Ingresando al sistema público de salud

Iniciemos este abordaje comentando un caso de los muchos que son una constancia en nuestro sistema de salud pública: el de doña María, paciente crónica de uno de nuestros hospitales por un tema de medicina interna.

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*

Esto supone la atención ambulatoria e integral de una dolencia sistémica y crónica.

El caso que nos ocupa es entonces el de una persona que ha desarrollado una dolencia que requiere atención permanente, implicando que no necesita intervención quirúrgica pero sí constantes controles para que la tal dolencia no evolucione a un estadio más agresivo que comprometa a más sistemas del organismo.

Sin embargo, e igual que a otros muchos pacientes del sistema de salud pública, la atención pronta, cálida y de calidad que espera no la recibe y en cambio y ante su cuestionamiento de porqué su próxima cita será hasta dentro de un año, recibió la invitación de parte del médico que la atendió de asistir “…si tiene urgencia, con un médico privado que la atenderá cuando ella quiera, tras el debido pago”.

Debemos acotar que, por supuesto es el médico que conoce el caso el que de acuerdo al estado del paciente decide la mejor estrategia para atenderle más eficientemente, lo que por supuesto debería incluir aclarar debidamente todas las dudas que surjan durante la entrevista con su paciente, así como por supuesto evitar cualquier comentario que implique denigrarlo o avergonzarlo por su condición material y económica.

Dicho de otro modo, brindar atención de calidad, comprometida, con calidez y esmero, tal cual esperaría el propio profesional de la salud de parte de un colega que le atendiera por alguna dolencia.

El caso que nos ocupa no es imaginario, es real, y se corresponde lamentablemente con una constante que aflige a muchos pacientes en condiciones similares a la de doña María, quienes no son atendidos con humanidad y si de manera insensible en grado indignante.

Si bien subrayamos que solo el profesional que conoce el caso debe ser el que decida de acuerdo al protocolo médico cuál será el curso a seguir con este o aquel paciente, y que son comprensibles las razones por las cuales puede decidir mantener una sana distancia profesional para no involucrarse a nivel emocional con él, ello no supone divorciarse del caso en un nivel de desconexión completa, al grado de cosificar al paciente, deshumanizándolo, lo que supone casos como el descrito arriba, donde no existe siquiera el mínimo esfuerzo por empatizar con aquel.

Es decir; si bien la atención de calidad en salud pública es otro de los crónicos problemas que padecemos como sociedad por las razones de todos conocidas, el hecho es que los cambios impulsados en seguridad pública demuestran que lo que se necesita para transformarlo es voluntad política, negándole al mercado imponer su visión mercantilista de estos servicios que esencialmente debieran ser humanitarios, no comerciales.

Debemos entonces transitar a un esquema sanitario que gire en torno a las personas, no en torno al mercado.

Porque la salud es un derecho, no un producto.

*Educador salvadoreño

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