El actual presidente del Banco Mundial, el economista estadounidense David Malpass, acaba de dar un excelente ejemplo de cómo se puede llegar a conclusiones equivocadas utilizando una mezcla de verdades, mentiras a medias y flagrantes falsedades.
Por: Guillermo Alvarado
Dijo el funcionario que la economía mundial sufrirá una nueva contracción a lo largo de este año y que los más afectados serán los países “en vías de desarrollo”, eufemismo utilizado para no decir simple y llanamente naciones pobres, o más claro aún, empobrecidas, que no es igual.
Precisó que las regiones más abandonadas en el mundo tienden a ser importadores netos de alimentos, lo que es verdad, así como que la inversión en comida es proporcionalmente mucho más elevada en estas zonas, respecto a las áreas industrializadas, o sea las más ricas, lo que también es cierto.
Dije en un comentario reciente que una familia acomodada gasta aproximadamente el 17 por ciento de sus ingresos en este rubro, en tanto que una desfavorecida tiene que invertir el 45 por ciento o más para satisfacer dicha necesidad básica.
El señor Malpass menciona entre los responsables de esta situación a la pandemia de covid-19, lo que es así sólo a medias, porque antes de la crisis sanitaria en este planeta ya había enormes desigualdades.
La concentración de la riqueza en pocas manos es un fenómeno inherente al sistema capitalista, donde unos cuantos se apropian de la riqueza producida por el trabajo de la mayoría. Así ha ocurrido siempre.
El SARS-CoV-2 empujó a millones a la miseria, pero también permitió que los más ricos aumentaran considerablemente sus fortunas. No es la enfermedad, es la forma en que funciona el mundo.
De acuerdo con el análisis del presidente del Banco Mundial, otro de los factores que agravan la situación de los países pobres es la operación militar especial que Rusia lleva a cabo en Ucrania. Omitió decir que no es la guerra en el este de Europa lo que está afectando a la economía global.
Con sutil mala fe, ocultó el hecho de que esos desbarajustes se deben a las enormes sanciones impuestas a Moscú por las potencias occidentales sumisas a los intereses de Estados Unidos, y que fueron definidas por el presidente Vladimir Putin como “una guerra económica relámpago”.
Un ejemplo: los combustibles se encarecieron, porque Washington ordenó a sus aliados no comprarle a Rusia y lo mismo ocurre con los fertilizantes. Si los suministros fuesen normales, los precios no deberían subir. No olvidar que la Casa Blanca ofreció vender gas a Europa… 40 por ciento más caro.
A mi juicio, se busca que cuando un pobre en África, Asia o América Latina sienta hambre, no vacile en culpar a los rusos por sus sufrimientos y no al sistema capitalista.
Fuente: www.radiohc.cu