Dr. Francisco Parada Walsh*
Recientemente pedí que me enviaran unas velas rojas para adornar la sencilla entrada de mi casa, mientras pensaba cómo se verían entendí que así como en este momento representan luz, alegría, quizá un poco de calor, también está la contraparte, serán las únicas lucecitas que iluminarán mi muerte, esa fría mortaja y debo decidir de qué lado estoy; aparentemente, esas velas rojas que nunca llegan representan la felicidad, y las enormes velas blancas que serán colocadas ante mi ataúd significan el dolor, sin embargo, nadie puede confirmar mi punto de vista, no sé si soy más feliz en este momento que aparento estar vivo o lograré descubrir que la muerte es realmente la única felicidad que existe; nadie ha regresado, todos le tememos a la muerte, a veces me temo a mí mismo más que a la muerte por venir a un mundo y no ser parte de él, por dejar un planeta totalmente desarreglado y entender que somos, apenas sombras en el tiempo.
Velas que dan luz a mi vida, que iluminan mi caminar, sencillas velas que, ni ellas saben lo que significan para mí; solo es cuestión de tiempo donde quizá ese niño que llevo dentro crea que dos velas rojas son las luces que marcan mi camino cuando sé que apenas llenan un vacío de querer lucir mi casita bien bonita, toda decorada, toda arregladita cuando apenas es un préstamo de la vida.
Una vez que todo llegue a su fin, poco interés tendré en saber el color de las velas; quizá debo ser más sencillo en mis exigencias, al final, en dos años que tengo de vivir en mi choza, no he tenido ni una tan sola visita, poco me importa porque la soledad es mi compañera, nos hemos tomado cariño y quizá sea más solitario de lo que debería ser, por eso creo que un par de velas rojas darán un toque elegante a mi casa, pero el problema es que no las encuentro y me da tristeza ver a los candelabros solteros, quizá creen que serán solterones por la eternidad.
Velas rojas, velas blancas, poco importa el color, creo que el calor y color dependen de mí, he entrado a lujosas casas que, el dolor me abre la puerta como recién visité a una familia vecina donde inmediatamente me sirvieron frijoles, cuajada y café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza, el griterío de los niños da vida a ese hogar y mientras, son felices con la nada y a muchísimos nada nos hace felices.
Ese incesante deseo por ser velas rojas se ha acentuado con las redes sociales, todos somos luces, todos somos cuasi perfectos cuando mi calidad de mortal me exige reflexionar que esas grandes candelas que pueda ser que iluminen mi lecho de muerte son apenas el comienzo del viaje más hermoso, y espero encontrarme con los míos aunque mis dudas son enormes, sino todo fuera tan fácil, tan dichoso.
Más importante debería ser encontrarme conmigo mismo sea en la luz o en la oscuridad, me conozco de sobra y sé que aun en las mayores tinieblas hay una luz que me guía, no es una luz divina ni de las tinieblas sino que es la luz que mis padres inculcaron e mí, quizá demasiado tenue pero suficiente para no salirme del camino empinado que metafóricamente visito todos los días.
El universo no conspira para que mi vida sea de luz y mi dios pasa muy ocupado para que mis vacías exigencias tengan a fiel su cumplimiento, no, dios está en otro nivel, lo que corresponde a mí hacerlo, lo haré y es que esas dos velas rojas sean mis pacientes que mantienen mi fe en ser como esos insectos que se mimetizan con el color del arbusto, eso me gusta, mimetizarme con el poco dinero que trae mi paciente y ser luz en esta puta pobreza, culpa de la oligarquía más voraz que existe. Velas blancas y rojas me esperan y los esperan.
*Médico y escritor salvadoreño.