Haití pronto podría dejar de ser un país, con los atributos que generalmente se le reconocen, para convertirse en un territorio fragmentado bajo el dominio de bandas armadas violentas, que imponen sus “leyes” en una zona determinada y se enfrentan entre ellas por el control de barrios y su gente.
Por: Guillermo ALvarado
Este es el resultado de siglos de intervención extranjera, de abusos cometidos por potencias, grandes consorcios empresariales y no pocas organizaciones de esas conocidas como no gubernamentales, que impidieron el desarrollo de un Estado sólido, soberano e independiente.
Las cosas comenzaron a salirse totalmente de control después del terremoto de enero de 2010, que puso en evidencia la debilidad extrema de las instituciones locales, pero el punto más crítico ocurrió en julio del año pasado, cuando fue asesinado el presidente Jovenel Moïse, hecho aún no aclarado.
Desde entonces esa hermana nación está prácticamente descabezada y han fallado todos los intentos por formar un ejecutivo, que sea capaz de imponer el orden y meter en cintura a los grupos mafiosos.
La situación es dramática en un pueblo que ocupa el octavo lugar del mundo en cuanto a inseguridad alimentaria, con el 22 por ciento de niños y niñas que sufren desnutrición crónica y diversos grados de desamparo.
Este fin de semana ocurrió en el barrio de Cité Soleil, quizás el más pobre de los pobres, un hecho muy peculiar cuando unos 315 niños y algunos adultos irrumpieron en una escuela en busca de refugio para escapar a los habituales tiroteos que ocurren en ese lugar.
Sólo la semana pasada los enfrentamientos entre bandas provocaron unos 300 fallecidos en la capital haitiana, convertida en tierra de nadie.
Los infantes, entre ellos muchos que ignoran si sus padres están vivos o no, o cuál es su paradero, convirtieron de hecho el establecimiento educativo, cerrado por las vacaciones de verano, en un improvisado campamento.
Nadie la está pasando bien en ese país caribeño, que por cierto está en proceso de ser cercado por sus vecinos de República Dominicana, pero los niños y niñas son quienes más sufren.
La crisis económica y la violencia los convierten en blanco del crimen organizado para la explotación laboral o sexual. Muchas menores de edad son orilladas al matrimonio prematuro, embarazos no deseados o violaciones, redes de las que es prácticamente imposible salir.
Como ocurre con otras tragedias, en Palestina, Myanmar o Libia, la comunidad internacional prefiere voltear la mirada, creyéndose que es cierto aquello de que “ojos que no ven, corazón que no siente”, sin darse cuenta de que su inacción los convierte en cómplices de esa infamia.
Fuente: Radio Habana Cuba