Es indudable que luchar por un presente más justo es necesario. Y dado el modo en que se están desarrollado las elecciones, se necesita enmendar los errores, denunciar a los causantes de los mismos y devolver el país a la normalidad, la transparencia y la honestidad; sacarlo de la desastrosa situación al que lo ha llevado la guerra del oficialismo contra la democracia.
El conteo de los votos de las elecciones legislativas debería ser hoy el principal tema de control ciudadano, ya que las instituciones han demostrado de sobra su incapacidad de dar una respuesta adecuada, racional y legítima a las expectativas de la gente.
Pero más allá de ello, es urgente comenzar cuanto antes a pensar en el futuro. El presidente ha entrado de facto en su segundo período. Seguramente, seguirá contando con el apoyo mayoritario de los diputados y dominando todas las instituciones públicas, en principio establecidas para controlar los posibles excesos del poder. Ante la cooptación de los sistemas estatales de control, la tarea de poner coto a los abusos queda ahora en manos de la sociedad civil, la prensa libre y algunas instituciones dedicas a defender el Estado de derecho.
Por eso es imprescindible pensar y trabajar el futuro. Sería absurdo quedarse solamente en las quejas y reclamos (por necesarios que sean) y olvidar lo que se quiere para El Salvador. Ciertamente, no conviene volver al pasado, pues lo que se requiere es un horizonte diferente al actual, uno más claro, solidario y democrático. Decir que con el FMLN o con Arena se vivía mejor es falso para la mayoría de la población. Y por ello, si se quiere tener una democracia decente, hay que diseñarla y mostrársela a la gente. Será tarea de años, sí, pero no demasiados,ya que los problemas estructurales del país, que están conduciendo a la precariedad económica y sociocultural a tantas personas, obligarán al cambio. Si no se piensa y difunde otro futuro, el populismo se enraizará y marchitará toda posibilidad de una convivencia libre y armónica.
La crítica es buena, pero si no ayuda a describir con claridad un proyecto diferente al actual, termina convirtiéndose en un lamento estéril. Y ya la mayoría de la población tiene suficientes angustias y sufrimientos vitales como para querer sepultarse en lamentaciones que no conducen a ningún lugar. Hay que demostrarle a la población que un futuro sin pobreza y desigualdad extrema es posible para El Salvador. Competir con el populismo en boga y sus promesas llevará automáticamente a la derrota. Porque los populistas son expertos en convertir las promesas en propaganda y transformar toda obra pública, terminada o en proyecto, en simulacro de futuro feliz.
El pan y el circo convencen más que las palabras si no hay una racionalidad y un compromiso personal que certifiquen que el futuro en justicia del que se habla tiene más garantía de ser cierto que las luces y la escenificación gloriosa del poder, que promete el liderazgo mundial de nuestra patria en casi todas las esferas de la vida social. Toca repetirlo: urge diseñar otro futuro desde la realidad y desde los cambios que ella reclama; urge proclamarlo desde la justicia social, la igual dignidad de todas las personas y la fraternidad. Solo así se podrán corregir las dinámicas que nos llevan hacia el autoritarismo, la arbitrariedad, la pobreza, la precariedad y el desguace del Estado de derecho.