Recientemente se publicaron los resultados de las pruebas Pisa, que cada tres años evalúan la situación educativa de los estudiantes de 15 años que cursan al menos séptimo grado. Es la primera vez que El Salvador es incluido en la prueba.
Los resultados, como era de esperarse, no fueron buenos, y ello constituye un claro llamado a examinar el sistema educativo nacional. Los cambios deben ser muchos y notables, tanto en la inversión y en la preparación de los maestros como en la conciencia de la ciudadanía y de sus liderazgos.
En este último aspecto, es evidente que el sistema educativo, al menos hasta ahora, está diseñado para mantener un sociedad desigual en la que algunos pueden vivir como ciudadanos del primer mundo mientras la gran mayoría hace malabares para sobrevivir.
Más de la mitad de nuestros jóvenes no alcanzan a graduarse de bachillerato a la edad de 18 años. Las universidades dan cabida, aproximadamente, al 15-20 por ciento de los bachilleres y no todos terminan obteniendo su título profesional.
Por ello, las posibilidades de ascenso social a través de la educación son muy reducidas. Además, tienen una ventaja sustancial para el desarrollo de sus capacidades aquellos que pertenecen al sector de los ricos y de las clases medias acomodadas, que no pasan del 25% de la población.
Los medios de comunicación tienden a resaltar los éxitos individuales del algunos salvadoreños que se gradúan en universidades de prestigio mundial. Pero los éxitos personales, por valiosos que sean, no pueden ocultar los fracasos sistémicos del sistema educativo nacional.
Que el 90% de los alumnos de 15 años no alcance las competencias mínimas para esa edad en matemáticas no se puede tapar con el éxito individual de algunas personas. Y lo mismo se puede decir sobre el 70% que no alcanza las competencias mínimas en ciencias. Los bajos resultados en comprensión lectora dejan en ridículo a todos aquellos que piensan que con el aprendizaje del inglés y del chino, junto con el uso de computadoras, El Salvador encontrará el camino del desarrollo.
La educación en El Salvador reproduce el sistema social desigual y negador de posibilidades. La culpa no es de los niños ni de los maestros, que muchas veces hacen milagros. Los niños y niñas salvadoreñas nacen con las mismas capacidades que los nacidos en Singapur, el país con mejores índices de conocimiento y aprendizaje en esta prueba Pisa de 2023.
Pero la mala alimentación, la desatención en la primera infancia y las deficiencias en las escuelas crean atrasos que terminan sepultando a muchos compatriotas en la pobreza y la necesidad de migrar. La escasa inversión en el sistema educativo, los bajos salarios a los maestros, las infraestructuras que dificultan el aprendizaje son causas evidente de nuestro atraso. El menosprecio de la profesión educativa y la ausencia de políticas familiares tampoco ayudan al desarrollo de las capacidades innatas de los niños y niñas.
El trabajo por hacer es mucho. Hasta el presente, ningún Gobierno se ha tomado en serio la tarea de invertir en educación con un enfoque inteligente y multifactorial. Y no se ve que en la actualidad, a pesar de los discursos, esa tendencia vaya a variar. Los éxitos académicos de algunos salvadoreños son sin duda positivos, pero de momento solo sirven para disimular una situación educativa nacional deficiente e injusta.