La manipulación de las emociones

«De los diversos instrumentos del hombre, el más   asombroso es, sin duda, el libro…: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación».  Jorge Luis Borges

Los humanos decidimos basándonos en tres criterios: el instinto, la emoción o la razón. Todos tienen originariamente una función. El instinto expresa las decisiones que necesitamos para sobrevivir como especie, las emociones permiten los intercambios sociales y la cohesión del grupo y la razón dirige la evolución de la sociedad. Según la teoría del “cerebro triuno” de Paul MacLean las tres capacidades están localizadas en estructuras cerebrales diferenciadas conocidas como el cerebro reptiliano, el límbico y la neocorteza. Como frecuentemente las decisiones informadas por los tres actores pueden ser contradictorias, es la razón la que prevalece frente a los otros: proceso que requiere su aprendizaje y al que fortalece la acción que denominamos voluntad.

Este proceso también esta afectado por las nuevas tecnologías. Sin ellas, en la edad infantil y juvenil, los individuos estábamos en permanente contacto social e, inevitablemente, se producían conflictos que hay que aprender a gestionar para ir definiendo el territorio emocional de cada uno. Sin embargo, con las tecnologías actuales un individuo puede tener la ficción de tener numerosos amigos virtuales que, en caso de conflicto, se pueden eliminar sin coste emocional alguno, buscando a continuación otros nuevos. Tal vez radiquen también en ello los fenómenos de extraordinaria violencia que, con aparente frialdad, se observan en adolescentes y que no acabamos de comprenderlos.

En sus inicios, este fenómeno fue estudiado hace algunos años por el sociólogo Robert Putnam en su libro “Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community”. Recuerda cómo, hasta los años 90, las boleras eran el centro cívico donde se reunían cada fin de semana las familias, los amigos y los vecinos. Todo ello ponía de manifiesto la existencia de un gran patrimonio social que él denomina “capital relacional” y que realmente es una fuerza para el crecimiento y la mejora de la sociedad. A través de un exhaustivo análisis intentó descubrir las causas de por qué en el 2000 (otra vez los nacidos en los 80), las boleras ya se estaban vaciando.  Para él se había producido un rápido declive de la “sociedad civil”: firmamos menos peticiones, financiamos menos causas, pertenecemos a menos organizaciones, conocemos menos a nuestros vecinos, nos reunimos con los amigos con menos frecuencia e incluso socializamos también menos con nuestras familias. Lo resume en una frase “En lugar de estar con los amigos, preferimos ver en las pantallas la serie “Friends”.

Putnam también busca las causas y las infiere en los cambios en el trabajo, la estructura familiar, la vida urbana, la televisión, los ordenadores y los roles de las mujeres, entre otros factores.

La pérdida de inteligencia observada a edades aún tempranas, la sumerge en un ciclo negativo que la sigue reteniendo en esos menores niveles y, por el contrario, el entrenar la inteligencia y razonar permite un conocimiento del medio gratificante que impulsa a la mejora permanente: la lectura. Cuando ya eres conocedor de un tópico, seguir aumentado su conocimiento es muy satisfactorio y, por ello, el grado de lectura aumenta con el nivel de inteligencia. El libro es una extensión para la memoria.

Pero para comprender un texto hay que dominar un vocabulario y, conforme el conocimiento se profundiza, el léxico utilizado se va ampliando. Todo ello requiere esfuerzo, voluntad, dedicación y un sistema educativo que los refuerce premiando la excelencia y no que los debilite. Un individuo con estudios universitarios debe conocer unas 30.000 palabras. Por contraste, en las “conversaciones” on line” suelen utilizarse 300. Está claro que no hace falta ningún esfuerzo para adquirirlas. Se adquieren por ósmosis.

Un léxico restringido y una sintaxis imperfecta empobrecen la capacidad de transmisión de la escritura, imposibilitando comunicar conceptos argumentados, sólo aptos para crear y repetir eslóganes emocionales.

Los especialistas determinan que podemos tomar entre 30.000 y 60.000 decisiones diarias. Pensemos que parpadear puede ser ya una decisión. Realmente muy pocas de ellas (inferiores al 1%) llegan a ser conscientes. La inmensa mayoría se resuelven de forma automática por nuestro sistema neurológico en base a nuestra genética, entrenamiento y experiencia, aunque claramente esa carga instintiva también participa en la adopción de las decisiones que deberían ser conscientes. Por ejemplo, se demostró que en las elecciones USA en las que salió elegido como presidente Kennedy, coadyuvó el que tuviera un físico atractivo para las damas. Pero excepto en esos pocos casos, en la inmensa mayoría de nuestras decisiones conscientes, el criterio dominante es el racional…hasta el siglo XXI.

