El giro político que se produce en Colombia con el nuevo gobierno de Gustavo Petro subraya un cambio de mapa regional que está sujeto a varios análisis. El primero y más evidente es el cambio de correlación política en los liderazgos de los países en el continente.
Este mosaico de denominaciones políticas supera las designaciones habituales «derecha» e «izquierda». Contrariamente al llamado «ciclo progresista regional» de años anteriores, cuando gobernaban simultáneamente Hugo Chávez, Fidel Castro, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega, Lula Da Silva y Néstor Kirhcner, el matiz de la izquierda era más acentuado, a diferencia de hoy.
¿Qué esperar de este cuadro regional? ¿Qué oportunidades abre para los varios actores? ¿Qué significa esto para Venezuela?
EL BLOQUE DEL ALBA-TCP TIENE SU PROPIA TONALIDAD
Venezuela, Cuba y Nicaragua son un factor de congruencia particular. Los tres países son los principales, «la izquierda dura», referentes contrahegemónicos en el continente y por eso llevan consigo la marca de distinción de ser objeto de medidas coercitivas multidimensionales por parte de Estados Unidos y otros países aliados.
Alineados en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), junto a Bolivia, Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Santa Lucía, esta coalición compuesta por gobiernos de diversas tonalidades desde la socialdemocracia a la izquierda, es un contrapeso político a la arquitectura política de Washington, pero es especialmente un bloque con facultades propias, por ser una alianza vinculante entre la América hispana con la caribeña, por ser un referente en política económica y social y por proponer vínculos concretos y reales de integración.
Ha sido desde el ALBA-TCP donde ha surgido el motor constructivo de una nueva arquitectura de relaciones, siendo un referente para otras experiencias conjuntamente con Petrocaribe, y más allá, la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y la misma Confederación de Estados Latinoamericanos y caribeños (CELAC).
EL BLOQUE DE LA «IZQUIERDA MODERADA»
Compuesto por países con gobiernos socialdemócratas, algunos denominados «centristas», en varios casos formados en coalición con partidos y movimientos sociales de izquierda más dura, son un referente de progresismo moderado y es una agrupación de países que conviene analizar de manera particularizada.
Sin embargo, por su afinidad, México, Argentina, Chile, Honduras, Perú y ahora Colombia (cuando Petro tome las riendas del país) son países del denominado «segundo ciclo progresista latinoamericano». Esta marca endosa una referencia implícita, se entiende al «ciclo» como una totalidad de viraje a la «izquierda moderada», pero resume lo que es sin dudas un menoscabo del modelo de partidos y gobernanza de las derechas conservadoras y tradicionales en cada nación.
Ceñidos a inercias y presiones en cada país, los gobiernos de esta denominación hacen distinciones entre una política plenamente subordinada a Washington o «ser como Venezuela», en clara referencia peyorativa.
Esta izquierda moderada tolerada (en mayor o menor medida) por el establishment económico y político de sus países y en el sistema interamericano, en varios casos es más congruente con el modelo para la región del Partido Demócrata estadounidense y claramente no representan una amenaza grave para Estados Unidos, aunque el propio peso de México y su influencia natural es ya un punto de referencia como actor geopolítico por sus últimos virajes.
El caso chileno es particular. El gobierno de este país es más cercano al modelo de progresismo woke manufacturado por el Departamento de Estado y maneja con cautela su proceso constitucional interno, por lo cual hilan muy despacio y de manera tibia su relacionamiento exterior. Más todavía cuando se trata de asuntos «espinosos» como «Venezuela».
En cambio, el caso peruano, puertas afuera ha sido irrelevante, pues el gobierno ha sido consumido por la crisis de gobernabilidad, lawfare y choque de poderes. Por más que Pedro Castillo afirmara «América para los americanos» en Estados Unidos, su gobierno sigue en vilo.
Argentina tiene una política exterior hemipléjica, parcialmente clausurada en temas regionales claves, como «Venezuela» o votando contra Rusia en la ONU. Pese a algunos gestos, su gobierno maniobra una política exterior arbitrada por el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En síntesis, la mejor explicación a este espectro de gobiernos en estos países consiste en que el «fin» del «primer ciclo progresista» y el repunte que tuvo la derecha tradicional en la región, obedeció en gran medida al desgaste o enlodamiento a los liderazgos, ciertamente, también por errores de los dirigentes, pero también por traiciones (caso Lenín Moreno en Ecuador), lawfare (Brasil) y golpes de Estado (Honduras y Paraguay).
