Frente a las restricciones migratorias que se mantienen tras concluir el Título 42, piden “ver el rostro de Cristo en los que sufren”
Desde 2020, como una medida excepcional por la pandemia, la política migratoria de Estados Unidos ha estado marcada por el Título 42, impulsado por el presidente republicano Donald Trump y por el que los inmigrantes podían ser expulsados de un modo inmediato a México incluso aunque fueran demandantes de asilo.
Pero, tras decretarlo su sucesor, el demócrata Joe Biden, el Título 42 cesó en la medianoche del pasado 12 de mayo y ha entrado en vigor una política que aúna fuertes restricciones con otras medidas más benevolentes, como las que se aplicarán a quienes procedan de contextos críticos como Nicaragua, Cuba, Venezuela y Haití, y que además puedan demostrar arraigo o lazos familiares que faciliten su integración. En esos casos, se darán hasta 30.000 permisos temporales de residencia al mes.
Situación caótica
Eso sí, a expensas de comprobar qué ocurre con el resto de flujos migratorios (el propio mandatario católico ha reconocido que habrá una mayor afluencia en la frontera y que la situación “será caótica durante un tiempo”), se da por hecho que las expulsiones automáticas continuarán en muchos casos, pese a que en teoría finaliza un período de excepción. Algo justificado por varios senadores republicanos, que temen una “invasión” y exigen medidas más duras.
Por ahora, se pide que toda persona que quiera migrar al país haya iniciado los trámites legales de un modo previo y siempre fuera del territorio estadounidense. Así, si se entiende que ha entrado de un modo “ilegal”, ya no es solo que será devuelta a México, sino que “no podrá participar en ningún programa de entrada en el futuro”.
Cultura del encuentro
En este contexto, ha sido muy significativo el comunicado que, difundido el mismo día 12, han firmado los ocho obispos estadounidenses cuyas diócesis están junto a la frontera con México. Pese a no citar la nueva normativa, sí claman por la cultura del encuentro, poniendo el foco en el rostro humano de una situación compleja y en la que muchas vivencias están marcadas por el dolor: “Diariamente, somos testigos de las consecuencias humanas de la migración, tanto de sus bendiciones como de sus desafíos. Como pastores de comunidades fronterizas, acompañamos tanto a inmigrantes como a personas nativas”.
Hasta el extremo de que, con total naturalidad, “nuestras comunidades incluyen a solicitantes de asilo, a agentes del orden, a terratenientes y a funcionarios electos, que se reúnen, no como extraños o adversarios, sino como hermanos y hermanas, iguales en dignidad y valor ante el Señor”.
Acogida hacia todos
Y es que, para los prelados, no podía ser de otro modo: “Desde la fundación de nuestra nación, los católicos de todo el país han estado al frente de los esfuerzos para dar la bienvenida a los recién llegados de todas las religiones y nacionalidades. Como cristianos, estamos llamados a ver el rostro de Cristo en los que sufren, en los que carecen de las necesidades básicas de la vida, y nos juzgamos a nosotros mismos como comunidad de fe por la forma en que tratamos a los más vulnerables entre nosotros”.
Con el fin de que “cada uno de nosotros sea bendecido con un corazón humanitario que late con compasión fraternal por los necesitados”, los obispos reiteran que seguirán “comprometidos” a la hora de “promover la dignidad otorgada por Dios a cada persona, incluidas aquellas que han llegado recientemente a nuestras comunidades”. Un punto en el que no se diferencia entre los que hayan podido entrar de un modo considerado como regular o irregular.
Abrazados en El Paso
En declaraciones a EFE, Daniel Mora, sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en la localidad texana de El Paso, en plena frontera con México, mostraba su estupor al ver cómo, a escasas horas del vencimiento del Título 42, un millar de inmigrantes permanecían acampados en la zona por temor a ser expulsados. Así, lamentaba la “situación de crisis humanitaria” que se está viviendo en este momento de incertidumbre. Para el presbítero, es doloroso ver como “muchos se están quedando en la calle, durmiendo en la intemperie, al estar todos los albergues abarrotados”. La propia parroquia mantiene abierto un centro en el que acoge a tiempo completo a 140 personas, en su mayoría mujeres y niños.
Fuente: Vida Nueva Digital