los ciudadanos tengamos el derecho a una vida digna. Un tema pendiente de un enorme potencial revolucionario. Es lento pero viene…

*http://marcelovalko.com

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