Feminismos. Beatriz desafió al sistema salvadoreño

Beatriz es un relato. Todas lo somos, de alguna manera. Muchas nos instalamos en una historia de buenos y malos, de opresores y oprimidas. Algunas trabajamos diariamente por cambiar el relato que nos ha sido impuesto. Unas pocas llegan a ser como Beatriz, la representación de muchos relatos. De todos. De casi todos los de las mujeres de El Salvador y de gran parte de las mujeres del mundo.

Por: Beatriz Castañeda Aller

Un nombre que, despojado de apellidos, protege la identidad de una mujer que desafió al sistema solicitando una interrupción del embarazo en uno de los países con las leyes más restrictivas del mundo en materia de aborto. Un relato que, tras su muerte, sigue vivo en las organizaciones y los medios feministas del país. Porque es así como la organización colectiva transforma la vulnerabilidad de una única mujer en relato. Y el relato en historia.

La voz de la madre de Beatriz se escuchaba frágil pero decidida desde el podio de declarantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) el pasado 22 de marzo. Con la convicción de quien continúa una lucha que inició hace diez años una hija que dejó la vida antes de conocer el desenlace, pero instalada en la vulnerabilidad de quien sabe que está hablando frente al discurso de los poderes de su país. David contra Goliat, que se diría en el imaginario en el que hemos nacido. “¿Qué espera de este tribunal?”, preguntaba uno de los jueces de la corte en la audiencia histórica que tiene el potencial de lograr que las leyes del aborto de toda la región centroamericana cambien en, al menos, dos de sus causales. “Que se restaure la imagen de Beatriz. Y que lo que le pasó a mi hija no le vuelva a pasar a ninguna mujer”, sentenciaba.

La vida de Beatriz ha sido contada, abanderada y deformada por múltiples grupos en los últimos diez años. Lo fue desde el inicio, desde que esta mujer, con una enfermedad de lupus crónica, solicitaba el apoyo de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto al inicio de su segundo embarazo. De acuerdo a los informes médicos, si el proceso concluía daría a luz a un bebé anencefálico que moriría a las pocas horas de nacer, con el riesgo de llevarse la vida de Beatriz en el camino. Según los protocolos vigentes en El Salvador, esto merecía llevar a su cuerpo hasta el límite de la vida con tal de corroborar el estado potencial de este producto en gestación, que llegó incluso a ser tildado de “persona discapacitada” por muchas de las estrategias mediáticas antiaborto. El escenario de la audiencia estaba poblado de pañuelos verdes y morados que han venido recorriendo el país resignificando su imagen en una frase: “Su fuerza es el derecho a decidir”.

La realidad es que, aunque la narración sobre Beatriz ha recorrido el mundo en representación de muchas mujeres salvadoreñas, lo único que hemos visto verdaderamente de ella son sus manos. Unas manos que parecían querer decir mucho más que las palabras en ese único vídeo que grabó solicitando al Estado la interrupción del embarazo: manos agricultoras, rurales. Manos empobrecidas. “Antes no me gustaba dar entrevistas por el miedo”, expresa la salvadoreña Zuleyma Beltrán, una de las decenas de mujeres condenadas hasta a 30 años de cárcel, acusadas de homicidio tras sufrir complicaciones obstétricas que derivaron en aborto. “Pero ya no me da miedo”, continúa, “me di cuenta de que yo no era culpable, que era a mí a quién habían violado los derechos. Nosotras somos las dueñas de nuestras historias, las hemos vivido en carne propia”.

Zuleyma Beltrán fue condenada a 30 años de cárcel acusada de homicidio tras sufrir complicaciones que derivaron en aborto.

La descripción de Beatriz ha servido a muchas estrategias mediáticas para justificar que, por su perfil sociodemográfico, no habría sido capaz de tomar esa decisión, que no pudo sino ser manipulada por el movimiento feminista. Tal vez el momento más irónico e ilustrativo de la audiencia fue precisamente aquel en el que otro de los jueces preguntó al perito médico propuesto por el Estado, hasta tres veces: “¿Qué rol jugó la voluntad de Beatriz en todo este proceso?”. Parecía que los ojos del doctor se iban a salir, literalmente, en cualquier momento de sus órbitas. “Su señoría, no entiendo, si pudiera hacerme la pregunta más específica… ¿A qué se refiere con voluntad?”.

Frente a la historia que Beatriz quería trasladar al mundo, una campaña internacional articulada ha tratado de desdibujar su testimonio. Deformarlo hasta volver inconcebible la idea de que una mujer haya podido exigir por sí misma al Estado. Es esto mismo lo que está detrás del apoyo internacional a la penalización absoluta del aborto. Las mujeres asentadas en un rol reproductivo no son disruptivas, no deciden, no generan cambios. Reproducen. Reproducen pobreza, reproducen falta de escolaridad y de oportunidades, falta de independencia. Reproducen, en definitiva, la mano de obra que sostiene el sistema de consumo. El discurso moral y religioso, en ocasiones, es la forma, pero no es el motor. Por eso en Latinoamérica existe una organización denominada “Católicas por el derecho a decidir”. Como mujer rural y empobrecida, Beatriz tenía capacidad de decidir, pero su testimonio nunca representará al de tantas mujeres con recursos a las que cada día se les permite escribir su relato.

“Importa la vida, ¿pero la vida de quién?”, se pregunta Gabriela Paz, antropóloga feminista. Desde el contexto internacional existen esfuerzos para tratar de reproducir estas narrativas que, como menciona la antropóloga, “descoloquen los conceptos de vida y que instalen el concepto de la vida con dignidad”. Pero no es fácil. Liliana Caballero, Oficial de Incidencia del CEJIL, percibe diferencias en el acompañamiento a litigios como el del Caso Beatriz, donde la indignación se diluye en polémicas y señalamientos.  “A veces pareciera que está asumido socialmente que los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos”, cuestiona, “pero no es así”. Desde Asamblea de Cooperación por la Paz (ACPP), una de las pocas organizaciones españolas que apoya a la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto casi desde su conformación, afirman que tampoco en España es fácil encontrar respaldo al trabajo por este cambio en los imaginarios sociales. “ACPP ha identificado muy pocas instituciones que entiendan que el acceso al aborto es parte de los derechos y la salud sexual y reproductiva”, afirma Clara Lizarbe, integrante del equipo de ACPP en Centroamérica, “por eso también hacemos recorrer estas historias por nuestro territorio, para que se conozcan las consecuencias de la penalización absoluta del aborto”.

“La historia sucedió y ya no la podemos borrar. No podemos recuperar el tiempo”, afirma Zuleyma Beltrán, “pero podemos utilizarla como un arma muy fuerte para cambiar otras vidas, para fortalecer otras vidas”. Ella resignifica su historia organizada en el colectivo “Mujeres libres”, un esfuerzo contranarrativo que también está en el eje del trabajo de la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto. “Uno siempre aspira que las historias atraviesen y hagan que la gente se sienta identificada con esas demandas sociales”, afirma Mariana Moisa, integrante de la organización, “ya no hay vuelta atrás después de esta experiencia sensorial que tuvo la población salvadoreña. Hubo un cambio cultural. Una conversación. Empatizaron con Beatriz”.

“A veces pareciera que está asumido socialmente que los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos, pero no es así”.

El Caso Beatriz no busca poner un hecho: será un peldaño más de una lucha que seguirá amplificándose en la medida en que las vidas de otras mujeres sigan haciendo sus aportes, transformando sus cuerpos en relato. Y mientras organizaciones y movimientos feministas sigan enredando estas historias en discursos. “Los medios feministas cubrimos estos casos desde una postura clara”, afirma Metzi Rosales, periodista del medio feminista Alharaca“que el aborto se trate como un tema de salud pública, de derechos, de educación”.  “Trabajamos un periodismo de tiempo y de vínculos. La relación es parte de la noticia”, explica el equipo editorial del segundo de los medios feministas de El Salvador, La Brújula, “son coberturas que buscan la reparación. Es justicia epistemológica”. Tras la resolución de la CIDH a finales de este año, los periodismos feministas asumirán el reto de aterrizar estos conceptos a las mujeres y a las comunidades. De generar que se transite la narración para cambiar la historia.

A fin de cuentas, Beatriz es un relato. Es todas las mujeres salvadoreñas que alguna vez han sufrido las consecuencias de la penalización absoluta del aborto. Beatriz es todas las mujeres salvadoreñas, privadas del derecho a decidir sobre su cuerpo. Es todas nosotras, exponiendo nuestros cuerpos ante las grandes narrativas para cambiar el rol en el que siempre se nos ha situado. Beatriz se enfrentó al discurso de todo un país, pero no lo hizo sola. “Yo creo que las mujeres hemos tenido que poner históricamente el cuerpo para generar cambios”, concluye Mariana Moisa, “pero creo que el peso se hace más liviano cuando el cuerpo lo ponemos varias”.

Fuente: resumenlatinoamericano.org

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