«Defendamos la cultura techno», fue el mensaje inaugural del Dr. Motte, el DJ impulsor de la emblemática ‘Loveparade’, de nuevo encaramado en un ‘float’, como se denominan los camiones equipados con poderosa megafonía y difusores de la música electrónica por el corazón de Berlín. La gran fiesta del techno berlinés no atiende ya a la denominación de ‘Loveparade’, sino que ha sido rebautizada como ‘Rave the Planet’.
Por: Gemma Casadevall
El listón de asistencia no está ya en el millón y medio de almas danzantes entre la Puerta de Brandeburgo y la Columna de la Victoria, la cifra mágica y probablemente más simbólica que real que alcanzó la fiesta a mediados de los 90. Para el ‘Rave The Planet’ de este sábado de agosto se esperaba a 300.000 asistentes. Una cifra bastante realista, teniendo en cuenta la extensión horaria prevista -de las 14.00 del mediodía a las 22.00- y el recorrido de 1,9 kilómetros, en doble dirección.
«El techno es inclusivo. No importa la edad, ni es preciso tener un cuerpo escultural ni tampoco estar especialmente dotado para la danza. Se trata de dejarse llevar. El amor es más fuerte», aseguraba a EL PERIÓDICO Nico Pusch, uno de los DJ del ‘float’ número 12, llamado ‘Climax and Pride’. ‘Love is stronger’, el amor es más fuerte, era el lema de la fiesta. Circulaban por ese recorrido un total de 30 de esos camiones, con 300 DJ, desde el del máximo líder, Dr. Motte, al último, denominado ‘Kollective Obsessión’.
Dr. Motte, con 64 años, sigue siendo el líder indiscutible. Algunos de los cuerpos danzantes desplegados ante él son coetáneos o inclusos mayores, que comparten la fiesta que gente que podrían ser sus nietos. No importa la edad ni el atuendo. En el ‘Rave the Planet’ conviven estéticas heavy metall con peluches de colorines, cueros, mallas, tutús, corsés, bikinis o taparrabos y atuendos muy parecidos a los que desfilan en cualquier parada del Pride.
Decadencia, tragedia y revitalización
La ‘Loveparade’ original entró en decadencia a principios del 2000. El concepto parecía agotado. Se acumularon además los problemas por las toneladas de basura que dejaba cada edición en el gran pulmón verde por el que discurre, el Tiergarten. El Dr. Motte acabó vendiendo la marca ‘Loveparade’ a terceros. La fiesta dejó la capital para buscar otros escenarios. La estocada final sobrevino con la tragedia de la ‘Loveparade’ en 2010, en que la acogió la sobreendeudada ciudad de Duisburgo. 21 muchachos murieron asfixiados al desatarse el pánico entre la multitud, aprisionada en el único túnel previsto para acceder al recinto..
La ‘Loveparade’ quedó estigmatizada por la tragedia. Parecía además que el cultura del techno se había agotado y que no levantaría cabeza. El cerrojo por la restricciones de la pandemia puso a prueba la supervivencia de sus templos más emblemáticos, como las discotecas Tresor o Berghain.
No se cumplieron los malos augurios. El ‘Rave the Planet’ llegó este agosto a su tercera edición con el sello de ‘manifestación política’ -entendiendo por político el amor universal e inclusivo-. Ello la libera de las cargas de la recogida de basura y le facilita además apoyo institucional. Cuenta con el espaldarazo de las autoridades berlinesas, que principios de año reclamaron para la ‘Technokultur’ la inclusión en el patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO.
Múnich, capital del pop
Mientras Berlín se revitaliza como capital del techno, Múnich se ha erigido este verano en feudo alemán del pop. Ahí se han concentrado las megaestrellas, desde Taylor Swift a Adele, que ofrece diez conciertos en un estadio construido especialmente para ella, o Coldplay. No hay nombre que se resista a la capital bávara. A Berlín, en cambio, parecen esquivarla a propósito los organizadores de este tipo de eventos.
Un factor equipara, sin embargo, a Múnich con Berlín: la pasión por concentrarse en fiestas al aire libre y gratuitas. Cada uno de los conciertos en la capital bávara de las superestrellas ha concentrado en sus inmediaciones a multitudes de hasta 50.000 asistentes. El lugar más frecuentado es la montaña vecina a su estadio olímpico, donde han tenido lugar los conciertos de esas superestrellas. Cada una de esas citas convierte la colina y sus praderas en un pícnic donde los fans cantan y bailan al son de las piezas de sus ídolos, más o menos audibles a distancia. Es otra forma de ‘ser un Twiftie’, en este caso sin entrada.
Fuente: www.elperiodico.com