Por: Elio Masferrer Kan*
Este domingo pasado se puso a consideración la nueva constitución chilena, por su redacción estaba pensada para ser una de las más avanzadas e innovadoras del mundo occidental, sintetizaba un conjunto de derechos sociales que habían sido soslayados en la constitución ultraconservadora, que impusiera el dictador Augusto Pinochet en 1980, a la vez que se proponía consagrar los derechos de los llamados grupos emergentes: los movimientos feministas, las comunidades LGTTTBQ y de otras minorías discriminadas, a la vez que instauraba un conjunto de derechos para los pueblos originarios, particularmente los mapuches que son alrededor del 12% de la población y que fueron víctimas de un genocidio en el siglo XIX y despojados de sus tierras y bosques.
Es importante recordar que el entonces diputado Gabriel Boric impulsó a fines de 2019 un plebiscito para reformar la constitución que fue mayoritario, como una forma de darle una salida política al estallido social de octubre de 2019. La elección de los convencionistas representó una derrota de las fuerzas políticas de la derecha, a la vez que consagraba a distintas facciones de una izquierda emergente y de fuerzas políticas independientes, no alineadas con ninguna estructura de política electoral. El papel jugado entonces por Boric le permitió triunfar en las elecciones primarias y ser el candidato de unidad de las izquierdas, a su vez, los sectores más radicales de la izquierda acusaban a Boric de desmantelar el movimiento social.
La Convención constituyente redactó un texto que estaba destinado a ser modelo para las nuevas constituciones políticas del siglo XXI, la derrota de este proyecto nos obliga a reflexionar sobre los motivos y las consecuencias, soy consciente que pueden existir muchas lecturas, la mía será desde la perspectiva antropológica. Para decirlo sintéticamente el problema del proyecto es que no logró consensar el texto entre sectores amplios de la población que mantienen posiciones conservadoras en diversas cuestiones. Las justas reivindicaciones de los movimientos feministas no son compartidas por muchas mujeres, quienes paradójicamente reproducen los mecanismos de dominación patriarcal. Los derechos de las minorías sexuales no son respaldados por sectores que mantienen posiciones “discretamente” homofóbicas y tienen reservas para los derechos de las poblaciones transexuales.
Mención especial merece la situación de los indígenas, es importante recordar que en el siglo XIX Chile se expandió hacia el norte con la Guerra del Pacífico despojando a Bolivia de su salida al mar y a Perú. Estos territorios fueron víctimas además de una “limpieza étnica” desplazando a las poblaciones no chilenas asentadas, simultáneamente se expandió hacia el sur masacrando a los mapuches, quitándole tierras y sometiendo a los sobrevivientes a formas serviles de trabajo. Los mapuches reivindicaron en la segunda mitad del siglo XX que la victoria no da derechos y exigen la restitución de sus tierras y el reconocimiento de sus derechos. Esto puede ser reconocido retóricamente, pero las oligarquías chilenas y muchos terratenientes detentan estas tierras no están dispuestos a entregarlas ni a indemnizar a los despojados, consideran que “la guerra les da derechos”.
La Convención partió del concepto que los derechos deben ser respetados y que no pueden ser negociados, por ello no cedieron un ápice a las observaciones planteadas por diversos sectores. El resultado fue peor y el texto fue rechazado en su conjunto, para decirlo en términos antropológicos, una cuestión es la cultura ideal, lo que debiera ser (lo correcto), y otro asunto es la cultura real, lo que las personas consideran como lo factible, como pertinente. La Constitución de un país es un arreglo político que debe ser consensado por la mayoría de la población, Fernando Lasalle, un teórico del derecho planteaba ya en el siglo XIX, que la constitución no es un texto, sino que es el resultado de la correlación de fuerzas sociales en un momento histórico. A los “correctos” les falló la habilidad política para convencer a la sociedad chilena de la importancia de su propuesta, tendrán que aprender a hacer política y deberán evitar la autocomplacencia.
El desafío es entender las causas de la derrota y remontar la adversidad para concretar la aplicación de los derechos en la nueva constitución. Como dice el dicho “humildes en la derrota, generosos en la victoria”.
*Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH