De acuerdo al gobierno, los asesinatos han caído a 3 por día, lejos de los 21 y más, que en 2020 había.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
La diferencia es increíble, y deberíamos envasarla y venderla a quienes padecen la condición que tuvimos antes.
Algo sin embargo llama la atención: nadie allá afuera, en ningún país vecino, está copiando la receta que el gobierno asegura es la solución del problema de la violencia.
El hecho es que, no es cierto que no haya violencia: la violencia continúa y se ha agravado.
Primero, las pandillas no han desaparecido, están mutando y operan, en forma de células dormidas, con hasta 54 clicas en el país, más de 43,000 pandilleros, habiendo por arte de magia, conservado todo su armamento, así como [Insigth Crime] manteniendo con la colaboración del régimen, fuera de las cárceles a las dirigencias de las mismas.
Además de las 3 muertes diarias que el régimen reconoce; la PNC, la FGR y ORMUSA de modo independiente, admiten la desaparición forzada de hasta 5 personas diariamente, sin que las autoridades respondan, y quedando la práctica totalidad de estos en la impunidad (Informe OUDH).
También, el régimen admite que los delitos comunes van al alza, como que las bandas criminales operan cada vez con más audacia, por las armas que adquieren en el mercado negro.
Lo más grave es que los primeros en ser señalados de acometer con violencia a la población, son agentes del estado: el ejército y la PNC, violando, robando y cometiendo ejecuciones sumarias.
Pero, ¿acaso hablamos de El Salvador, el mismo país que el ejecutivo vende como una suerte de Edén?
El país del que habla el régimen se suscribe a las playas de la propaganda, los centros comerciales, las fiestas y las sonrisas del oficialismo, sin que nada de ello llegue a la población.
Si hay algo que distingue a este gobierno es la desorganización, la improvisación, la propaganda, la nula transparencia, y, sobre todo, la intolerancia.
La mayor partida en términos porcentuales y en proporción presupuestaria, es la de comunicaciones presidenciales, dedicada, a eso, comunicar.
Comunica los grandes logros de la presidencia y su gestión, en vistosos anuncios, a lo largo de las horas, día tras día, y en repetidas ocasiones.
Sin aportar evidencias, solo la propaganda.
No. No hay seguridad en el país, y nadie allá afuera replicará el modelo que el régimen adelanta, pues simplemente es vejatorio de la dignidad humana, criminal (habiendo asesinado a algo más de 200 ciudadanos bajo detención del estado), violentado el marco legal, desmontado la institucionalidad, instalando en su lugar un estado fascista.
La violencia no será superada en la medida que no se instale la justicia social, lo que supone desarraigar los privilegios de clase que el régimen defiende, imponiendo el estado de derecho que desconozca esos privilegios, para en cambio reconocer solo el derecho legal.
Pues sin justicia, sin enfrentar el pasado, sin asumir el futuro, sin que sea de todos y todas, simplemente deberemos esperar más y peor violencia.
Concordemos con que la violencia social se corresponde con la insatisfacción de elementales derechos de la ciudadanía: a la vida, a la dignidad, a la seguridad tanto jurídica como social, a la educación y salud de calidad, al trabajo, etcétera, estatuidos en la Constitución como por los tratados que nuestra nación ha asumido.
Cuando la ciudadanía se ve privada de estos, y es además reprimida, por supuesto que responde con violencia.
La sociedad salvadoreña padece un cáncer originario: el derecho no es el mismo para todos, de hecho y aunque la norma así lo dicta, las instituciones y la costumbre en nuestro país tratan y miden a las personas de acuerdo a parámetros fenológicos, como su apariencia, color de piel, ojos, relaciones personales, origen social, etcétera, lo que se traduce en ciudadanos de una u otra categoría.
Un crudo ejemplo de ello son los 2,2 millones de salvadoreños que sustentan nuestra economía heroicamente por medio de las remesas, los más con estatus de ilegales y muchos con incluso formación académica, que tuvieron que marcharse porque simplemente acá no tuvieron un padrino político que les asegurara un espacio laboral, pues la movilidad social y la meritocracia son un mito en nuestra sociedad.
Entonces, los marginados, los excluidos, aquellos a los que se les deniega sistemáticamente una educación de calidad en el sistema público, que les permita una oportunidad laboral en igualdad de condiciones con aquellos provenientes del segmento privilegiado, no la tienen.
Así, la supuesta seguridad derivada del modelo implementado por el régimen fascista salvadoreño, no supone una seguridad real, pues no solo no ataca las causales de la violencia, que son la exclusión y la marginación social, favorece además la exclusión a través de un irrestricto soporte estatal a las élites, que ahora de nuevo concentra la tierra en su entorno, por intermedio del estado para, “satisfacer necesidades estratégicas de la población”, expropiando de nuevo tierras como se hiciera a finales del siglo 19, para favorecer, entonces y ahora, a las mismas élites mientras se deshereda y se empobrece a las mayorías.
No es novedoso el truco éste de utilizar al estado como medio para aumentar exponencialmente las riquezas de las élites, mientras los pobres más pobres son utilizados, las más de las veces sin que lo sepan o entiendan, con el exprofeso propósito de enriquecer a aquellas.
Así, los excluidos resultantes son los mismos que ahora abrazan al oficialismo, embelesados con la narrativa que la mediática oficial les repite como mantra, y que hacen suya.
Dominados por siglos de expolio y marginación, entusiasmados por creer que alguien los toma en cuenta, son los incondicionales intolerantes que no dudarán agredir a cualquiera cuando así lo demande su mesías, para luego ser sacrificados para mantener las apariencias, como ya sucede.
Comprendamos entonces que mientras no se aborden integralmente las causales de los males sociales que padecemos, no desaparecerán, amenazando nuestra existencia sin importar que se haga o quien lo haga, y que la violencia será siempre su manifiesto.
*Educador salvadoreño