No hubo un agotamiento de la «idea», ni cambió la necesidad intrínseca en los países de producir un viraje agudizando las contradicciones con el modelo de gobernanza neoliberal, plutócrata, de partidos clásicos de derecha.
Este es un rasgo con particularidades en cada país, pero persistente en la región, luego de un acumulado de ciclos de crisis económicas, desgobierno, acumulación de desigualdades estructurales, corrupción institucionalizada y ahora con la crisis multifactorial postpandemia y la nueva crisis entrante en el comercio internacional causada por las medidas coercitivas contra Rusia.
LOS PAÍSES «CENTRO» Y DE DERECHA
Algunos países como República Dominicana, Costa Rica y Panamá están declaradamente en la órbita «centrista». Pero politológicamente hablando, se les puede considerar de derecha moderada.
En cambio, Brasil, Uruguay, Paraguay y Guatemala mantienen gobiernos de derecha tradicional, los cuales todavía no han sido arrasados por el ciclo acumulativo de agotamiento y también por cuestiones de calendario electoral. Por ello, es importante mirar a Brasil para 2023 y el muy probable, por ahora, regreso de Lula da Silva al poder.
El Salvador es un caso especial. «Ni de izquierda, ni de derecha» en el discurso, pero de derecha en los hechos. Sin embargo, Nayib Bukele es una figura atípica, especialmente desde su viraje en su relación con Estados Unidos al abrir las puertas de su país a China. Bukele es genuinamente un líder en el espectro de una derecha en contradicción con el hegemón y desarrollando política interna fuera de lateralidades tradicionales en su país. Sui generis, en toda la línea.
OPORTUNIDADES Y DESAFÍOS
En la región hay condiciones idóneas para un reacomodo de la arquitectura política continental. Hay espacio para el atrevimiento de inhabilitar instrumentos agotados como la Organización de Estados Americanos (OEA), pero es sabido que ese no es el consenso entre todos los países de la «izquierda moderada». Sin embargo, hay facultades para el fortalecimiento de la CELAC. Todo consiste en producir allí nuevos dinamismos.
El cuadro regional supone (léase bien: supone) un respiro para Venezuela, Cuba y Nicaragua, por la posible desescalada de la tensión regional tal como se produjo durante estos años.
Sin embargo, es probable que algunos países de la «izquierda moderada», a cambio de gobernabilidad negociada con factores internos y especialmente externos (Estados Unidos), prefieran «flanquear por la izquierda» a los tres países, mediante prácticas aislacionistas moderadas de nuevo tipo, encubiertas en divergencias ideológicas intra-progresistas.
Los riesgos de ese escenario, los de la «indiferencia» y la «distancia», yacen en que no se perturbe el cuadro precedente de estos años y con ello se inhabiliten las facultades de la política regional, confinándolas a una anemia prolongada. Es decir, producir el saldo de un continente igualmente dividido.
No es poca cosa, tratándose de Venezuela, que en 2019 la Administración Trump impusiera a rajatabla un modelo de relaciones exteriores que no ha sido superado: reconocer o no al impuesto e inexistente gobierno de Juan Guaidó; relacionarse o no con el gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro. Todo ello dividió gravemente la diplomacia continental. La trampa narrativa y política persiste y varios países no logran disputarla, definirse o desarrollar su postura, aunque dicha agenda esté de facto acabada y desmantelada por Caracas.
Como lectura general, los países de la «izquierda moderada» no están generando u acelerando procesos a gran escala. Se pierde tiempo valioso. No hay visiones concretas, ni acciones de avance, pese a que México insista en fortalecer la CELAC.
El único instrumento integracionista regional realmente vivo y policy maker es el ALBA-TCP, quienes organizaron una Cumbre en La Habana días antes de la fallida IX Cumbre de las Américas. El ALBA es el único «puño cerrado» infranqueable que ha sabido homologar una actividad política fluida entre sus integrantes y desde una orientación soberanista.
Hay varios tiempos políticos simultáneos en la región, y para referirnos al nuevo «avance progresista» es evidente que todo está por verse. Quizá como nunca es fundamental que «las izquierdas» superen las lógicas de la división, haciendo política con creatividad y pragmatismo.