Editorial UCA: Hambre de verdad

Pasado el Día Internacional de los Derechos Humanos y analizada una vez más la deteriorada situación del país en ese aspecto fundamental de la democracia, es perentorio pensar en el camino que reconstruya la confianza perdida.

El aumento de desapariciones; la eliminación creciente de las garantías judiciales; la manipulación de la judicatura al gusto de las conveniencias del poder político; el maltrato a personas detenidas arbitrariamente, así como a sus parientes; el desafortunado régimen de excepción, con sus injusticias, su militarización de la seguridad ciudadana y sus cercos a ciudades y pueblos, no honran la Constitución ni son coherentes con los tratados de derechos humanos ratificados por El Salvador.

Sin embargo, la administración Bukele insiste en defender sus acciones catalogándolas como defensa de la ciudadanía e incluso como apoyo a los derechos de quienes han sido víctimas de la violencia de los delincuentes. En realidad, el Gobierno está jugando con algo fundamental en la vida política: el derecho a la verdad.

Hace ya muchos años se solía decir que los peores enemigos de la verdad en un Estado son siempre quienes trabajan en él. Y eso no ha dejado de ser cierto. Así pasó con todas las dictaduras militares y con todas las guerras sucias. El Estado optaba sistemáticamente por contar la realidad a su gusto, negando crímenes, escondiendo desapariciones y disimulando torturas. La mentira continúa siendo una de las lacras permanentes del poder, especialmente cuando se opta por políticas autoritarias.

El ejemplo más claro en el área centroamericana lo encontramos en el Gobierno Ortega-Murillo, con su famoso eslogan de “Nicaragua cristiana, socialista y solidaria”. En el vecino país, el autoritarismo dictatorial se disfraza de democracia con frases y elecciones trucadas. Y se reviste de un sedicente cristianismo que persigue y encarcela obispos, con un socialismo que mantiene a amplias capas de la población en la pobreza y una solidaridad endógena circunscrita a los altos y obedientes miembros del régimen.

Pese al diluvio de propaganda y los aplausos recurrentes de buena parte de la población, en El Salvador aún hay hambre de verdad. El Gobierno reserva prácticamente toda la información relevante, ataca e insulta a periodistas que descubren pistas —cuando no datos— que debieran llevar a investigaciones sobre corrupción y niega a las víctimas, tanto del pasado como del presente, el acceso a la verdad. En esa línea, encarcela arbitrariamente a inocentes sin luego indemnizarlos cuando finalmente obtienen su libertad, y no da ninguna información a sus familiares mientras aquellos están detenidos. Al mismo tiempo, protege a criminales de lesa humanidad, mantiene bajo llave los archivos militares y respalda la decisión de la Fuerza Armada de no reconocer los crímenes cometidos durante la guerra y pedir perdón por ellos de manera institucional.

Si hubiera que decir cuál es el derecho básico negado con mayor frecuencia y de modo más sistemático por el Estado salvadoreño, sus funcionarios y los líderes políticos, no cabría duda: el derecho a la verdad. La ocultación de crímenes y el respaldo a la impunidad, la corrupción estatal no investigada, las promesas falsas, las reservas de información, la tendencia a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno se resumen en una gran negación: la negación del derecho a la verdad. La mentira nunca lleva hacia el bien ni al desarrollo. Optar por la verdad de las víctimas y de la realidad es el único camino moral capaz de levantar al país de su crisis.

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