Quizá mi vida ha transcurrido entre engañar y ser engañado. Desde niño toda la información que recibí por parte de los mayores, llámese padres, profesores y más, se redujo a mentirme y ahora, ya viejo, me doy cuenta que, también, soy un cínico mentiroso.
Por: Francisco Parada Walsh*
Crecí creyendo que una familia es el lugar perfecto; en un mundo ideal así debería ser sin embargo todas las familias tienen secretos y la mía, no es la excepción.
De repente me veo sentado en un pupitre, no sabía que la descarga de esa silla quizá sería más potente que la silla eléctrica; el voltaje fue el adecuado, el objetivo era que no me diera cuenta que era, soy y seré un prisionero de un sistema que se calcó a la perfección para mantenerme perdido y por qué no decirlo, endrogado; se puede tomar esa adicción como el dependiente al crack o el adicto a ofertas, la misma idiotez se comparte, sin embargo cuando no tengo metas trazadas sucede algo y al contrario, todo lo adverso a lo que un día creí fuese lo correcto es lo que toma protagonismo en estas sufridas tierras.
Quizá lo más grave para mí no es ser ignorante, yo lo soy en tantísimas áreas de la vida, es más, si dijeran que quién es el abanderado de los ignorantes, sería mi persona quien encabece tal deleznable fila sin embargo, lo grave de esta situación no es ser ignorante sino mediocres, esos tipos que, mueven la cola, que no tienen criterio propio, que la vulgaridad gana la apuesta; el país sometido a la mediocridad, esa maldita palabra que José Ingenieros despedaza como un perro rabioso y somete al mediocre a un pobre fantoche; indiscutiblemente no es el fin del mundo pero sí de la dignidad, del conocimiento, de la lectura, del buen vivir, de la verdad que aunque patoja pero andábamos cerca, lamentablemente el país falleció, será quizá difícil comprender que estamos muertos, que toda la maquinaria social se destruyó con un complicidad perversa de la oligarquía, que nos remontan a vivir nuevamente en tiempos remotos donde el caciquismo era la regla; hoy hay caciques de caciques, e igual, ignorantes a ignorantes y de mediocres a mediocres y se debe entender que nacer siendo dueño de un imperio aeronáutico no significa que se nace CUM LAUDE, no, hombres comunes y corrientes que la diosa fortuna les permitió usar un estado para su beneficio, no son hombres brillantes, y tristemente, esos apellidos raros y que en ocasiones se siente gran honor que tres apellidos precedan al nombre, tienen sangre en cada letra y quizá debo diferenciar, mis manos están manchadas de sangre, de esa sangre divina por salvar la vida de algún paciente o sangre de un amigo perruno herido al que debo suturar ¡Gran diferencia! Aspirar a la ignorancia como bien supremo no es nada raro para un salvadoreño, siempre andamos contra corriente, somos un rebaño que sin amo que lo guie, nos tiramos al despeñadero, nos aniquilamos y aun, eso nos divierte.
Moriré siquiera con un poco de conocimiento, por supuesto que la ignorancia se me irá enredando en mi mente, en mis pies, en mi vida, en mi lengua, en mi vista y poco a poco será mi sueño ser un ignorante; escribiré de derecha a izquierda, cuando suene el Himno Nacional me colocaré la mano izquierda entre el hígado y la vesícula biliar, necesito bilis, necesito toxinas, necesito lo peor para ser un dignísimo hijo de la ignorancia como bien supremo.
Tristemente y paradójicamente, aun, se debe diferenciar entre el hombre profesional que a pesar de su altísima preparación es un total ignorante, ve la vida como ver la lluvia, con una frialdad que calienta la sangre, creyendo que, por haber estudiado diez o quince años es un hombre iluminado que no debe involucrarse en los problemas ni en las soluciones del país, paren hijos cobardes, y como papás zopilotes, extienden las negras alotas sobre sus polluelos y cada pluma es indolencia, miedo, egoísmo, envidia, maldad; esos somos nosotros, los pájaros picones, los pobres, los orgullosos y tristemente, más orgullosos de ser pendejos.
*Médico salvadoreño