Ahora y cada vez de forma más clara por la ausencia de datos en la memoria, la mayoría de las decisiones sociales se toman por razones emotivas o sentimentales. Y quiero dejar claro que no critico que sea así, sólo expongo.

Y así podemos ir considerando las causas que motivaron la elección del presidente Trump, el éxito del Brexit, la explosión social de Chile, el incremento de los extremismos políticos, el florecimiento de los nacionalismos, la paulatina expansión del islamismo extremista, la justificación de la guerra en Ucrania, … No hay razones argumentadas, analizadas, optadas, sino frases emocionales: “Make American great again”; despertar al león del imperio británico; acabar con la desigualdad económica (en el país sudamericano más próspero e igualitario), en defensa de los oprimidos de nuestra etnia, la venta de los “valores progresistas” como violencia machista, heteropatriarcado, racismo, facha…o “valores conservadores” como patria, orden o bandera. Y si miramos el caso español, desenterrar cadáveres de hace 90 años o desear derribar cruces forma parte de esas nuevas emociones que se van alimentando.

Las sociedades están perdiendo la inteligencia y, con ella, la capacidad de comprender y exigir comportamientos y valores que refuercen el “capital social” y el espíritu crítico, único criterio que puede aproximar la verdad.

Cuando empiezan a estar influidas mayoritariamente por mensajes restringidos a 280 caracteres, los cimientos de la propia sociedad se tambalean. En eso estamos.

La repercusión en y de los medios de comunicación

Algunos creen que la causa del evidente cambio social se debe a la manipulación por parte del poder de los medios de comunicación. Y esto es sólo parcialmente una verdad. Algunas veces ya he manifestado que el mundo de la comunicación se asemeja mucho al mundo de la alimentación: ambos pretenden vender unos productos de consumo frecuente, que se destruyen en el acto de uso y que sus elaboradores aspiran a que los vuelvan a seguir comprando. Ambos deben adaptarse a las demandas de los consumidores y los cambios actuales responden a que el perfil del consumidor está cambiando: ya no tienen datos y compran más emocionalmente. Y eso es válido también para ambos sectores.

A las generaciones anteriores a los “millennials”, los que reteníamos datos en la memoria, nos satisfacía leer periódicos serios en los que las verdades se razonaran y se argumentaran adecuadamente. Evidentemente comprábamos más los que tenían una línea editorial más acorde con nuestros posicionamientos, pero “disfrutábamos” con su lectura. Aunque hoy sean digitales, nos siguen gustando este tipo de periódicos, pero las generaciones mayores estamos en trance de una paulatina desaparición. Los periódicos que mantienen el “formato” antiguo están condenados a la desaparición: Todos los días van muriendo sus consumidores y no nace ninguno.

Por el contrario, las nuevas generaciones se abastecen de la levedad: frases hechas transportando verdades, semiverdades o falsedades, envueltas en brevedad, constancia repetitiva, movimiento, imágenes, colores y emociones; muchas emociones.

Exactamente igual que en la alimentación. Se construyen artefactos con apariencia de verdad, tan sólidos en su venta que hasta los prescriptores con original formación científica tienen que entrar en el juego. Se insiste en la necesidad de dar la máxima información nutricional en un etiquetado… que nadie lee o si lo hace, nadie comprende, hasta el punto que se diseña un arcoíris para mantener una imposible mínima orientación nutricional con colorines. El infinito desconocido normalizado en cinco colores, eso sí con el aplauso de los numerosos “profesionales” de la dietética, que lo apoyan, junto con los productos ecológicos, biodinámicos, veganos y cien dietas, todas maravillosas, que se inician en el “famoseo” con el apoyo necesario, esta vez sí, de los correspondientes libros alarmistas y milagreros.

Exactamente pasa lo mismo con las redes sociales. Tal vez algunos ingenuos pensaron que iba a ser un nuevo canal para trasmitir verdades, pero las personas ya no “compran” los razonamientos o la información argumentada que hay que analizar y contrastar mediante nuestro espíritu crítico. Demasiado esfuerzo y, además, como ya no hay datos, no se puede contrastar: nos limitamos a aceptar y reenviar la mayor parte de lo que nos mandan “nuestros nodos” informativos, seleccionados por nosotros mismos o por algún algoritmo tecnológico, que va reforzando nuestro vínculo emocional con ese nodo creativo. Esa es la información que nos gusta, la que más “clicks” recibe el emisor, por lo que adquiere más publicidad y rendimiento económico.

El secreto de los nuevos medios de comunicación descansa en halagar las emociones de los individuos y, como la mentira permite más libertad creativa, es la que impera en la sociedad. 

*** Jorge Jordana, Dr. Ing. Agrónomo y Economista.

Fuente: https://disidentia.com

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